emas de Patrimonio Cultural 19
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De la multiplicidad de lenguas judías
(2), el ídish es a la vez, la más persistente y
la más despreciada. Hasta el día de hoy, esta lengua –hablada, en algún momento, por
cerca de doce millones de persona, suele ser considerada por la opinión vulgar
(3)- como
un modo corrupto del alemán moderno o una deformación del hebreo. Sin embargo, su
historia se remonta al siglo XI y arraiga en el Mittel-Hocht Deutsch, el hebreo, el arameo,
un dialecto llamado
La’az, las lenguas románicas y las eslavas.
El ídish surge en la zona de Alsacia-Lorena, donde se asientan comunidades
judías llegadas de lo que hoy conocemos como Italia y Francia, que traen consigo un
tesoro lingüístico -hebreo y arameo- abrevado en la cotidianeidad de la Ley judía, pero
ya atravesado por cerca de mil voces de raíz latina y románica (muchas de las cuales
permanecen en el ídish de hoy
(4)). Asentado entre los ríos Rhin y Mosela, ese rico sustrato
lingüístico se topa con el Mittl Hocht Deutsch, fusionándose todos estos componentes
en una lengua escrita con caracteres hebreos. Con la traslación de los judíos –empujados
por las Cruzadas y otras persecuciones- hacia el Este, esa lengua primigenia se encuentra
con las eslavas (polaco, ruso, checo, ucraniano) –y adquiere sus tonos más sabrosamente
singulares, para terminar afianzándose en lo que será su ámbito más propicio, la Europa
Oriental, donde florecerá como ídish moderno en todo su irónico y popular esplendor.
Esta mínima noticia de la deriva del ídish
(5) muestra su particular cualidad, que
Max Weinreich –fundador de la lingüística ídish- nombró como
fusión –ainshmoltzn(6)-:
su enorme facilidad para atraer al cuerpo lexical de las lenguas que la rodean y fundirse
con ellas. La denominación de
taitsh -(equivalente a la voz germana deutsch, traducción)
que el ídish recibe en determinado momento- indica el papel que, durante mucho tiempo,
le tocó desempeñar: traducir lo sagrado, esclarecerlo.
Buenos Aires Ídish
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Lengua de los simples y de los no ilustrados, nunca representante del poder o
la autoridad –celestial o terrenal-, lengua que carece de territorio
(7) pero que se habla
en todos lados, el ídish fue, durante mucho tiempo y sobre todo, una lengua femenina,
la de aquellas que, excluidas de la educación religiosa, debían sin embargo atender a
los concretos preceptos de la piedad doméstica. Es para ellas que el ídish traduce, históricamente,
la sacralidad de la vida cotidiana. Pero ya en la literatura ídish medieval,
además de ocuparse de los textos sagrados, la traducción se amplía a lo profano: aparecen
novelas de caballería al estilo de las sagas de la época, cuentos y leyendas. El ídish
va albergando, así, la narración y la canción de cuna, el canto popular y la tradición
juglaresca. Y, a fines de siglo XIX, al calor de la combustión producida por el choque
de las lengua judías con la modernidad y de dos grandes movimientos –el Jasidismo
(8) y
la
Haskalah(9)- entramados en dos grandes corrientes ideológicas –el despertar nacional
del pueblo judío y el ansia de justicia social
(10)-, el ídish germina en una impresionante
corriente cultural y en una literatura de inédita potencia, que nace con tres nombres fundamentales:
Méndele Móijer Sforim, Itzjok Leibush Peretz y el conocidísimo Sholem
Aleijem, llamados, respectivamente, “el abuelo”, “el padre” y “el nieto” de la literatura
ídish moderna
(11).
Sin embargo, el desprecio de propios y ajenos, las renovadas persecuciones y, por
fin, la Shoah, al asesinar a la gran mayoría de sus hablantes, vino a arrasar esa riqueza.
Agonizante y enlutado, el ídish volvió a emprender la marcha y, desde sus lejanos ríos
originales, también llegó hasta las orillas del Plata, donde, una vez más, comenzó a
elevar la voz.
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