jueves, 13 de noviembre de 2014


Artículo publicado en un diario paraguayo
Por Luis Bareiro

  Susanita, la amiga de Mafalda, la genial creación de Quino, decía que miraba los periódicos para confirmar cuán buena gente era ella. Más allá de la frivolidad de la rubita, hay algo cierto en eso de las comparaciones; para bien o para mal, cuando nos fijamos en lo que hacen o dejan de hacer los otros siempre tendremos una perspectiva distinta de lo que nosotros mismos estamos haciendo o dejamos de hacer, y sobre todo en qué circunstancias.


 Tuve la oportunidad de caer en esta tentación de las comparaciones odiosas durante los 23 días que duró un curso sobre periodismo en zonas de conflicto que se realizó en Israel, organizado por un instituto privado de origen laborista, el Histadrut, pero financiado por la Cancillería israelí. Fui invitado a participar por el Consulado Honorario de Israel en Paraguay.

 Más allá de los polémicos temas sobre la guerra y la tierra que se trataron durante el seminario (temas que abordaré en varias publicaciones en Última Hora), me quedé con la imagen de un país seco de ocho millones de habitantes y una superficie veinte veces más pequeña que la del Paraguay. Un pedazo árido de tierra con un ínfimo nivel de lluvias y más de medio siglo de violencia bélica.

 Resulta casi irónico que esa franja desértica del Oriente Próximo sea lo que los judíos consideran la tierra prometida por el dios hebreo. El supremo no parece a primera vista el mejor agente inmobiliario. Es más, esa tirita seca es una isla estéril rodeada de las mayores reservas petroleras del mundo. Unos kilómetros más acá o más allá los habría hecho ricos.

 Hay quien podría suponer que esa pequeña nación es una construcción del capitalismo hereje de occidente o del fundamentalismo religioso judío. Nada más alejado de la realidad. El movimiento que dio vida a ese país era básicamente socialista, y su primer gran líder político, David Ben-Gurión, era sindicalista y ateo.

 De hecho, las únicas comunidades auténticamente comunistas y exitosas del mundo se instalaron en Israel, los kibutzin, y la principal fuente de recursos de su economía actual son las empresas de alta tecnología, compañías que no aparecieron por obra y gracia del mercado, sino por una decisión política tomada desde el Estado treinta años atrás.

 El país vive preparado para la guerra desde su creación en el 48. Gasta miles de millones de dólares en armas. Nadie puede construirse una casa sin agregarle un refugio antibombas. Ningún partido político tiene mayoría parlamentaria y sus acuerdos son tan frágiles que jamás hubo un gobierno de más de tres años.

 Y, sin embargo, tienen cobertura médica universal, una de las tasas de desempleo más bajas del mundo, un ingreso por habitante superior a los 34.000 dólares y un récord mundial de patentes por nuevos inventos. Además de diez premios Nobel.

 Vale la pena, más allá de la miseria horrible de la guerra, preguntarse qué están haciendo bien los israelíes para obrar milagros en ese infierno; y, sobre todo, qué estamos haciendo tan mal nosotros para hacer un infierno de este paraíso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.