“Los judíos forman un sector conocido por sus extraordinarias realizaciones. Suman un 0,2% de la población mundial, pero constituyen el 54% de los campeones mundiales del ajedrez, el 27% de los físicos laureados con el premio Nóbel en física y el 31% de los laureados en medicina”. En estos términos se inicia un artículo publicado el pasado martes (12 de enero) en el New York Times, firmado por David Brooks, uno de los principales columnistas de uno de los más conocidos y respetados rotativos del orbe. Esta destacada figura del mundo periodístico, que nada tiene que ver con el judaísmo, es considerada en cierto modo un conservador (aunque ha expresado su admiración por Barak Obama), ha escrito varios libros (uno de ellos denominado “Bobos in Paradise”) y además de su columna semanal, es editor principal del Weekly Standard, colabora con Newsweek y el Atlantic Montly y aparece frecuentemente en debates televisados.
Este indudable admirador de quienes tan frecuentemente somos censurados por ciertos medios incapaces de discernir el cariz real de la situación en el Medio Oriente, sigue citando sus laureles: “Los judíos forman el 2% de la población de los EE.UU., pero el 21% de los integrantes de las entidades superiores de estudiantes (Ivy League) y el 26% de los laureados con los premios del Centro Kennedy resulta que también son judíos”. Y no solamente eso, el 51% los laureados con el Premio Pulitzer en literatura no-ficción, el 37% de los directores cinematográficos y el 38% de los principales filántropos citados en Business Week también lo son. Bueno, hasta ahora no hay tema de discusión; las cifras son elocuentes. Y en realidad, algo de ello ya sabíamos.
El comentarista agrega que en su libro “The Golden Age of Jewish Achievement,” Steven L. Pease cita algunas de las razones que a su modo de pensar explicarían esos logros tan excepcionales. La fe judía estimula el progreso y la responsabilidad personal de cada uno. Se basa más bien en el saber y menos en lo ritual.
La mayor parte de los judíos se vieron obligados a dejar de ser campesinos en el medievo, y sus descendientes han tenido que saber sobrevivir gracias a su perspicacia. Han emigrado frecuentemente, llevando consigo múltiples energías y el deseo de progresar. Lo raro del caso es que el Estado de Israel no ha sido tan exitoso en los ámbitos en los que los judíos de la Diáspora tanto se han destacado; en lugar de dedicarse a la investigación y al comercio, los israelíes han tenido que dedicar sus energías en luchar y sobrevivir políticamente. Milton Friedman solía reírse que el nuevo Estado ha desdeñado los estereotipos judíos. Yo diría que las circunstancias impusieron al nuevo Estado la prioridad de sobrevivir primero. Lo demás, llegaría más tarde. Y creo que estoy en lo cierto. Pero véase como sigue el artículo:
Sin embargo, todo ello ha cambiado, escribe Brooks. Las reformas económicas de Biniamín Netaniahu, la llegada de un millón de inmigrantes judíos y la estagnación del proceso de paz han dado lugar a un cambio histórico. Los israelíes más dotados se han dedicado a la alta tecnología y al comercio, no a la política. Ello habría afectado negativamente la vida pública del país, pero ha vigorizado la economía.
Tel Aviv se ha convertido en una de las principales capitales mundiales de nuevas empresas llamadas startup. Israel tiene más entidades de esa índole per cápita que cualquier otro país del mundo. Encabeza la nómina mundial en la inversión en investigación y desarrollo civil. Es el segundo país luego de EE.UU. en el número de compañías listadas en el Nasdaq, la bolsa neoyorquina. Israel, que tiene siete millones de habitantes, atrae más inversiones en proyectos considerados “audaces”, en los llamado “venture capital”, que Francia y Alemania juntas.
Gracias al vigor de su economía Israel ha afrontado relativamente bien la crisis global. El Gobierno no tuvo que rescatar los bancos o realizar fabulosas inversiones a corto plazo. En lugar de ello, aprovechó la recensión para afianzar su economía invirtiendo en I+D así como en su infraestructura. Los analistas del Barclays Bank han escrito que Israel “es la historia de recuperación más firme” registrada en Europa, el Medio Oriente y Africa. A todo ello puedo agregar que los índices económicos recientes confirman que la economía israelí va en buen camino, a pesar de que el número de parados todavía es alto.
El éxito tecnológico de Israel es fruto del sueño sionista, escribe el columnista norteamericano. El país no fue creado para que algunos colonos se instalaran entre miles de palestinos enojados en Hebrón. Sino para que los judíos tuvieran un lugar seguro en donde estar y, además, idear cosas nuevas para el mundo.
Este cambio en la identidad judía tiene implicaciones a largo plazo. Netaniahu estima que Israel se convertirá el Hong Kong del Medio Oriente, y brindará beneficios económicos en todo el mundo árabe. Y ya hay síntomas que evidencian esa tesis en lugares tales como Judea y Samaria y Jordania.
Pero el autor estima que, todo por el contrario, ello puede aumentar el abismo ya existente entre Israel y sus vecinos. Todos los países hablan del anhelo de estimular una innovación. Algunas naciones enriquecidas por el petróleo han gastado miles de millones de dólares para crear centros científicos. Pero ello no es suficiente; se precisa también de cerebros creativos.
Por ejemplo, entre 1980 y 2000, los egipcios inscribieron 77 patentes en los EE.UU. Los saudíes, 171. Y, ¿los israelíes? No menos de ¡7,652!
Sin embargo, el artículo termina con una nota de advertencia. Afirma que los innovadores son las criaturas más móviles del universo. Si las cosas no andan bien, pueden buscar lugares más tranquilos. Si mañana hay inestabilidad en Israel, pueden que se trasladen a Palo Alto.
A mi modesto modo de ver, el último párrafo queda en tela de juicio. Lo he incluido para presentar la visión completa de un observador imparcial, que ve las cosas incluso de otro modo que nosotros nos atreveríamos a contemplar aquí, en Israel. Pero es un gran aliciente saber que hay quienes así lo estiman. Y pensar que el territorio de este país es tan minúsculo, que en un mapa mundo el nombre Israel se escurre del espacio disponible, para caer al mar. Pero solamente el nombre, que no quepa duda. Parece ser que lo grande no siempre implica lo mejor.
Moshé Yanai
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