miércoles, 5 de noviembre de 2014

La singular historia del escritor y periodista mexicano Francisco Martín Moreno

El hombre que vivió más de 60 años sin conocer su origen judío

Como si se hubiera enredado en sus propias ficciones, su vida cambió cuando un tío, próximo a la muerte, le reveló la verdadera historia de su familia, asesinada en Auschwitz. En media hora... la muerte narra su pasado desconocido.

El hombre que vivió más de 60 años sin conocer su origen judío
Martín Francisco Moreno - Escritor y periodista, bestseller en su país, es cultor de la novela histórica, un género que reivindica.
El periodista y escritor mexicano Francisco Martín Moreno, acaba de publicar En media hora la muerte, la narración de su singular historia familiar. Hace apenas unos años, descubrió que su origen era judío, el secreto mejor guardado de su núcleo familiar. Su madre, de origen alemán, fue una de las pocas personas de la familia que se salvó del Holocausto. Se refugió en México, donde conoció a quien luego sería su esposo, un español que huía de las cárceles franquistas y que también buscó amparo en ese país.
Moreno, quien se ha especializado en el género de la novela histórica, ha escrito más de 2000 columnas en diferentes medios gráficos. Es autor, entre otros textos, de México negro (1986), México sediento (1998), Las grandes traiciones de México (2001), México secreto (2002), México mutilado (2004), México ante Dios (2007), México acribillado (2008) y Arrebatos carnales (2009). La revelación de su origen lo llevó a emprender un largo viaje de investigación y a plasmar su singular historia familiar en un nuevo libro.
–¿Qué le aporta a la ficción la narración de un suceso que no es de ficción como es el caso de un hecho histórico?
–Me fascina que me pregunte eso porque es el tema que más me preocupa. Le diría que donde se estrella el historiador –que si se respeta como tal tiene que trabajar siempre con datos duros–, donde ya no tiene información, donde ya no tiene elementos de juicio, allí se detiene su investigación. El historiador no puede fantasear. Ahí es donde entra el novelista. En abril de 1945, Hitler se casa con Eva Braun: ese es un dato duro. Quince minutos después de casarse, se suicidan. ¿Qué pasó en el interior de la habitación de Hitler y Eva Braun después de que se casaron? ¿De qué hablaron? ¿Qué se pudieron decir antes de pegarse un tiro? Eso lo saben sólo Hitler, Eva Braun y yo (risas). Esa verdad sólo la sabemos nosotros tres, eso es lo interesante. El historiador no puede pasar por la puerta de ese cuarto. El novelista, en cambio, se mete por la ventana o atraviesa las paredes. Ese es el encanto de la ficción, que el escritor puede aportar una idea sobre lo que pudo pasar y eso hasta puede convertirse en una fuente para la Historia, porque le está dando hilos a los historiadores, instrucciones del tipo: "busca por aquí o busca por allá". Eso es una verdadera maravilla.
–Es decir que los historiadores le deben mucho a los escritores.
–Bueno, en mi caso, yo estoy en deuda eterna con los historiadores. Muchos me odian porque dicen que lo que yo hago no es serio, sin embargo, yo respeto la historia, porque el día que yo le falte el respecto a la historia, el lector me va a faltar el respeto a mí. Y yo no puedo darme el lujo de que el lector me falte el respeto, entonces debo respetar la historia, pero donde ya no se puede continuar, entonces, ahí puedo hacer ficción.
–Usted le facilita el camino al historiador, porque a partir de un determinado momento se hace cargo de la narración.
–Claro, luego está en los otros si lo toman o no, pero esa es mi tesis.
–Además de escritor, usted es periodista. ¿Son actividades contrapuestas o complementarias?
–Creo que son actividades complementarias porque si me dedicó sólo a la novela histórica y a la ficción y me pierdo con Moctezuma o con Hernán Cortés, pierdo el piso, la realidad. Una manera de poner los dos pies en el piso de manera permanente es el periodismo. De otra forma me perdería con Cristóbal Colón, con los aztecas, lo cual sería un grave error en mi vida. Por eso pienso que, afortunadamente, son tareas complementarias, que te obligan a leer y a estudiar la realidad y también a salirte de ella. –Recientemente descubrió que era judío, cosa que no sabía. ¿Cómo es esa historia?
–Yo había sido como 14 veces presidente de México, cinco veces presidente en la Casa Blanca, había sido petrolero, bananero, cardenal, Papa, había sido prostituta, pero no había sido nunca asesino y decidí ser asesino para matar a los dictadores. Matar al dictador puede evitar miles de muertes del pueblo. En esas estaba yo cuando se apareció mi tío Klaus y me dijo: "Escucha, te quiero contar la historia de la familia porque me estoy muriendo, no tengo más de tres semanas de vida. Llevaba yo 50 años de no ver a mi tío.
–¿No veía a su tío porque su madre estaba peleada con él?
