lunes, 26 de septiembre de 2011

Costa Rica debe abstenerse en voto sobre reconocimiento de Palestina‏

Juan Carlos Hidalgo es coordinador de proyectos para América Latina en el Cato Institute, en Washington DC. Escribe frecuentemente sobre temas de actualidad y sus artículos han sido publicados en los principales periódicos latinoamericanos como La Nación (Argentina), El Tiempo (Colombia), El Universal (México) y El Comercio (Perú), entre otros. También ha sido entrevistado en medios internacionales como BBC News, Al Jazeera, CNN en Español, Univisión, Telemundo, Voice of America y Bloomberg TV. Se graduó en Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional y sacó su maestría en Comercio y Política Pública Internacional en George Mason University en Estados Unidos

La próxima semana Costa Rica tomará una decisión importante cuando se someta a votación el reconocimiento del Estado Palestino en la Asamblea General de la ONU. Es muy probable que la mayoría de los países vote a favor de la iniciativa. Eso no sería ninguna sorpresa en un foro donde uno de los principales pasatiempos es tomar posiciones contra Israel. Sin embargo, la atención está centrada en lo que los opositores a la propuesta han denominado como “la minoría moral”, es decir, el grupo de países que, como Costa Rica, cuenta con cierta autoridad moral gracias a su tradición de respeto a la paz y a los derechos humanos (una autoridad que por cierto ha sido muy mancillada en años recientes). De ahí el intenso cabildeo que un grupo de la comunidad judía ha venido realizando con la administración Chinchilla para convencerla de que Costa Rica se abstenga en dicha votación. Por el bien del proceso de paz y del futuro de un Estado Palestino, nuestro país debe abstenerse.
Esta es una decisión bastante difícil. De hecho cuando decidí escribir sobre el tema iba a hacerlo para manifestar mi posición a favor de votar por el reconocimiento del Estado Palestino. Ciertamente, la administración del primer ministro israelí Binyamin Netanyahu merece el rechazo internacional–o al menos de la “minoría moral”–por la manera en que ha contribuido a enterrar cualquier perspectiva de acuerdo de paz con los palestinos. No solo Netanyahu ha continuado con la construcción irresponsable de asentamientos judíos en el Este de Jerusalén (territorio que los palestinos ven como su futura capital), sino que también ha dicho que Jerusalén debe ser la capital indivisible de Israel. Netanyahu también reniega que la futura frontera entre Israel y el Estado Palestino se base en las líneas del armisticio de 1948 (conocidas erróneamente como las fronteras de 1967). Si bien dichas líneas no constituyen una frontera internacional reconocida por acuerdo o tratado alguno, siempre se ha partido del entendido que las mismas serán la base de la futura frontera entre Israel y Palestina, con intercambio de territorios para acomodar dentro de Israel a los principales asentamientos judíos que actualmente se encuentran en Cisjordania. Al rechazar estos puntos básicos de cualquier futuro acuerdo, Netanyahu ha hecho imposible la negociación con incluso el ala más moderada de los palestinos.
Hay que reconocer que la decisión no depende enteramente de Netanyahu. Al final de cuentas él se encuentra acorralado por la dinámica de su coalición con partidos ultra conservadores y nacionalistas como Yisrael Beiteinu, de su ministro de Relaciones Exteriores Avigdor Lieberman, y Shas. La participación en el gobierno de estos grupos imposibilita cualquier negociación sensata con los palestinos. Algunos han apostado a que Netanyahu se deshaga de estos elementos radicales y forme una gran coalición de su partido Likud con el centrista Kadima de la ex canciller Tzipi Livni. Eso facilitaría enormemente las posibilidades de un acuerdo de paz. Sin embargo el primer ministro israelí podría enfrentar una rebelión a lo interno de Likud si tomara una medida de este tipo.
Ante este escenario, uno podría pensar que votar a favor del reconocimiento del Estado Palestino en la ONU es una buena idea. Al final de cuentas representaría una condena a la intransigencia de Netanyahu y sus aliados y pondría presión diplomática sobre Tel Aviv. Sin embargo esto es hacer una lectura errónea de la dinámica política israelí y de los otros actores en este conflicto: los palestinos. Recordemos que los territorios palestinos (Cisjordania y Gaza) se encuentran gobernados por dos facciones rivales palestinas: Fatah y Hamas, respectivamente. Recientemente estos dos grupos alcanzaron un acuerdo de unidad para dejar de lado las armas y lograr un gobierno conjunto de los dos territorios. Sin embargo existe un “pequeño” inconveniente: Hamas es una organización terrorista que insiste en la destrucción de Israel y que continúa atacando objetivos civiles en dicho país. No hay manera concebible de que se pueda alcanzar un acuerdo de paz con los palestinos hasta el tanto Hamás esté sentado en la mesa y no renuncie a las armas. Ciertamente es un hecho innegable que Hamás es una realidad palestina y que cualquier negociación de paz en el futuro tendrá que tomarlo en cuenta. Pero una condición sine qua non es que antes Hamás debe renunciar por completo a su objetivo de destruir a Israel y acepte de una vez por todas el derecho a existir de este país, tal y como en su momento lo hiciera Yasir Arafat y su Organización para la Liberación Palestina. Hasta el tanto Hamás no haga eso, cualquier voto a favor de un Estado Palestino constituiría un endoso a este grupo terrorista.
El otro punto tiene que ver con la reacción del votante israelí ante la aprobación contundente de un Estado Palestino en la ONU. Algunos creerían que una derrota diplomática de este tipo podría debilitar a Netanyahu y a sus aliados. Pero más bien podría lograr todo lo contrario. Precisamente la razón por la que partidos como Yisrael Beiteinu y Shas tienen éxito ha sido porque han logrado vender muy bien la percepción (no muy alejada de la realidad, vale decirlo), de que Israel se encuentra solo ante el mundo. Cuando en el 2000 Ehud Barak le ofreció a Arafat lo que han sido las concesiones más generosas a los palestinos jamás hechas por un primer ministro israelí, no solo fueron rechazadas por los palestinos, sino que éstos respondieron con una segunda intifada. Cuando en el 2005 Ariel Sharon rompió con Likud y decretó el retiro unilateral de Israel de la Franja de Gaza, Hamás respondió con más cohetes contra objetivos civiles israelíes. De ahí el mensaje de los partidos nacionalistas que ha venido calando en el electorado israelí: “Cada vez que les damos algo nos responden con más agresiones. ¿Y qué hace el mundo? ¡Nos condenan!”. De hecho Israel es el único país con “segumiento permanente” por parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. No es Cuba. No es Zimbabwe. No es Corea del Norte. Es Israel, la única democracia del Medio Oriente.
De ahí que en el israelita promedio haya calado la mentalidad de “prefiero recibir sus condenas que sus condolencias” (frase achacada a la ex primera ministra Golda Meier). El voto en las Naciones Unidas sólo contribuirá a fortalecer esta mentalidad de búnker que se ha venido desarrollando en Israel y que cae como anillo al dedo a los partidos nacionalistas y conservadores que no quieren un acuerdo de paz.
Por estas razones es que considero que Costa Rica debe abstenerse de votar a favor de reconocer el Estado Palestino en la Asamblea General de la ONU. Un voto a favor no contribuirá en absoluto a facilitar un acuerdo de paz en el mediano plazo. Además sería un espaldarazo a una organización terrorista. Israel ya vive otras presiones más inmediatas que podrían fortalecer la mano de aquellos que aspiran a una paz más cercana. Esperemos que las mentes sensatas prevalezcan, tanto por el bien de Palestina como el de Israel.

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