por Lori Palatnik
Alguien me regaló boletos para "Disney Sobre Hielo". El tema era "Princesas", así que naturalmente llevé a mis dos pequeñas hijas, Brajá Lea y Malkie al espectáculo sobre hielo.
El lugar estaba lleno de familias y de pequeñas niñas agitando sus varitas mágicas con sus disfraces de princesas y sus brillantes coronas. Mis hijas estaban maravilladas y no podían esperar a que comenzara el espectáculo.
Las luces se apagan, la música se enciende, ¡y la magia comienza!
Los productores del espectáculo escogieron unas cinco historias diferentes de princesas de Disney, desde la clásica Blanca Nieves hasta la más reciente Sirenita. La joven doncella de cada historia aparecía en la pista, y la historia de su fábula era representada en una versión corta, mientras todos se deslizaban con gracia sobre el hielo.
Pronto comenzó a repetirse un patrón en todos los relatos. Cada historia mostraba a una bella joven que era tentada moralmente por algún ser malvado. Ella siempre se equivocaba, y caía en las garras del malvado ser. Todas las veces, por supuesto, ella era salvada por el joven, apuesto y valiente muchacho.
Sí, algún día mi príncipe vendrá... para salvarme.
Como el espectáculo era realmente una sinopsis de cada historia, que a su vez era representada en una rápida sucesión de eventos, el patrón y el mensaje eran claramente visibles. No se preocupen chicas; si se meten en problemas, el príncipe viene en camino.
Mis hijas estaban cautivadas, sentadas en el borde de sus asientos. Yo estaba indignada. Miré a mí alrededor, esperando encontrar a otras madres que estuvieran molestas con esta propaganda Disney. Pero estaba demasiado oscuro. Quería subirme a mi asiento, encontrar la góndola con el locutor, tomar su micrófono y anunciar:
"¡¿Hay alguna otra madre aquí que esté molesta con lo que estamos presenciando?!"
La presentación concluyó después del gran final con todas las princesas de la historia patinando alrededor de la pista junto a sus heroicos príncipes y los aplausos del público.
Mientras salíamos del estadio, mis hijas me pidieron comprar un souvenir de princesa. "Es tarde", les dije. "Mañana es día de escuela". Pero lo que yo realmente quería decir era, "¿comprar un souvenir de princesa?, ¡sobre mi cadáver!".
Llegamos a casa; las acosté en sus camas mientras recuerdos de princesas musicales rondaban en sus cabezas y luego, le conté a mi esposo lo que había ocurrido. No pudimos pensar en ningún tema similar en el Tanaj – en la Torá, los Profetas o los Escritos. Si es que hay algo, es el exacto opuesto. La historia de Januca es el ejemplo perfecto.
Hay una ley judía que dice que después de haber encendido la janukiá, las mujeres tienen prohibido realizar cualquier tipo de trabajo durante 30 minutos. Ellas deben disfrutar del brillo de las luces. ¿Por qué? Porque fue precisamente una mujer judía la que salvó el día, ella produjo un vuelco en la guerra contra los greco-sirios, resultando en una victoria para el pueblo judío.
Estas son las cosas que nunca te enseñaron en la escuela judía.
Su nombre era Yehudit, o Judit. Era una joven viuda, la hija de Yojanán, el Sumo Sacerdote. Su ciudad estaba sitiada por el general greco-sirio Holofernes. Estaban matando a todo los pobladores judíos de hambre y los hombres estaban a punto de rendirse. Ella intentó detenerlos, diciéndoles que no se dieran por vencidos, que eran el pueblo de Dios y que debían tener fe.
Y eso no fue todo lo que ella hizo. Se escabulló a través de las paredes de la ciudad con una canasta de queso de cabra salado y vino, cubierta con un paño. Se acercó al campamento del enemigo y, utilizando sus "estrategias femeninas", entró a la mismísima tienda privada del general. Ella le ofreció el queso hecho en casa, el comió enérgicamente y se tomó todo el vino.
Yehudit esperó, y cuando el general ya estaba borracho, ella le arrebató su espada y le cortó la cabeza. Puso la sangrienta cabeza en su canasta, la cubrió con el paño y calmadamente salió de la tienda.
Al regresar a la ciudad, ella les mostró a los hombres la cabeza del general. Impactados, la exhibieron en la plaza de la ciudad para que todos la vieran. Después de superar la vergüenza (ya que esta joven viuda había actuado con valentía mientras ellos estaban listos para rendirse), los hombres fueron impulsados a la acción.
Yehudit les dijo que ahora era el momento de actuar, pues cuando los soldados griegos descubrieran el cuerpo decapitado de su general, su espíritu seguramente decaería.
Los hombres judíos atacaron, y vencieron. La noticia se expandió por todo Israel, y el pueblo judío recibió inspiración para levantarse y pelear.
Tomó tiempo, pero la victoria eventualmente fue nuestra, todo gracias a una joven mujer judía que nunca escuchó la canción "Algún día mi príncipe vendrá", como Blanca Nieves. En vez de esperar a su príncipe ella miró a su Rey, el Todopoderoso, luego, ella se levantó y se hizo cargo del asunto.
Fuente: Aish Hatorah
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