miércoles, 7 de septiembre de 2011




Ron Ben Yishai

Un cierto pánico se vivió en los servicios de seguridad y entre algunos de los ministros del gabinete. Las medidas tomadas por Turquía contra Israel, a partir de su negativa a disculparse por los sucesos de la flotilla, fueron descriptos, a oídos de los periodistas, como un duro golpe a la posición regional e internacional de Israel. La rebaja de las relaciones diplomáticas y la suspensión de las militares, situación que existe de todos modos desde hace un año, provocarán un grave daño a nuestros intereses estratégicos y ubicarán ante un riesgo legal no menor a los combatientes y oficiales que participaron del asalto al Mármara. Las relaciones de Inteligencia con Turquía, así fue insinuado, se verán afectadas.

La exhibición apocalíptica del daño, generado a partir del deterioro de relaciones con Turquía, es equivocada por parte de los servicios de seguridad. No solo por ser exageradas sino por despertar el apetito de Erdogan y Davutoglu a continuar sacudiéndonos. En realidad, el daño que se le producirá a Israel por la interrupción en las relaciones con Turquía es mucho menor y, lo principal, ya se produjo hace un año. Además, Turquía se encuentra lejos de ser una potencia regional en ascenso por la que convenga pagar un alto precio, o humillarnos para preservar su amistad.

A pesar de sus 80 millones de habitantes, su economía floreciente y su gran ejército, Turquía no logró situarse como factor regional influyente. La nueva política del gobierno islámico (basada en el neo-otomanismo (retorno a los días del Imperio)) por medio de la “buena vecindad” y cero enfrentamiento con los países limítrofes provocó, en los últimos años, fracasos diplomáticos sumados unos a otros. El único logro de esa política se da en el área económica lo que permitió a Erdogan y su partido fortalecer su posición política dentro de Turquía. Pero, la influencia de Turquía en el ámbito regional e internacional, es menor.

Para quien considere algo diferente, algunas menciones a continuación:

- Los esfuerzos de Turquía por ser aceptado como miembro de la Unión Europea, fracasaron. Erdogan, que ubicó ese tema como principal desafío de la diplomacia turca, hizo cambios sorprendentes en la ley y la Constitución y otorgó concesiones sorprendentes a los kurdos en su país a fin de obtener el boleto de acceso a Europa. Pero Francia y Alemania, de modo ofensivo, lo descartaron.

- A excepción de Turquía, no hay nación en el mundo que reconozca a Chipre Turco, la república establecida al norte de la península, después de haberla invadido en 1974, a pesar de los esfuerzos que, Ankara, invirtió durante, casi, 40 años para obtener el reconocimiento internacional de la existencia turca y los asentamientos creados. Chipre griego, en cambio, fue aceptada como miembro de la Unión Europea. Además, en el conflicto de larga data entre Turquía y Grecia por las islas y regiones con potencial petrolero en el mar, Turquía no obtuvo ningún logro y calentó sus relaciones con Grecia. Los mismo sucederá, en mi opinión, en el contexto israelí-turco, al momento en que Turquía vea que puede obtener un rédito de la conciliación.

- Por presión de Estados Unidos, Turquía aceptó conciliar con Armenia bajo la condición que acuerde interrumpir las acusaciones contra Turquía por el Holocausto Armenio durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el parlamento armenio se negó a aprobar el pacto y permanece, por ahora, en punto muerto. Otra contradicción más por parte de Turquía.

- Turquía fue la aliada principal de Muammar Gadafy en los años anteriores a la rebelión en Libia. Empresas turcas invirtieron, en petróleo, miles de millones en Libia. Por eso, al estallar el levantamiento, Turquía intentó tener el mango por ambos extremos, tal como lo hizo con Siria; por un lado, intentaba impedir la acción militar de la OTAN contra Gadafy y sus seguidores y, por el otro, condenaba los asesinatos de civiles en Libia. Como es sabido, los miembros de la OTAN y Naciones Unidas, se pronunciaron sobre la oposición turca e iniciaron un operación aérea que condujo al derrocamiento

de Gadafy. En el momento en que el dictador fue derrocado, se apuró el Canciller Davutoglu a viajar a Benghazi para ser el primero en saltar a la canasta de los rebeldes. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se apuraron a brindarle el honor y realizaron, la semana pasada en Estambul, la convención sobre el futuro de Libia. ¿Por qué? Dado que Turquía es un “frente” islámico, bueno y legítimo a los intereses de Occidente, Francia, Gran Bretaña e Italia, pretenden una rápida renovación del flujo de petróleo libio hacia ellos sin caer en la sospecha de neocolonialismo.

También están interesados en que Turquía se haga cargo de la carga económica y aporte, por lo menos, parte de los miles de millones requeridos para la reconstrucción de las infraestructuras civiles y de petróleo en Libia. Conviene poner atención y aprender la lección sobre el veloz cambio operado – en el tema Libia - por Turquía en pocos meses.

