martes, 1 de marzo de 2011
¿Por qué no hay pancartas en las universidades, ruidos en las calles, gritos en las rabias?
Alguien le preguntó al venerable presidente Shimon Peres qué opinaba de la nueva flotilla que dicen que se prepara contra Israel. Y con su templanza habitual, nos respondió a los periodistas que tuvimos ayer la oportunidad de charlar con él: “¿Por qué envían flotillas? Hagan algo más fácil. Cojan el teléfono y pidan a los líderes de Hamas que se acabe el terrorismo. Verán qué fácil resulta todo a partir de entonces”. No hubo tiempo de explicarle que algunos de estos libertadores de bolsillo no miran el conflicto con dos ojos, sino con la mirada tuerta de la ideología que superponen. Y esa ideología sólo sabe que el mundo es muy malo porque existe Israel, y que todo lo que palpita bajo la piel palestina –islamismo fanático y terrorismo incluidos– es muy bueno. El maniqueísmo elevado a la categoría de método de análisis, la consigna elevada a la categoría de pensamiento y la propaganda prejuiciosa como corolario de la acción social.
Sobra decir, por supuesto, que este tipo de entidades siempre son más mimadas por el dinero público para “solidaridad” cuando se presentan como propalestinas. Que vayan a buscar dinero de según qué gobiernos “de izquierdas” si lo suyo es Darfur o Ruanda o las víctimas del terrorismo fundamentalista, porque ni todas las causas interesan ni todas las víctimas conmueven. Como tantas otras veces, no estamos ante causas humanitarias, sino ante objetivos ideológicos. Pero tendremos tiempo de hablar cuando se perpetre la enésima acción de estos grupos que basan en el “contra Israel” su única razón de ser. El tema ahora se sitúa algo más cerca de Israel, aunque más lejos de las obsesiones políticas de algunos. Libia explota por los descosidos, las gentes mueren bajo las balas de la dictadura y en la sombra del mal aparece el viejo fantoche que subió al poder con la revolución socialista y acabó siendo el oligarca que financiaba grupos terroristas, enriquecía a los suyos y atormentaba a su pueblo. Su alargada maldad no movilizó la indignación de los indignados de siempre durante las décadas de su dictadura y no parece que tampoco ahora, que masacra a su albur, se movilicen los asfaltos. ¿Dónde están los flotilleros de otros mares y otros pueblos? ¿Por qué no aparecen las pancartas en las universidades, los ruidos en las calles, los gritos en las rabias? ¿Será que Israel no tiene la culpa de los muertos de Gadafi? ¿Será que cuando no huelen a perversos “sionistas” no saben por qué movilizarse? Ni me imagino el lío que tendríamos montado si hubiera un solo judío implicado.
Siempre me llamará poderosamente la atención esta sangrante dualidad que levanta el dedo acusatorio contra este conflicto, con la misma pasión que eleva un beatífico silencio ante otros conflictos. Quizás un día de estos, entre flotilla y flotilla, se acuerden de los muertos libios. Será un fugaz pero bello momento.
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