miércoles, 25 de julio de 2012

Más claro que nunca: Israel no es el problema

Por Ido Aharoni*

New York Daily News
10 de Julio, 2012
 CIDIPAL

Más claro que nunca: Israel no es el problema

En Siria, partes de cuerpos se encuentran desparramados en  las calles de Damasco, mientras imágenes conmovedoras – hileras tras hileras de cadáveres de niños – se exhiben en las pantallas de televisión en nuestros hogares.
En Bahrain, los médicos son arrojados a la cárcel por atender a manifestantes heridos.
En Irán, los mullahs desacatan las sanciones internacionales en su búsqueda implacable por alcanzar una capacidad nuclear – un punto de quiebre que iniciaría, sin dudas, una carrera de armas nucleares en la región.
Sin embargo, sorprendentemente, a 18 meses de la Primavera Árabe, aún se sigue alimentando el mito que el conflicto israelí-palestino es la principal causa de toda la inestabilidad en el Medio Oriente. Se nos dice que su resolución, aliviaría todas las tensiones y resolvería los problemas más apremiantes en la región.
Recientemente, el brutal régimen de Assad tuvo el descaro de argüir- ante el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas-  que la ocupación de Israel continúa siendo el principal obstáculo para la paz y la estabilidad en la región. Esto proviene de un régimen que tiene en funcionamiento 27 “centros de tortura” a lo largo del país y masacro  a miles de su propio pueblo en una guerra civil que puede, tal vez,  encender un importante incendio.
El conflicto israelí-palestino no es el asunto definitorio de la región ni tampoco la principal fuente del descontento árabe. Considerando el período de 1300 años de antigüedad y de profundidad en la división sunita – shiíta, el conflicto israelí-árabe de 100 años de antigüedad, parece corto en comparación. En realidad, el conflicto israelí-palestino fue un acontecimiento conveniente para los verdaderos problemas dentro de las sociedades árabes, y una excusa inverosímil utilizada por los dictadores árabes que hicieron un mal servicio de los intereses de sus propias poblaciones y ahora están cosechando las consecuencias de esa negligencia.
Los manifestantes marchando en contra de sus propios regímenes represivos a través de Medio Oriente exigen libertad, derechos humanos, y una distribución más equitativa de los recursos y la riqueza nacionales. Más que una Primavera Árabe, se trata de un Invierno de Descontento Árabe: Descontento que es el resultado de altas tasas de desempleo, dentro de sociedades predominantemente jóvenes (la edad promedio en Egipto es de 24).
Según una encuesta, llevada a cabo por una firma de Relaciones Públicas Burson – Marsteller, “Recibir un justo salario y ser propietario de una casa son las dos principales prioridades para la gente joven en el Medio Oriente”. En pocas palabras, la gente quiere un empleo y tener la posibilidad de llevar comida a su mesa.
En el vacío creado por las revueltas de la Primavera Árabe, nuevas y peligrosas alianzas se están formando, basadas en el cisma Sunita-Shiíta. Irán, el principal estado del mundo en financiar el terrorismo y el preminente poder shiíta en la región, extiende  peligrosamente su influencia, utilizando aliados como Hezbollah y alianzas con Siria e Irak. En una región inestable y volátil, el ascenso del Islam político es un evento riesgoso que no debe ser ignorado ni confundido.
Mientras nadie puede predecir el futuro, Israel tiene la plena convicción que existe una oportunidad en el actual estado de ambigüedad e incertidumbre. Tenemos la esperanza de una paz y prosperidad regional, y  la promesa de lograr una democracia para todos nuestros vecinos. Sin embargo, tal como Israel lo sabe a partir de su experiencia en las elecciones en Gaza, que llevaron a Hamas al poder, la “democracia” es tanto una meta como una herramienta – una herramienta que es utilizada y abusada con frecuencia, por los partidos islamistas para alcanzar el poder. La democracia es mucho más que las elecciones.
En 1979, cuando la juventud educada y pro-democrática en Irán ayudó a desarmar al Shah con su propia versión de la Plaza Tahrir, no fue capaz de traducir las crisis espontáneas en poder político, que finalmente fue tomado por los islamistas. La República Islámica de Irán, focalizada no en la democracia sino en exportar la revolución islámica y el terror en todo el mundo, se sostiene como el recuerdo de este fracaso.
Los problemas que enfrenta nuestra región son sistémicos, y las revueltas de la Primavera Árabe no los eliminaron, sino que los expusieron  para que el mundo los vea. La sociedad civil en el mundo árabe se encuentra más fisurada y compleja que nunca. El proceso democrático recién está comenzando en la región, y el electorado y sus líderes enfrentan enormes desafíos.
Una sola cosa es segura: Su destino se encuentra en sus propias manos. Mientras nadie espera que las elecciones parlamentarias resuelvan conflictos religiosos de milenios o estimulen la economía repentinamente, priorizar la democracia y la calidad de vida sobre la política sectaria es una fórmula ganadora que Israel apoya, con orgullo, y cree que es la mayor esperanza para la estabilidad regional a largo plazo.
Esperamos que este rumbo lleve, quizás,  a la región hacia un camino de unidad, verdadera democracia y prosperidad para los musulmanes, judíos y cristianos por igual.  Pero, mientras resulta extremadamente importante motivar una plena y justa resolución al conflicto israelí-palestino, los eventos recientes deberían servir de recordatorio para todos nosotros: Cuando se trata el conflicto israelí-palestino, resulta imperativa una perspectiva regional sobre la verdadera naturaleza del descontento árabe.

*Aharoni se desempeña como Cónsul General de Israel en Nueva York. Entre 1993-94, fue miembro del equipo israelí en las negociaciones con los palestinos.
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