Publicado el 10 Septiembre, 2010
El viejo discurso populista de la izquierda, dirigido a los que querían dejar de ser pobres para ser ricos, no para erradicar la pobreza, ha perdurado hasta nuestros días sin aportar nada nuevo. Asimismo, el antijudaísmo endémico heredado del antiguo régimen feudal europeo, también.
Karl Marx quiso eludir la desconfianza de los antijudíos procurando no ser identificado como judío, y él mismo había utilizado la palabra “judío” como epíteto para acusar a sus enemigos. Si los Rothschild eran judíos y banqueros, los banqueros eran los enemigos. O lo que es lo mismo: los judíos eran el enemigo de la clase obrera.
Utilizando un lenguaje alambicado, Marx teorizó en un breve panfleto sobre la necesidad de rechazar de plano todo lo que no fuese obrero y comunista.
En este contexto, tanto la cultura judía como la tradición cristiana debían ser eliminadas. A fin de cuentas, la segunda bebía en las fuentes de la primera. Marx no le reconocía al pueblo judío otra razón de ser que la de haber constituido una especie de gremio medieval dedicado al comercio y a la usura, y la consideraba terriblemente nociva para el desarrollo del proceso mediante el que el comercio dejaría paso a los grandes monopolios del capitalismo de Estado que harían posible una economía globalizada manejada por una élite o comité central, y en la que los obreros se resignarían a su condición de eternos parias. Sólo la pobreza sería socializada, de forma que pudiese extenderse a mayores núcleos de población.
Los comunistas que adoptaron el dogma marxista quisieron aplicar unas medidas económicas concebidas por Marx en una Alemania industrializada, en una Rusia campesina y empobrecida, y fracasaron estrepitosamente.
Sin embargo, después de la primera guerra mundial, la mayoría de los alemanes y de los rusos, seguía culpando a los judíos de ser el origen de todos sus males, los causantes de la contienda, y de ser, al mismo tiempo, banqueros y bolcheviques.
Así pues, a nadie debe sorprenderle que por esa época, la de entreguerras, muchos judíos alemanes y rusos decidiesen emigrar a Palestina, entonces un protectorado británico bajo mandato de la Sociedad de Naciones, y antes, una provincia del imperio otomano conocida como Siria del Sur. Dicho de otro modo: no había allí ningún Estado árabe-palestino libre, soberano e independiente. Nunca lo hubo.
Marx era un economista, ni más ni menos, y despreció sistemáticamente la lucha de los pueblos centroeuropeos por su emancipación. Éstos, incluidos los judíos, debían someterse sin más a la “superior civilización germana” personificada en los imperios alemán y austrohúngaro. Marx renegó de las enseñanzas de su antiguo maestro Moses Hess, uno de los inspiradores del movimiento sionista. Sin embargo, todo fue en vano: sus detractores, encabezados por su encarnizado rival anarquista Bakunin, también judío, siguieron llamándole “el judío” y acusándole de tener un pie en la banca y otro en el movimiento obrero.
El marxismo nació en Europa coincidiendo en el tiempo con un redivivo antijudaísmo que se justificaba a sí mismo con la aparición del movimiento sionista tras el Congreso de Basilea de 1897 presidido por Theodor Hertzl.
La política de pogromos (“devastación”) desarrollada en la Rusia zarista, inspiraría a los Nacional-Socialistas alemanes para poner en marcha la Shoah (holocausto) algunas décadas después. Los pogromos rusos, cuya versión alemana fueron las Kristallnacht y los Novemberpogrome, consistían en el linchamiento, espontáneo o premeditado, de un grupo de judíos.
El zar y el káiser, así como sus siniestros sucesores en Rusia y Alemania respectivamente, bolcheviques y nazis, coincidieron milimétricamente en su judeofobia y, unos y otros, perpetraron todas estas atrocidades al más puro estilo medieval. Los linchamientos venían acompañados de la destrucción o el expolio de los bienes de los desdichados hebreos: casas, tiendas, sinagogas, escuelas, etcétera. Incluso se profanaban las tumbas en los cementerios y se destruían los restos de los difuntos.
