Que esta efervescencia no se haya detenido sino avanzado es producto de la sencilla, conmovedora, necesidad humana por alcanzar la libertad. Pero los ritmos en los se está produciendo tienen relación con la contradicción social básica que originó esta revolución en el desierto y que es la crisis económica global.
La onda expansiva del estallido financiero de setiembre de 2008 causó un alza geométrica del precio de los granos alimentarios llevando a estos pueblos carenciados a chocar contra sus dictadores. Esa debacle económica global no ha hecho más que profundizarse amplificando sus efectos, combinados ahora con fenómenos de sequía extraordinaria como el que afecta a EE.UU. No es casual, por lo tanto, que haya más ruidos en la región cuando granos básicos como el trigo o el maíz aumentan 20% en promedio en apenas un par de semanas en los mercados internacionales.
El rumbo de estas rebeliones suele ser mal interpretado. La simple aparición de liderazgos islámicos allí donde había déspotas personalistas, en un mundo que es netamente musulmán, es traducido en Occidente como un paso de fanáticos y, linealmente, como el dato del fracaso de la demanda libertaria original . La revista Time hace un par de números, tituló en plena tapa con enormes caracteres: "la revolución que no fue" en referencia a los sobresaltos en el escenario egipcio.
Ese país con 80 millones de habitantes es el mayor de los jugadores en la constelación norafricana y además, es socio crucial de EE.UU. e Israel. Allí el presidente electo Mohamed Morsi, el primer civil en la historia nacional elegido democráticamente entró en una delicada pugna con el mando militar que ha controlado Egipto por más de medio siglo. En una actitud desfachatada, la junta castrense que se encaramó tras la caída de la dictadura de 30 años de Hosni Mubarak, ordenó disolver el Parlamento para retener en los cuarteles las funciones legislativas .
En el mismo manotazo, lanzado apenas horas antes del reconocimiento de la victoria de Morsi, por cierto un pasteurizado líder de la cofradía de los Hermanos Musulmanes, la junta se atribuyó el poder de control sobre la elaboración de la nueva Constitución y anunció que el ministro de Defensa lo ponen ellos y será el actual jefe de esa corporación armada, el mariscal de campo Husein Tantawi. Toda una maniobra para engrillar al mandatario que intentó desarmarla rehabilitando por decreto el legislativo pero la sucursal del poder militar que es el Tribunal Constitucional, lo volvió a tumbar.
Conviene remarcar que así como Morsi no es el primer islámico que gobierna el país —también lo eran los dictadores y lo son los militares— tampoco los Hermanos han sido, como se asegura ligeramente, enemigos de los uniformados y sus tiranos . El gran proceso gatopardista de cambiar algo para que nada cambie que se advierte en estos países en transición, se radicalizó en Egipto porque las empresas en manos de las FF.AA., explican un tercio de los US$ 250 mil millones del PBI nacional. Ese poderío lo construyó el general AbdelHalim Abu Ghazala quien fue ministro de Mubarak entre 1981 y 1989 y cuya popularidad fue tal que el dictador le inventó una causa por corrupción y lo destruyó. Es esa máquina de dinero la que los militares se niegan a ceder sin advertir que el destino de las FF.AA. se definió el día que acabó la tiranía.
EE.UU., donde Morsi se educó y doctoró en ingeniería y donde trabajó como científico espacial para la Nasa, ha rodeado a este hombre enviando señales nítidas para que los militares comprendan que elgatopardose cerrará sólo con ese cambio y sin ellos . El mandatario, por cierto, no es un enemigo de la milicia. El mayor Mohamed Said el-Assar, miembro de la Junta, se mostró en la revista Time encantado con la victoria de Morsi. Y se comprende. La hermandad musulmana armó marchas de alabanza a las FF.AA. tras la caída de Mubarak para consolidar la via político-religiosa y bloquear el paso a las direcciones obreras que encabezaron las huelgas que enterraron la dictadura.
La religión allí, como en otros sitios, es una herramienta de control social que EE.UU. valora atento a que la mitad de la población egipcia vive en la pobreza y es una usina de furia que se busca mantener a raya para preservar el actual esquema. Ese es el sentido del gatopardo del que hablamos.
La trampa religiosa puede tener limitaciones.
Libia, un país con 6 millones de habitantes y gran riqueza petrolera que se cepilló hace pocos meses la sangrienta dictadura de MuammarKadafi, acaba de consagrar en comicios legislativos a otro dirigente educado en EE.UU., y rival de la versión local de los Hermanos. Se trata de Mohamed Jibril, ex premier del comando rebelde pero antes el funcionario del régimen que dirigió la apertura de la economía libia a extremos que le valieron a Kadafi elogios encendidos del FMI. Su victoria se debe a que la enorme población joven del país es musulmana sin fanatismos y alienta, menos que el camino a la mezquita, la esperanza de que la riqueza nacional sea esta vez distribuida con alguna equidad. A Jibril le convendría no traicionarlos.
Morsi, a su vez, debería mirar ese antecedente y no errar, ni él ni los militares, sobre los reales apetitos de su pueblo. El periodista AshrafKhalil relata en ForeignAffairs que hace dos domingos tras el golpe al Parlamento, una multitud cantó en El Cairo la consigna que se usó contra la dictadura: "¡abajo abajo el régimen militar"! Pero de pronto combinó ese lema con otro estribillo envenenado: "¡abajo abajo el régimen del guía!" , en alusión a la polémica cofradía musulmana. "Es claro que la furia no ha cesado", sintetizó Khalil.
Copyright Clarín, 2012.
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