Muchos, entre ellos, expertos y ONG, tienen la sospecha de que, por momentos, el planeta es como un avión sin piloto que sigue una trayectoria de colisión.
En unos pocos años, el mundo pasó de una entusiasta exaltación por el multilateralismo a las frustraciones más profundas provocadas por una suerte de vacío de poder en crisis agobiantes, como la debacle económica, el calentamiento global o la violencia en Siria.
En ese vacío, los líderes políticos no consiguen imponerse en forma individual y, con frecuencia, tampoco son capaces de adoptar una decisión común, a pesar de que las circunstancias los acorralan y las soluciones son imperiosas. Tanto es así que algunos analistas ya llaman a esta época "el momento G-0".
Hoy, el planeta se halla ante una situación inédita, donde las distintas sociedades intentan mantener vivas sus esperanzas de futuro y los gobiernos parecen incapaces de alcanzar acuerdos. Ese proceso de desaliento comenzó en 2008 con la crisis de las subprimesen Estados Unidos. Casi de inmediato, apremiados por la necesidad de dar respuestas, el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, y su homólogo estadounidense, George W. Bush, presentaron al G-20 como el principal mecanismo para coordinar una respuesta internacional a los problemas que aquejaban al mundo.
Poco después, un flamante presidente demócrata llamado Barack Obama cristalizó el renovado entusiasmo de los progresistas del mundo, al evocar la necesidad de buscar respuestas multilaterales, de crear un sistema internacional que reflejara una nueva estructura de poder global. Muchos optimista llegaron a soñar con un Bretton-Woods.
Pero en cinco años nada de eso se concretó. En este momento, Europa sigue debatiéndose contra una interminable crisis que podría arrastrar al resto del mundo, Medio Oriente ve agrietarse sus ilusiones democráticas, las instituciones multilaterales no consiguen dar respuestas adecuadas a sus desafíos, e incluso los tan cortejados países emergentes se sumergen también en la bruma de la incertidumbre.
Después de un momento de intensa euforia, las "primaveras árabes" parecen un lejano recuerdo del pasado. Siria se desangra poco a poco en manos de una dictadura feroz -protegida por China y Rusia-, que aparentemente nadie consigue doblegar. Irán continúa practicando la política del "pito catalán" frente a Occidente en cuanto a su plan nuclear, mientras desafía cada vez más a Israel. Después de pagar un alto tributo al ideal democrático, Egipto acaba de poner su destino en manos de una presidencia islamista, mientras serias acusaciones de violación a los derechos humanos sacuden nuevamente a Libia en momentos en que realiza las primeras elecciones democráticas de su historia. Y mientrastanto, los liderazgosestánausentes.
En China, los líderes del partido experimentan serias dificultades en controlar la transición política de ese gigante asiático y Estados Unidos se encuentra sumergido en otra campaña presidencial, agresiva y partidista, que paraliza la acción de gobierno y deteriora su capacidad de influencia internacional.
Hasta el momento, la ONU se ha mostrado incapaz de poner fin a la violencia en Siria. Envío de observadores militares, conferencias a repetición. Bashar al-Assad sigue dirigiendo los destinos de su país. En 16 meses, la represión provocó más de 16.000 muertos, hay 100.000 refugiados en los países vecinos y 1,5 millones de personas necesitan desesperadamente ayuda humanitaria.
El G-20 no ha tenido mucha más suerte. Si bien ese club de las 20 economías más importantes del planeta nunca fue un organismo de toma de decisión, con el tiempo terminó convirtiéndose en lo que vio el mundo en la ciudad mexicana de Los Cabos: una reunión en la que los líderes presentes firman un vago comunicado con la promesa de que harán lo posible para mejorar los problemas que aquejan al mundo, mientras aprovechan los pasillos de la conferencia para negociar cuestiones bilaterales.
El Mercosur es otro ejemplo de interminable parálisis. Divisiones, decisiones sin consenso, ampliaciones polémicas, acusaciones mutuas, políticas comerciales y aduaneras intrincadas debilitan al bloque.
No sólo la concertación política y económica parece haber desaparecido de la escena internacional. También se ha esfumado la preocupación por el futuro climático y la preservación del medio ambiente. Si bien intereses sectoriales y presiones políticas consiguieron poner freno a la toma de decisiones desde la primera cumbre organizada por las Naciones Unidas, este año la ausencia de numerosos líderes mundiales en la conferencia de Río+20 fue la prueba del enorme desapego que suscitan las cuestiones ambientales.
Río+20 debía marcar un cambio fundamental en el tratamiento de la crisis del medio ambiente. Sin embargo, fue todo lo contrario. "No hubo ningún signo de voluntad política en ese sentido", reconoció con decepción Stephen Hale, vocero de la ONG Oxfam. "Mil millones de personas con hambre merecían algo mejor", sentenció.
Los Brics
A juzgar por la tendencia actual, la salvación tampoco vendrá de las economías emergentes. Alcanzados por la crisis mundial, los llamados Brics (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) atraviesan serias turbulencias y comienzan a experimentar el impacto de la crisis. Según Goldman Sachs, ese grupo de países contribuyó a crear más del 50% del crecimiento global en los últimos tres años. Pero la reciente desaceleración de sus economías preocupa a los analistas.
"En el actual contexto mundial, los riesgos aumentan para ese grupo de países. Brasil y la India son los mejores ejemplos. El primero parece haber regresado a sus viejos reflejos industrialistas e intervencionistas, mientras en la India el gobierno sigue siendo incapaz de imponer las reformas indispensables para reabsorber los déficits. En el caso de China, cada vez hay más evidencias de que la segunda economía mundial comienza a padecer también los efectos de la desaceleración de su crecimiento", afirma Maarten-JanBakkum, de Goldman Sachs.
¿Qué pasará entonces de aquí en adelante? Utilizando una ingeniosa expresión acuñada por IanBremmer, del Grupo Eurasia, el planeta parece hallarse ante un auténtico momento de "G-0". Ese término, que evoca el enorme cráter que dejaron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en el lugar que ocupaban las Torres Gemelas, ilustra bien la situación: la destrucción de activos y de valores morales que causó la crisis de 2008 es tan intensa que no sólo está provocando una década perdida, sino que está arrasando incluso la capacidad política de los dirigentes.
Los más optimistas creen que, teniendo en cuenta la gravedad del desorden, las cosas en el futuro sólo pueden mejorar. El riesgo es que, como decía John M. Keynes, en el largo plazo estaremos todos muertos.
Tres conflictos, ninguna solución
La debacle económica
Mientras Europa se desangra por la crisis, China se desacelera y Estados Unidos pierde influencia, los líderes mundiales no son capaces de adoptar una decisión común. De poco sirvieron las reuniones del G-20 y las 18 cumbres de la UE, en 30 meses.
La guerra en Siria
Hasta el momento una ONU dividida se mostró incapaz de poner fin a la violencia en Siria, inmersa en una virtual guerra civil. En 16 meses, la represión del gobierno de Bashar al-Assad dejó más de 16.000 muertos y 100.000 refugiados.
El fracaso de Río+20
La conferencia Río+20, celebrada en junio pasado en Río de Janeiro, debía marcar un cambio fundamental en el tratamiento de la crisis del medio ambiente. Sin embargo, se avanzó poco y numerosos líderes mundiales faltaron a la cita..
http://www.lanacion.com.ar/1488815-complica-al-mundo-la-falta-de-liderazgos