–Sí, estaba tremendamente peleada con él. Le pregunté a mi tío por qué se habían peleado tanto con mi madre y él me contestó: "Pues ya no me acuerdo". "Bueno –le contesté– si te estás muriendo y ya no te acuerdas del motivo de la pelea, ve y dale un beso." "Ni muerto", me contestó. En ese punto yo no podía hacer nada, sólo escuchar la historia que mi tío no deseaba llevarse a la tumba. Él quería contarme la historia de la familia pero le advertí que ya la conocía. "No sabes nada, me dijo, ni siquiera sabes cómo te llamas." Tu te llamas Francisco Martín Moreno Bielschowsky”.
–¿Usted desconocía su apellido judío?
–Yo creía que me llamaba Francisco Martín Moreno Biel, pero mi tío me contó que cambiaron el apellido porque la familia era judía, proveniente de Alemania. "Yo soy judío –dijo mi tío–, tu madre es judía y tú también lo eres." Yo le dije que no podía ser judío por la sencilla razón de que no creo en Dios, de que soy un escéptico, un agnóstico, un ateo. "No vengo a discutir tus convicciones espirituales, sino a contarte tu historia", me dijo. Entonces me contó que mi bisabuelo había sido multimillonario en Alemania y que le había surtido de botas al ejército del kaiser Guillermo II.
–¿Eran zapatos ortopédicos y botas?
–Sí, zapatos ortopédicos y botas para el ejército y le había vendido también zapatos al ejército de Hitler siendo judío. Joseph Goebbels le estaba muy agradecido, porque tenía un defecto en una pierna, no podía caminar bien, y mi bisabuelo le hizo unos zapatos que le permitían desplazarse como si fuera una prima donna. La supuesta superioridad de la raza aria no admitía que alguien de la alta jerarquía nazi  tuviera un problema de invalidez. A los inválidos los mataban, y gracias a mi antepasado este señor disimuló su cojera. Mi bisabuela siempre le decía a mi bisabuelo: "Nos van a matar a todos, vámonos de Alemania, no confíes en un nazi." Mi bisabuelo le decía que le diera tiempo para vender las empresas, pero mi bisabuela lo conminaba a irse inmediatamente, porque veía las cosas con mucha claridad. Era una visionaria y sabía que las cosas iban a acabar muy mal. Después de las leyes de Nüremberg les quitaron la nacionalidad, la posibilidad de dar clases, de trabajar. Mi bisabuela sabía que comenzarían a quemar libros y acabarían quemando gente. Y así fue. Mi bisabuelo no pudo vender sus empresas y lo mataron en Auswichtz. Luego supe que habían matado a tres cuartas partes de mi familia.
–También su padre tiene una historia dolorosa.
–Sí, mi padre era español y gran parte de la familia paterna murió en las cárceles franquistas. Tanto mi familia materna como mi familia paterna fueron víctimas de dos fascismos asesinos.
–El título de la novela viene de las cárceles de España. El hecho de ir a buscar a las cárceles a quienes serían fusilados, se llamaba "la saca".
–Sí, se llamaba "la saca" y también "el paseo". Se sabía que en cualquier momento llegaba la muerte. De ahí el título de la novela. Uno de mis tíos, a quien golpearon en esas cárceles, tenía el pómulo hundido, la nariz chueca y carecía de dientes. Todos los días llegaban por alguno de los presos. El mencionado se levantaba, se besaba con los compañeros y ya sabía que media hora después estaría muerto. Desde las cárceles se escuchaba la formación de pelotón de fusilamiento, las descargas y el tiro de gracia en la cabeza.
–Supongo que conocer su identidad fue algo muy fuerte porque se fue a Israel a investigar sus raíces.
–Sí, mi tío Klaus me dio los nombres de mi bisabuelo, de mi bisabuela, de mis tías, de mis primos y no quiso darme más datos que esos. Con los ojos anegados en lágrimas me dijo que no tenía fuerzas para contarme nada más. "Averígualo tú, ve a Jerusalén, al Museo del Holocausto, ahí te dirán todo." Me fui al Museo del Holocausto, puse en una computadora los datos que me dio. A todos los nombres que ingresé la computadora respondió: "Ejecutado en Auschwitz".
–¿Qué sintió?
–Vacío, coraje, rabia, frustración... muchas cosas. Yo no los conocí, ni siquiera había nacido cuando los mataron, pero no se puede evitar sentir furia, decepción, impotencia.
–¿Por qué ese fue un secreto familiar tan bien guardado?
–En la familia había una paranoia espantosa. Las familias de judíos que frecuenté en México prefirieron no hablar de eso por miedo a las persecuciones. Mi bisabuela renegó del judaísmo porque le había costado mucho: perder su nacionalidad, su trabajo, su fortuna. Por último, terminaron matándola a ella y al resto de la familia. "Ser judío es muy caro, te cuesta mucho", dicen que decía. Ella se hizo protestante. Hace apenas unos meses fui a ver a mi madre y le dije que iba a sacar mi pasaporte alemán. "Qué buena idea –me dijo con ironía– saca tu pasaporte alemán y 15 días después de que hagas la solicitud vendrán por mí." "¿Quiénes vendrán por ti?", le pregunté. "No te lo voy a contestar, me respondió, pero si quieres deshacerte de tu madre, tramita tu pasaporte alemán." Fue inútil decirle que Hitler llevaba muerto muchos años y que ahora gobernaba Merkel. Luego de más de 70 años, mi madre sigue instalada en el pánico, por eso mantuvo su identidad y su historia en secreto.   «

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