Alguien podrá decir que todo eso pertenece al pasado. Que la barbarie nazi y las persecuciones zaristas forman parte de una historia que no volverá a repetirse. Quizás.
Tras las masacres del Once de Septiembre en Nueva York, y tras la brutal matanza del Once de Marzo en Madrid, no fue despreciable el número de palestinos que se echaron a las calles a festejarlo. Entre ellos, no fueron pocos los de la propia Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Después de los terribles atentados de las Torres Gemelas, la gran mayoría de corresponsales extranjeros destacados en Gaza y Cisjordania se abstuvieron de filmar las celebraciones, y los pocos que lo hicieron, incluido un cámara de la Associated Press Television News, fueron amenazados de muerte por milicianos palestinos y policías de la ANP. Después del infierno del World Trade Center, Ahmed Abdel Raman, asesor de Yasser Arafat, advirtió varias veces a los representantes de la Associated Press que “la ANP no podía garantizar la vida del cámara si se difundían las imágenes.”
A pesar de todo, la CNN dedicó unos segundos a las manifestaciones de júbilo de los palestinos. De inmediato, internet, en donde se desarrolla una campaña anti-israelí y pro-islamista paralela a la que se desarrolla en la prensa internacional, se llenó de “noticias” y mensajes que acusaban a esa cadena de manipular la información mediante la emisión de material filmado una década antes, con motivo de la guerra del Golfo (1991). ¿Qué celebraban entonces los palestinos?, ¿la invasión de Kuwait por Sadam Hussein? Los kuwaitíes supervivientes, que también son musulmanes, pueden dar fe de las atrocidades que ejecutaron las tropas iraquíes durante la ocupación de su país.
Lo cierto es que el video que la CNN había transmitido había sido rodado por la agencia Reuters en Jerusalén Este el mismo día 11 de septiembre, como la CNN y la propia Reuters se encargaron de demostrar más tarde.
Mientras el pueblo palestino festejaba las masacres ocurridas en Nueva York por las calles de Gaza y Cisjordania, Miguel Ángel Moratinos, enviado especial de la Unión Europea en Oriente Medio, sugería a Yasser Arafat que hiciese unas declaraciones desvinculándose claramente de los terribles acontecimientos del 11 de septiembre y que mostrase su solidaridad con el pueblo estadounidense.
Para entender cuál es exactamente el vergonzoso papel que la Unión Europea desempeña en el conflicto que nos ocupa, hay que tener en cuenta que el propio Moratinos, en una entrevista concedida a Sol Alameda para el Dominical de El País del 3 de marzo de 2002, reconocía que él y Javier Solana, a la sazón representante de Exteriores de la Unión Europea, habían escrito personalmente el discurso de Arafat. Atento a las recomendaciones de sus amigotes socialistas, Arafat no sólo dio una rueda de prensa, sino que convocó a los medios de comunicación para que lo filmaran donando sangre para las víctimas de la tragedia.
Otra información que se ocultó a los españoles y al mundo fue la celebración a lo palestino de la masacre del 11 de marzo en Madrid por las calles de varias ciudades marroquíes. Nuestros vecinos del sur agradecieron así que el pueblo español se hubiese volcado próvidamente en su ayuda tras el terremoto que asoló Alhucemas el 24 de febrero de 2004, dos semanas antes de que un puñado de marroquíes pusiesen las bombas en los trenes de Atocha para premiar nuestra generosidad.
Como español sólo puedo “disculpar” la actuación de Moratinos ante un ciudadano israelí asegurándole que este individuo se comporta siempre con la misma deslealtad hacia las víctimas del terrorismo, ya sean éstas españolas o israelíes.
