miércoles, 27 de agosto de 2014

El peor destino posible para un periodista


Fuente: El Med.io

Por Michael J. Totten

25/8/14
 
El año pasado, cuando aún parecía que en Libia irían bien las cosas, planee mi segunda visita allí. Habría sido la primera que haría tras la caída de Muamar Gadafi.
Un periodista norteamericano que vivía en Bengasi me mandó un correo electrónico, en el que me decía que nos reuniéramos para tomar un café cuando llegara. Me gustó la idea, en parte porque me podía enseñar el lugar y presentarme a gente, pero, sobre todo, porque así no estaría solo en una ciudad extraña y potencialmente peligrosa. A nadie, ni siquiera a los corresponsales de guerra, le gusta estar solo en sitios así.
Entonces varios Gobiernos, incluido el mío, ordenaron a sus ciudadanos que salieran del país. Los occidentales se encaminaron a las vías de salida y las líneas aéreas europeas dejaron de volar a Trípoli. No me quedó más remedio que cancelar mi viaje. En aquel momento no estaba ocurriendo nada demasiado malo, pero algunas agencias extranjeras de inteligencia, incluida la CIA, habían llegado a la conclusión de que era probable que sucediera algo horrible, y que la gente como yo tenía que alejarse de allí.
No sabía qué era exactamente lo que les preocupaba, lo que no hacía más que empeorar mi ansiedad. Lo que temía más que nada era ser secuestrado. Me he arriesgado a que me disparen o a que me hagan saltar por los aires en diversas zonas en guerra, pero no iré a un lugar en el que corro  grave riesgo de que me atrapen unos terroristas. Hace tiempo que decidí que dejaría que unos aspirantes a secuestrador me pegaran un tiro en la calle antes que subirme a un coche con ellos, ni siquiera a punta de pistola.
Así que cancelé mi viaje a Libia y, en vez de eso, me fui al Líbano. Saber que tenía un colega y posible futuro amigo esperando en Bengasi no bastaba. Hay seguridad en las cifras, claro, pero nosotros, los periodistas, no podemos hacer mucho más para protegernos unos a otros. Pareció decepcionado, pero él también acabó por marcharse de Libia y se fue nada más y nada menos que a Siria.
Se llama Steven Sotloff, y fue secuestrado el pasado agosto por el Estado Islámico de Irak y el Levante. La semana pasada, el EIIL ejecutó ante las cámaras a nuestro colega James Foley, y dijo que el siguiente sería Sotloff. Él también aparece en el vídeo y fue testigo directo de la decapitación de Foley.
Nunca le conocí en persona, pero ahora no puedo dejar de pensar en Sotloff y de preocuparme por él. A veces me pongo físicamente enfermo. Íbamos a encontrarnos en Bengasi; estoy seguro de que nos habríamos hecho amigos. Ya teníamos amigos comunes y, créanme, pasar el rato con colegas en lugares peligrosos es algo que une. Publicó algunos artículos en esta misma revista [World Affairs Journal] porque le presenté por correo electrónico a los directores y al editor.
Al parecer, el EIIL exigió 132 millones de dólares como rescate a la familia de Foley antes de asesinarlo; una suma imposible. El Gobierno, por supuesto, podría pagarlo, pero no lo hará; pagar a los secuestradores no hace más que animar a que se cometan más secuestros y pone en peligro a más gente todavía.
En vez de eso, el Ejército estadounidense trató de rescatar a Foley, a Sotloff y a otros periodistas, de momento anónimos, que supuestamente están cautivos. La operación no salió bien; las víctimas estaban en otra parte.
Washington no puede pagar rescates, pero sí que puede y probablemente debe ofrecer una gran recompensa en dinero por información que conduzca a una exitosa operación de salvamento. Los secuestradores pueden tratar de recoger el dinero ellos mismos, lo que lo convertiría en un rescate bajo otra forma, pero hay una forma de evitarlo: matar a todos los secuestradores. No los detengan y los envíen a Guantánamo: mátenlos.
No me cabe duda de que Washington está buscando a Sotloff y a los demás ahora mismo. Enviarán hombres si creen saber dónde está. Ya lo han intentado al menos una vez. No nos queda más que esperar que tengan éxito antes de que sea demasiado tarde.
Entretanto, les digo a todos mis colegas: por amor de Dios, manténganse bien lejos de Siria.
World Affairs Journal

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