domingo, 29 de julio de 2012

Historias para ser contada





 
Historias para ser contadas 

           Ser judío en mi país
por María Esther de Miguel
Fuente: El imaginario judío en la literatura de América Latina (Editorial Shalom, 1990)
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Esta servidora, si ustedes me permiten la confidencia, resulta tanto hija de la confusión como de sus padres.
 Tal realidad le generó trastornos más complejos que su simple enunciación: La confusión busca el orden, que es la Utopía
.Les cuento: mis días, ya abundantes, se iniciaron junto a un río bastante salvaje y un primitivo cementerio aborigen, en un 
pueblo pequeño y polvoriento, católico y ambicioso, puesto que fue armado por contingentes de italianos llegados del Véneto
 para hacerse la América. Como esos buenos campesinos no pudieron hacerse la América , se hicieron Larroque, que así se 
llamaba el pueblo con nombre no de tribu nativa o de militar heroico (los de épocas en que aún solían serlo, antes de devenir
 burócratas), sino con nombre de un profesor francés traído por el general Urquiza para enseñar humanidades a los criollos. 
Pero mi familia, aunque se afincó en ese pueblo, nada tenía que ver ni con los Apeninos ni con los Alpes. Dos ríos estaban
 en su origen. Por la parte materna, el Dniester de Ucrania (y en Ucrania, Besarabia). Por la paterna, el Duero, de Castilla la
 Vieja (y allí, Almazán). Ninguno de mis traslaticios ancestros pudo haber supuesto que esas aguas se encontrarían para 
mezclarse, en las airadas del Gualeguay, río charrúa que atraviesa la provincia a la cual "un fresco abrazo de agua la nombra
 para siempre": Entre Ríos. 
A mis abuelos maternos, los Rosenthal y Suconik, los aventaron a estas tierras pogroms y persecuciones: mis abuelos se
 cansaron de tanta humillación y dijeron "basta". A mi padre castellano, de Miguel y Martínez, la inclemencia de una política 
que trasladaba a los jóvenes de diez y ocho años a tierras africanas a fin de cumplir con el obligatorio servicio militar.
 Mi padre dijo "no".
De modo que de un "basta" y un "no", nací. Pero también mi aparición existencial tuvo que ver con un "sí": el que la joven
 judía y veinteañera de Basavilbaso dijo ante la fogata encendida por el "goi", también joven pero no tanto, transitoriamente
 en la ciudad para instalar una usina de luz eléctrica, allá a fines de los años locos.
¿Cómo o por qué mi padre, entre tantas muchachas, eligió a una hija de Moisés? Creo sospecharlo. Eran años en los cuales,
 después de la euforia traída por la terminación de la guerra hecha para acabar con todas las guerras, volvían a aparecer
 alientos de violencia: el fascismo estaba a las puertas de la civilización. Y ponía miras asesinas en el pueblo judío. 
Mi padre era un español bastante radicalizado, que creía en las bondades del Individuo Máximo en el Estado Mínimo
 (como decía Macedonio): imagínense cómo le caerían esos nuevos arrebatos. Se irritó sobremanera y el enfado le indicó
 el camino oportuno para afirmar su disidencia con el nuevo orden: unir su destino, como dicen los radioteatros, es decir 
casarse, precisamente con alguien de la raza señalada por los iracundos de turno.
 Fíjense que fue una actitud bastante común en aquellos años, al menos en mi país. Quiero decir, el hecho de que gente 
joven, intelectuales sobre todo, se casaran con mujeres judías. Cito sólo tres casos y de escritores: Dardo Cúneo, Aldo 
Pellegrini, Juan José Ceselli.
Mi padre no era un intelectual, aunque era muy inteligente, y estaba en la misma. El amaba a los judíos, tanto que era 
confundido con ellos. Recuerdo dos chistes que circulaban en mi pueblo y en mi infancia. Uno: "El cura dijo "Fiat Lux",
 don Victoriano dijo la luz no se fía" ( mi padre era el dueño de la usina eléctrica). El otro, fue opinión de un borracho,
 cuando le fueron a cobrar la luz: " a mi me parece que el judío es don Victoriano y no doña Perla".
En ocasiones nosotros, los hijos, también pensábamos lo mismo: mi padre fue quien permitió que los varones fueran 
bautizados según usanza judía. Hubo que importar un rabino. Y el rabino fue importado.. También fue él quien fomentó
 la relación, bastante intensa, con la parentela desparramada por las colonias judías. Desde luego, había momentos 
en que en mi familia se practicaba una suerte de ritual religioso unisex: si se comía matzá en Peisaj, el viernes santo 
era de rigor el bacalao.
En el pueblo había cuatro o cinco familias judías, en medio del conglomerado ítalo-criollo. Pero esos hijos de Abraham
 poco a poco se fueron marchando en busca de horizontes mejores. Mi padre quedó clavado porque clavadas estaban 
las máquinas de su fábrica. Cuando se fue el último clan judío, papá comentó: "Me quedo sin amigos". No fue así, 
pero casi. 
Mi madre, por su parte, tan ocupada en dar de mamar a un bebé, atender al que hacía pis, cuidar los juegos del otro y 
tejer batitas para el que estaba por llegar, creo que ni se dio cuenta. Por lo demás, mi padre era europeo, como los que 
se iban. Mi madre, nativa.
Ahora bien: en ese contexto antropológico crecimos los hermanos, dos mujeres y dos varones. De aquellos años, ay tan
 lejanos, recuerdo las idas a las colonias propiciadas por el filantrópico y otras cosas Barón Hirsch ( La Clarita , Villa 
Domínguez, La Capilla y otras), reductos todos de los gauchos judíos entrerrianos.
 No olvido la voz de mi tío Naum entonando cánticos; a mi tío Samuel luchando con la cooperativa agraria, a mi tía Elena, 
la memoriosa de la familia, con el chisporroteo de historias que mi avidez de niña curiosa le exigía; historias que debían
haber estado en labios de los abuelos, pero los abuelos habían muerto antes de que naciéramos.
Cuando volvíamos a nuestro pueblo, caíamos en otra rutina y en un contexto distinto. Y mi madre, atareada por esos 
cuatro salvajes que la superaban, solita su alma como estaba, preocupada por la limpieza, la comida, la vacunación, 
el tejido, ayunaba, sí, el día del perdón, se enfurecía cuando alguno atacaba a su tribu, pero nada más.
 Entre tantos gestos tiernos, nos birlaba la tradición. Nunca repartió la palabra encerrada en el Libro, nunca hiló la historia 
familiar, cercada como estaba por lo inmediato, atareada en esa domesticidad excluyente. Tal vez me hubiera salido más
 redondita mi identidad, mi credo vital, si hubieran sido otras las pláticas con mi madre, depositaria del costado judío de mi 
realidad. Pero ella, tan ídishe mame, no era proclive al diálogo sino al mimo y al mandoneo con similar intensidad. 
Cuando comenzamos a hablar, yo ya había bebido en otras fuentes, y ya para ella venía la muerte.
 
María Esther de Miguel fue una de las escritoras argentinas más leídas de los últimos tiempos. Sus novelas históricas-
 de la historia argentina - se convirtieron en éxitos editoriales. Pocos conocen su origen judío y muchos menos este texto
 entrañable sobre su historia familiar.
 de la historia argentina - se convirtieron en éxitos editoriales. Pocos conocen su origen judío y muchos menos este texto
 entrañable sobre su historia familiar.