domingo, 7 de noviembre de 2010

ORIGEN DEL IDISH‏

emas de Patrimonio Cultural 19

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De la multiplicidad de lenguas judías
(2), el ídish es a la vez, la más persistente y

la más despreciada. Hasta el día de hoy, esta lengua –hablada, en algún momento, por

cerca de doce millones de persona, suele ser considerada por la opinión vulgar
(3)- como

un modo corrupto del alemán moderno o una deformación del hebreo. Sin embargo, su

historia se remonta al siglo XI y arraiga en el Mittel-Hocht Deutsch, el hebreo, el arameo,

un dialecto llamado
La’az, las lenguas románicas y las eslavas.

El ídish surge en la zona de Alsacia-Lorena, donde se asientan comunidades

judías llegadas de lo que hoy conocemos como Italia y Francia, que traen consigo un

tesoro lingüístico -hebreo y arameo- abrevado en la cotidianeidad de la Ley judía, pero

ya atravesado por cerca de mil voces de raíz latina y románica (muchas de las cuales

permanecen en el ídish de hoy
(4)). Asentado entre los ríos Rhin y Mosela, ese rico sustrato

lingüístico se topa con el Mittl Hocht Deutsch, fusionándose todos estos componentes

en una lengua escrita con caracteres hebreos. Con la traslación de los judíos –empujados

por las Cruzadas y otras persecuciones- hacia el Este, esa lengua primigenia se encuentra

con las eslavas (polaco, ruso, checo, ucraniano) –y adquiere sus tonos más sabrosamente

singulares, para terminar afianzándose en lo que será su ámbito más propicio, la Europa

Oriental, donde florecerá como ídish moderno en todo su irónico y popular esplendor.

Esta mínima noticia de la deriva del ídish
(5) muestra su particular cualidad, que

Max Weinreich –fundador de la lingüística ídish- nombró como
fusión –ainshmoltzn(6)-:

su enorme facilidad para atraer al cuerpo lexical de las lenguas que la rodean y fundirse

con ellas. La denominación de
taitsh -(equivalente a la voz germana deutsch, traducción)

que el ídish recibe en determinado momento- indica el papel que, durante mucho tiempo,
le tocó desempeñar: traducir lo sagrado, esclarecerlo.

Buenos Aires Ídish

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Lengua de los simples y de los no ilustrados, nunca representante del poder o

la autoridad –celestial o terrenal-, lengua que carece de territorio
(7) pero que se habla

en todos lados, el ídish fue, durante mucho tiempo y sobre todo, una lengua femenina,

la de aquellas que, excluidas de la educación religiosa, debían sin embargo atender a

los concretos preceptos de la piedad doméstica. Es para ellas que el ídish traduce, históricamente,

la sacralidad de la vida cotidiana. Pero ya en la literatura ídish medieval,

además de ocuparse de los textos sagrados, la traducción se amplía a lo profano: aparecen

novelas de caballería al estilo de las sagas de la época, cuentos y leyendas. El ídish

va albergando, así, la narración y la canción de cuna, el canto popular y la tradición

juglaresca. Y, a fines de siglo XIX, al calor de la combustión producida por el choque

de las lengua judías con la modernidad y de dos grandes movimientos –el Jasidismo
(8) y

la
Haskalah(9)- entramados en dos grandes corrientes ideológicas –el despertar nacional

del pueblo judío y el ansia de justicia social
(10)-, el ídish germina en una impresionante

corriente cultural y en una literatura de inédita potencia, que nace con tres nombres fundamentales:

Méndele Móijer Sforim, Itzjok Leibush Peretz y el conocidísimo Sholem

Aleijem, llamados, respectivamente, “el abuelo”, “el padre” y “el nieto” de la literatura

ídish moderna
(11).

Sin embargo, el desprecio de propios y ajenos, las renovadas persecuciones y, por

fin, la Shoah, al asesinar a la gran mayoría de sus hablantes, vino a arrasar esa riqueza.

Agonizante y enlutado, el ídish volvió a emprender la marcha y, desde sus lejanos ríos

originales, también llegó hasta las orillas del Plata, donde, una vez más, comenzó a
elevar la voz.

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