viernes, 14 de noviembre de 2014

Una manta para el zeide (abuelo en idisch…)

Perashat: ‘JAIÉ SARÁ’
Vagando por la calle iba un anciano en busca de algo para comer.
Tenía un hijo al que nada le importaba lo que pudiera sucederle.
El viejito vivía en un cuarto abandonado y de día pedía caridad para poder comprar algo de comida.
Una tarde fría de invierno el nieto del anciano encontró a su zeide quien, tiritando de frío, le rogó que le trajera un abrigo.
El chico, muy triste, fue rápido a su casa y le dijo a su padre: “Vi al zeide muriéndose de frío y me pidió que le alcance algo para abrigarse”.
El padre, despreocupado, le dijo: ”Ve al altillo, saca algo viejo y llévaselo”.
El chico encontró una frazada vieja y rota y, frente a su padre, se puso a cortarla en dos partes.
El padre le preguntó nerviosamente: “¡¿qué haces?!
Contestó el niño: “estoy cortando esta manta pues la mitad se la llevaré a tu padre, mi abuelo, y la otra mitad la guardaré para entregártela a ti cuando seas viejo como él…”.

‘Hasta Abraham Abinu no había vejez’, afirman los sabios en el Midrash. Y esta afirmación nace del versículo de nuestra perashá que nos dice que ‘Abraham era anciano, entrado en días, y HaShem había bendecido a Abraham en todo’. Y tal vez, queridos lectores, nuestra Torá nos quiere relatar acerca de una vejez plena, digna y edificante...
“La cabellera que adorna la cabeza, blanca como la lana resplandeciente” fue concedida por El Eterno al hombre como insignia “que lleva personalmente con el fin que se sepa a quien se le deben los honores” afirma el Midrash Tanjumá.
A propósito de este versículo los sabios del Midrash describen la edad madura como un título honorífico digno de inspirar respeto y veneración. Para ellos, la vejez es algo positivo en sí, pues garantiza la conservación de la tradición, cuya continuidad está asegurada por la cadena de las generaciones.
No es la suerte de la del ‘zeide’ de nuestro relato. Por cierto no. Pero sí, tal vez, la que busca ese nieto entre las paredes de la insensibilidad de un hijo –su propio padre-, para quien la vejez no deja de ser una maldición. O bien, la definitiva postergación del ser que en algún momento le dio la vida...
El tema de la vejez no pertenece al pasado. Es presente siempre. Es dramático siempre. Y nosotros nos asomamos a él en tiempos de Abraham. Cuando nacemos con una identidad definida y vivimos con un proyecto claro de vida dignificada.
El Todopoderoso accedió al ruego de Abraham: el patriarca le había pedido que su vejez fuese manifiesta, para evitar que la gente confundiera a Itsjak con Abraham y éste con Itsjak”, afirma elTalmud en Sanhedrín 103 B.
Interesante percepción la de nuestro padre Abraham. Necesidad de diferenciar. Hay generaciones e intensidades. Y cada generación con sus rasgos peculiares. Y a veces la fisonomía engaña. Nos lleva a vernos en espejos distorsionados, que dan por sentado que el ‘parecido’ es total...
Abraham Abinu pide ‘ser viejo’. Porque al honor que le cabe por los años de su vida, deben sumarse la veneración, la honra y la dedicación de Itsjak.
Por eso se ocupa nuestra Torá de volver sobre la definición de ‘zaken’, de la ancianidad medida en años, para agregar: “bá baiamím”...Algo así como ‘entraba en los días’...
¿Qué nos quiere decir la Torá? ‘Abraham entraba en sus días y no los días ingresaban en él...’. Plenitud y caminar seguro. Los días ‘no pasan’...La vejez no será aquella de pasar los días, sino caminarlos. Ingresar en cada día y día, en pleno dominio de sus facultades. Dominar cada uno de sus días y no que los días lo dominen a uno…¡Que sublime el sentido del vivir para la Torá!
No hablamos queridos lectores de lo físico. Pues los aspectos físicos serán una variable inevitable con el correr de los años...Lo sabemos.
Pero como el ‘zeide’ del relato, el anciano camina, tirita de frío, busca lo que comer... El anciano del relato no habrá de morir por falta de calor o por desnutrición, pero seguramente morirá por la ausencia de amor, por la inexpresiva bondad de su gente...
Abraham pide marcar las diferencias generacionales. Y entiendo la claridad de su diáfano pensamiento. Es necesaria la vejez para mostrar al otro –a mi hijo- lo que es el paso del tiempo... Así como el ‘pago’ en el tiempo…
Abraham no necesitará que su nieto lo comprenda, como el zeide del relato. Porque “la corona de la ancianidad son los nietos”. Y porque la vejez da lugar a enhebrar la fina trama del entretejido generacional cuando “honrar al padre y a la madre”es tarea de los hijos. Entonces habrá sucesión. Habrá continuidad. Y la vejez será bendición y no maldición. Y entonces los padres no aprenderán de los hijos como en nuestro relato. Y entonces la cadena que soñamos no pertenecerá a un cuento. Será parte de nuestra realidad. Y habrá mantas enteras y corazones enteros. Y no solo medias mantas y lecciones de insensibilidad a la vista para quienes nos suceden...
“Al tashlijeni leét zikná” clamaba el rey David desde sus Tehilím. ‘No me arrojes en los tiempos de la vejez’. “Kijlot cojí al taazbéni”, ‘cuando mis fuerzas se acaben, no Me abandones...’.
Tal vez, en el pedido de Abraham Abinu, se halla el eco que retumba de un gemido que, como el delzeide de nuestro relato inicial, se reproduce en todos los tiempos, todos los años, todos los días...  
                                                                                                
¡Shabat Shalom u-meboraj!!
Mordejai Maarabi

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