lunes, 18 de agosto de 2014

Información, propaganda y horror


Entierro masivo en la localidad siria de Houla en 2012. Casi 180.000 personas han muerto en la guerra siria, 20.000 de ellos niñosEntierro masivo en la localidad siria de Houla en 2012. Casi 180.000 personas han muerto en la guerra siria, 20.000 de ellos niños
Asistimos estos días, bajo los efectos de la conmoción que producen las imágenes y los testimonios personales, a un nuevo enfrentamiento bélico entre las fuerzas militares del Estado de Israel y las facciones terroristas instaladas en Gaza, que se camuflan entre su población para ganar una batalla no armada (pues son conocedoras de su inferioridad), sino mediática ante la opinión pública mundial.
Un público que emocionalmente se posiciona con las víctimas de todo este desastre -y es completamente comprensible ante la invasión de imágenes sobrecogedoras- pero que de modo irracional opina, debate y acusa sin apenas tomarse la molestia, que requeriría mucho tiempo y auténtica predisposición científica, de consagrarse a la documentación, al estudio y a la reflexión. Sorprende, sin embargo, que las miles de víctimas inocentes en Siria, en Irak o en Afganistán, por citar algunos ejemplos, no conmuevan del mismo modo a nuestros ciudadanos, y que sus opiniones sean mucho más comedidas ante estos conflictos, en ocasiones totalmente ausentes del debate y, por supuesto, de las manifestaciones en las calles.
El hostigamiento, la persecución y la muerte que han afrontado y afrontan miles de cristianos en la zona, por ejemplo, no parece ser un tema tan conmovedor en las redes sociales. Cuando se diferencia tanto a las víctimas y el dedo acusador contra los responsables no se alza con tanta vehemencia en otros conflictos bélicos es porque emocionalmente se puede estar intoxicado de parcialidad y de sectarismo, lo que permite un maniqueísmo rampante en las conciencias de los que alzan la voz.
La superioridad militar que el Estado de Israel ha adquirido con el tiempo es indiscutible, resultado, no puede obviarse, de un entorno hostil y violento que ha perseguido, desde la aprobación de la primera resolución de las Naciones Unidas, la destrucción y aniquilación del país. En este debate público sobre la espiral de violencia generada a lo largo de todos estos años conviene recordar que la ausencia hoy de un Estado palestino reconocido jurídicamente por la comunidad internacional es producto de la intransigencia y de la agresión militar de los que apelan a la solidaridad con el pueblo palestino, entre ellos, sus propios dirigentes, los cuales, lejos de poseer una voz única, se han visto envueltos ellos mismos en secuencias de violencia y aniquilación del adversario.
Sobre esta cuestión bien pueden opinar los actuales gobernantes de Egipto, que han tenido que deshacerse literalmente de la amenaza del yihadismo islamista de los Hermanos Musulmanes, y que rechazan toda colaboración y apoyo a Hamás. O la lucha violenta de Jordania contra los terroristas palestinos instalados en su suelo durante el llamado Septiembre Negro.
Dado que los enfrentamientos bélicos convencionales, interestatales (guerras del 48, 67 y 73), no alcanzaron en su día los objetivos anhelados y ante el surgimiento de los movimientos terroristas perfectamente organizados, el Derecho Internacional ha tenido que dirimir sobre la legítima defensa y el uso de la proporcionalidad. Esto es, cuándo un Estado soberano debe responder, para proteger a sus propios ciudadanos de grupos armados que actúan impunemente contra objetivos militares a veces, y generalmente contra la población civil (como el enfrentamiento contra Hezbolá en el Líbano en 2006). Cómo afrontar el desafío de una intervención contra grupos terroristas que, lejos de situarse en núcleos precisos de bases paramilitares, que serían objetivos nítidos de ataque, se encuentran camuflados entre la población civil ocupando viviendas u hospitales (que, dicho sea de paso, ya están reconocido internacionalmente también como posibles objetivos), es una interrogante de no fácil resolución.
La tragedia del pueblo palestino no posee solo un fundamento, que es el que enarbolan los que apoyan su causa legítima y cuyos supuestos argumentos, y léxico, rozan no ya la crítica, también legítima, contra con el gobierno de Israel, sino el antisemitismo añejo, revestido de los elementos de la nueva judeo-fobia antiisraelí. En la tragedia participan muchas causas y muchos actores, que son conocidos, pero que en aras de la propaganda y con el fin expreso de mover la emotividad de la opinión pública, se omiten interesadamente.
La primera de ellas es la ausencia de un análisis sobre las consecuencias y los padecimientos de la propia población en Gaza por estar gobernados por un grupo terrorista. La segunda es tener en su seno no uno, sino varios grupos armados que utilizan las instalaciones civiles, sin ningún remordimiento de conciencia y sin evaluar las consecuencias del uso inapropiado de lo civil, incluida la población, como escudo. La tercera, la ausencia de un liderazgo único que permita al Gobierno de Israel tener un interlocutor válido para proseguir, reiniciar o retomar las conversaciones y las negociaciones para la paz y la creación de un Estado. La cuarta, la utilización del terrorismo como instrumento para perpetuar el conflicto. La quinta, el apoyo de gobiernos no democráticos a los grupos terroristas en la región, donde Israel es la única democracia reconocida aunque no les guste a todos. La instrumentalización de la causa palestina para los propios intereses políticos en la zona es uno de los asuntos nucleares ausentes en los debates. Y la sexta, las ocasiones históricas perdidas por los dirigentes palestinos para lograr la paz y poseer su propio Estado.
Si de verdad se quiere hablar en nombre de la justicia y se quiere apoyar con ella la justa causa del pueblo palestino, los portavoces de la propaganda, de la tergiversación de la realidad y de la difamación histórica (como cuando comparan el enfrentamiento bélico presente o Gaza misma con el Holocausto) tendrían primero que ponerse a estudiar concienzudamente si, de buena voluntad, quieren una aproximación a la verdad.
Alfredo Hidalgo Lavié es Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y  Profesor Ayudante en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.

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