- En 2009, Turquía calentó sus relaciones con Irán pero, en el último tiempo, tuvo lugar un enfriamiento de esa relación. Los ayatolas chiitas en Teherán entendieron cuánto Turquía sunnita gana, comercialmente de las relaciones con ellos y vieron como corta cupones diplomáticos de la mediación en el tema nuclear iraní. Por el momento, lo ven como un competidor peligroso y una amenaza a la hegemonía regional que, Irán, intenta alcanzar y, en cierta medida, ya logró. En los últimos meses, el espíritu latente de Teherán se transformó en ira verdadera por la hostil posición, patrona y odiosa tomada por Erdogan hacia el régimen de Asad en Siria, el aliado y más importante dueño de los bienes de la República Islámica en la cuenca del Mar Mediterráneo y por el envío de armas que Irán intentó desviar a Siria por los cielos de Turquía.

- En el ámbito palestino, hace algunas semanas, Erdogan y Davutoglu, fracasaron cuando intentaron mediar y promover el obstruido proceso de conciliación entre Hamas y Fatah. Los egipcios son los promotores del proceso pero, los turcos, intentaron obtener algo de prestigio e influencia. Por eso, convocaron a Khaled Mashal y a Abu Mazen a Estambul, para sentar las diferencias entre ellos. Abu Mazen y Mashal fueron pero los turcos, ni siquiera, lograron reunirlos físicamente y, por supuesto, que no hubo diálogo sobre la base de las propuestas turcas.

- En el último tiempo, el colosal y más resonante fracaso del estado turco se vincula a las relaciones frente a la amenaza Siria –Turquía; Asad se abstiene y Ankara se cruza de brazos y espera. Incluso no impuso sanciones económicas efectivas y dolientes contra Siria, tal como hubiera podido hacerlo por su propia cuenta y sin dificultad a pesar que, el régimen alawita-chiita de Siria, masacra a los sunitas sirios, aliados naturales de Turquía, al tiempo que, en Turquía, temen que los kurdos rebeldes de su territorio, se nutran del estímulo por el éxito de los levantamientos sirios y el temor por los miles de refugiados que invadirán Turquía. Occidente hace uso de Turquía, como frente islámico, que brinda legitimidad al estrechamiento de presiones contra Asad. Pero no más que eso.



No recuerdo un solo éxito político que la política turca lograse cosechar. Surge entonces la pregunta, ¿Por qué es así? ¿Por qué un gran estado islámico, fuerte y exitoso económicamente, no logra transformar sus datos objetivos en una posición regional influyente? La respuesta puede resumirse en dos palabras; falta de autenticidad. Turquía, bajo la conducción de Erdogan, es una amiga no - confiable para su alianza y un rival no – seguro para quien se emplaza en su contra. Así, por ejemplo, en el año 2003, cuando el gobierno de Bush estaba a punto de invadir Irak, Erdogan se opuso a dar al ejército norteamericano el permiso para pasar por su territorio. Washington protestó. Envió representantes y propuso ayuda económica y militar a Ankara. Pero, el islamista Erdogan, no estaba dispuesto a ayudar a un país occidental contra el dictador islámico asesino, lo que convirtió la guerra de Irak en más cara y larga.

Con respecto a la verdad hacia los opositores, lo que ocurre ahora en el ámbito sirio-turco, habla por sí mismo. La falta de autenticidad del gobierno de Erdogan queda expresada en el intento turco por tomar, todo el tiempo, los dos lados del palo y desplegarlo, de lado a lado, del espectro político de acuerdo a la coyuntura y los intereses de corto plazo que demuestra Ankara en el mismo momento. Los ejemplos dan cuenta de ello.

Además, cabe destacar no solo la esencia problemática sino el estilo de la política turca, liderada por Erdogan. En lugar del silencio y la evaluación, adecuados a un líder de una potencia, confronta y amenaza como “matón de barrio”. La mecha corta y el estilo de expresión violento identifican a Erdogan quien dispara declaraciones extremistas para las que carece de capacidad militar o política, voluntad o intención de materializarlas o toma acciones ( de las que después se arrepiente por el daño que provocan) o intenta minimizarlos.

En los últimos años, Turquía demostró perseverancia en la hostilidad hacia Israel; una hostilidad en crecimiento. Cabe suponer que, se hubiera dirigido a La Haya por el bloqueo a Gaza y enviado su representante turco a la región, las cosas hubiesen sido diferentes.

A pesar de ello, el Estado de Israel debe aspirar a la reconstrucción de relaciones, dado que, Turquía, es importante para Estados Unidos y Estados Unidos es importante para nosotros. Las bases norteamericanas en Turquía constituyen una posición logística de avanzada para las fuerzas norteamericanas y las de la OTAN, que se encuentran en Afganistán e Irak y su importancia crecerán aún más como destino de desalojamiento y retirada de esas fuerzas. Turquía tiene influencia en la estabilidad del interior de Irak y, para impedir el asalto iraní, tras la retirada norteamericana. Es por ello, que es muy importante no posicionar a Washington en la situación en la que se vea quebrada entre sus compromisos con sus dos aliados en Medio Oriente.

Como aliada auténtica y estratégica de Washington, Israel debe, por ahora, bajar el perfil y minimizar – si es posible- los daños; minimizar sí pero no disculparse por el asunto de la flotilla y levantar con firmeza el guante legal diplomático, cada vez que Erdogan lo desvíe hacia nosotros.

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