Un empate no es una derrota de Hamás
El movimiento islamista palestino sigue en pie y mantiene su control de Gaza, listo para rearmarse y volver a atacar.
Si se considera de forma objetiva, las salvas de celebración y las rituales declaraciones de victoria que ayer emanaban de Hamás tras aceptar un alto el fuego con Israel no son más que tonterías. La decisión del movimiento islamista de iniciar una nueva ronda de ataques en Gaza ha resultado ser un desastre tanto desde el punto de vista militar como del de los sufrientes palestinos que han pagado con sangre y con la destrucción de sus hogares el precio de este capricho. Pero sus fanfarronadas no son completamente absurdas.
Pese a que es posible que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no hay tenido muchas opciones reales aparte de aceptar el fin formal de las hostilidades, al emerger de 50 días de batalla con su control sobre Gaza intacto, Hamás se ha asegurado de que prosigan su desgobierno de la Franja y su permanente bloqueo de cualquier esperanza de paz.
La decisión de Netanyahu de aceptar el alto el fuego se debatirá enormemente en Israel, pero hasta los más indignados de sus críticos tendrán que admitir que las concesiones a Hamás han sido mínimas. Los términos –bajo los que se concede un ligero aumento en la entrada a Gaza de ayuda humanitaria y materiales, y una expansión de tres a seis millas de la zona en la que se permite faenar a los pescadores gazatíes– son, más o menos, un refrito del acuerdo de 2012 que puso fin a una anterior ronda de enfrentamientos. El bloqueo de Gaza no ha sido levantado. Israel tampoco ha prometido permitirles a los palestinos que construyan un puerto o un aeropuerto. Esas peticiones serán discutidas en negociaciones que, supuestamente, tendrán lugar el mes que viene en El Cairo, y junto a ellas se planteará por parte israelí la exigencia de que se desmilitarice Gaza. Eso supone que ninguno de los bandos va a obtener lo que quiere, lo que convierte a la guerra, pese a todos los logros militares israelíes y al catastrófico impacto sobre la población de Gaza, en buena medida en un empate.
No es algo de lo que pueda alardear Hamás. Inició las hostilidades cuando sus miembros secuestraron y asesinaron a tres adolescentes israelíes, y luego ha estado lanzando 4.000 misiles sobre Israel en los últimos 50 días, sin que ahora pueda decir que ha logrado mucho con el gasto de buena parte de su cuidadosamente reunido arsenal. Si bien una gran parte de la población israelí ha tenido que pasarse mucho de las últimas semanas yendo y viniendo de los refugios, el sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro ha neutralizado de manera efectiva la amenaza de los cohetes. Hamás también ha perdido la compleja red fronteriza de túneles en la que había invertido mucho del dinero que llega a la Franja procedente de donantes extranjeros. En vez de poder usar los túneles para llevar a cabo una atrocidad masiva en territorio de Israel, éstos acabaron siendo destruidos cuando las fuerzas israelíes invadieron la Franja.
Pero cualquier presunción de victoria por parte israelí es igual de vana que las de Hamás.
Incluso una leve disminución del bloqueo implicará, inevitablemente, que Hamás sea capaz dereponer parte de su arsenal de cohetes y de otras armas, o incluso de todo él. Tampoco hay nadie en la comunidad internacional, y mucho menos en Israel, que tenga la menor confianza en que cualquier salvaguarda vaya a evitar que los materiales de construcción que se permita entrar en la Franja para reconstruir casas, escuelas y otras infraestructuras civiles no vayan a acabar siendo empleados para reparar las infraestructuras militares de Hamás, incluidos búnkers para centros de mando, instalaciones de almacenamiento de cohetes y los dichosos túneles.
Todo ello supone que, la próxima vez que Hamás decida que es buen momento para volver a combatir, Israel volverá a estar donde estaba hace dos meses. Incluso si las Fuerzas de Defensa de Israel mejoran su capacidad para detectar túneles y el movimiento islamista palestino no descubre una forma de vencer al sistema Cúpula de Hierro, no es para nada una perspectiva que anime a un pueblo israelí exhausto tras todo un verano de conflicto. Un empate no es una victoria para ninguno de los bandos, pero cualquier resultado que deje en pie a Hamás, listo para volver a iniciar la lucha cuando decida, no puede decirse que sea una derrota para los terroristas.
En un próximo artículo hablaré de las implicaciones de este resultado para Netanyahu y para el futuro del conflicto.
* Escrito por Jonathan S. Tobin
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