Pocos acontecimientos han puesto en evidencia con tan palmaria claridad la parcialidad de la prensa occidental como las masacres del 11 de septiembre. Una parcialidad que rayaba en la hipocresía y que violaba el código deontológico que debe regir en la prensa libre. Al mismo tiempo que todos los países de la Unión Europea cerraban filas en torno a Estados Unidos tras su justa declaración de guerra al terrorismo islámico, ningún Gobierno, ningún partido, ninguno de los medios de comunicación políticamente correctos, estaba dispuesto a aceptar el irrenunciable derecho del Estado de Israel a defenderse de ese mismo enemigo sanguinario que emplea los métodos más monstruosos para extender el terror: el integrismo islámico.
Hace relativamente poco tiempo que el terrorismo islámico ha irrumpido en las vidas de los ciudadanos europeos, pero Israel lleva padeciéndolo desde mucho antes de su moderna refundación.
Si hoy no existe un Estado palestino, es porque todas las naciones árabes que rodeaban a Israel se conjuraron para exterminar a los judíos tan pronto como expirase el mandato británico en Palestina el 14 de mayo de 1948. La consigna era arrojar a los judíos al mar. Exterminarles a todos: hombres, mujeres y niños. ¡Ésa es la vergonzosa verdad que se sigue escamoteando en los libros de historia!
Mientras Moratinos proclama la imposible europeidad de Marruecos y de Turquía, niega la indiscutible europeidad de Israel. Tampoco ha contado nunca que mientras su entrañable amigo Yasser Arafat donaba sangre para las víctimas del 11-S, sus correligionarios no cesaban de vitorear a los terroristas musulmanes por su criminal acción, y que para salvar la cara, el “rais” dio orden de reprimir a los enfervorecidos fans de Ben Laden.
Los resultados no se hicieron esperar. Varios manifestantes, incluidos adolescentes y niños, fueron abatidos por los disparos de la Policía Palestina y la Fuera 17. Al igual que había venido sucediendo durante décadas con los opositores a Arafat, torturados y asesinados clandestinamente, la noticia no mereció ningún titular de la biempensante prensa europea. Cuando un niño palestino es asesinado por palestinos, su muerte no concita el menor interés de los medios de información. Cuando un grupo de soldados israelíes baila por una calle de Hebrón, bromeando como suelen hacerlo los jóvenes, la inocente chirigota se convierte en una ofensa al islam y en una burla a los palestinos según los voceros empleados en los noticieros del santón de la prensa progre políticamente correcta, Iñaki Gabilondo.
¡Hebrón! El nombre no puede tener unas reminiscencias más hebraicas. ¿Han de pedir perdón los israelíes por pasear o bromear en sus propias calles? Cuidado. A ver si nosotros acabamos pidiendo perdón por celebrar las Fiestas de San Isidro en Lavapiés o las Hogueras de San Juan en las playas de la Barceloneta. ¿Qué celebración o motivo de fiesta y alegría hay que no ofenda a los quisquillosos musulmanes? Hasta las simpáticas Cheers Leaders han tenido que variar su indumentaria para no ofender a los musulmanes durante la disputa del campeonato del mundo de baloncesto que se juega en Turquía. País que pretende fraudulentamente hacerse pasar por europeo, al tiempo que ampara al integrismo islámico y organiza flotillas con supuesta “ayuda humanitaria” para los terroristas de Hamás.
¿Se puede pedir perdón en nombre de otros? Sí es así, yo quiero pedir perdón en nombre de todos los políticos eunucos y periodistas cobardes que hay en este país, encantados de haberse conocido, pero que callan y miran hacia otro lado cuando un autobús escolar, con decenas de niños israelíes, salta por los aires hecho pedazos por la metralla. O cuando un grupo de terroristas musulmanes asesinan a unos colonos judíos y rematan a una mujer embarazada en el suelo.
Y es por todo esto por lo que sostengo que Israel tiene derecho a defenderse, y declaro que no comparto la política desleal que el actual gobierno socialista de España mantiene hacia Israel. Es más ¡me avergüenzo de ella!
Shalom / Paz
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