Por David Brooks
Publicado el 11 de enero, 2010
Los judíos son un grupo con fama bien lograda. Componen el 0,2 % de la población del mundo, el 54 % de los campeones mundiales de ajedrez, el 27 % de los laureados con el Premio Nóbel en Física y el 31 % de los premiados en Medicina.
En Estados Unidos, representan el 2% de la población, el 21 % de los organismos estudiantiles de la Liga Ivy, el 26 % de los invitados al Centro Kennedy, el 37 % de los directores ganadores en el Academy Award, el 38 % de los filántropos que la lideran la lista del Business Week, el 51 % de los ganadores del Premio Pulitzer en no-ficción.
En su libro, “The Golden Age of Jewish Achievement”, Steven L. Pease enumera algunas de las explicaciones que la gente tuvo en cuenta para ese excepcional registro de logros. La fe judía alienta la convicción en el progreso y la responsabilidad personal. Se sustenta en aprendizaje. No en ritos.
En la Edad Media, la mayoría judía abandonó (o fueron forzados) la agricultura. Sus descendientes hicieron, desde siempre, uso de su ingenio. Con regularidad, migraron con la ambición y el ímpetu del emigrado. Se congregaban alrededor de encrucijadas y se beneficiaron, en esos sitios, de la tensión creativa endémica.
No hay una única explicación que verse sobre el récord de logros judíos. Resulta extraño que, Israel, no fuese, por tradición, más fuerte en ámbitos en los que judíos de la diáspora lo fueron. En lugar de investigación y comercio, los israelíes se vieron forzados a dedicar sus energías a la lucha y la política.
Milton Friedman utilizó, como broma, que Israel desaprobó todo estereotipo judío. La gente solía pensar que, los judíos, eran buenos cocineros, buenos gerentes comerciales y malos soldados. Israel demostró que estaban equivocados.
Pero eso cambió. Las reformas económicas de Benjamin Netanyahu, la llegada de un millón de inmigrantes rusos y el estancamiento del proceso de paz produjeron un cambio histórico. Los israelíes de mayores recursos se dedican a la tecnología y el comercio. No a la política. Eso tuvo un efecto de desgano en la vida pública de la nación, y vigorizó su economía.
Tel Aviv se convirtió en uno de los sitios, para emprendimientos, más destacados y aceptados del mundo. Israel tiene, por lejos, más proyectos de alta tecnología per capita que cualquier otra nación en la tierra. Es líder mundial en investigación y desarrollo civil. Segundo, detrás de EEUU, en la cantidad de compañías incluidas en Nasdaq. Israel, con siete millones de habitantes, atrae a tantos capitales de riesgo como lo hacen Francia y Alemania juntas.
Como escriben Dan Senor y Saul Singer en “Start-Up Nation: The Story of Israel´s Economic Miracle”, Israel ahora tiene un grupo clásico de innovación, un lugar donde los obsesivos de la tecnología trabajan en cercana proximidad, alimentando - unos a otros - ideas.
Por la fortaleza de su economía, Israel se curó de la recesión global razonablemente bien. El gobierno no tuvo que sacar de apuro sus bancas ni provocar, a corto plazo, una explosión. En su lugar, usó la crisis para solidificar, a futuro, la economía a largo plazo, mediante la inversión en investigación, desarrollo e infraestructura, elevando algunos impuestos de consumo, y prometiendo recortar, a mediano y largo plazo, otros. Los analistas de Barclays refieren que, Israel, tiene “la historia de recuperación más fuerte” de Europa, Medio Oriente y África.
El éxito tecnológico de Israel es la realización del sueño sionista. El país no fue fundado para que sus habitantes se sentaran, en medio de miles de palestinos enojados, en Hebrón. Fue fundado para que los judíos tuvieran un lugar seguro para reunirse y crear cosas para el mundo.
Este cambio en la identidad israelí tiene implicancias a largo plazo. Netanyahu predica la visión optimista: que Israel se convertirá en el Hong Kong de Medio Oriente, con beneficios económicos capaces de desbordarse dentro del mundo árabe. Y, de hecho, existen elementos que evidencian el apoyo a esa visión en lugares como la Margen Occidental y Jordania.
Pero, es más probable que, el salto económico de Israel hacia delante, amplíe la brecha entre éste y sus vecinos. Todos los países de la región hablan sobre fomentar la innovación. Algunos estados petroleros ricos gastan billones tratando de construir centros de ciencia. Pero, lugares como Silicon Valley y Tel Aviv, son creados por la confluencia de fuerzas culturales, no con dinero. Las naciones circundantes no tienen la tradición del libre intercambio intelectual y creatividad técnica. Por ejemplo, entre 1980 y 2000, los egipcios registraron 77 patentes en EEUU; los saudíes, 171, y los israelíes, 7.652.
El boom tecnológico crea una nueva vulnerabilidad. Como planteó Jeffrey Goldberg de The Atlantic, esos innovadores son las personas más móviles del planeta. Para destruir la economía de Israel, Irán no tiene, en verdad, que lanzar un arma nuclear sobre Israel. Sólo tiene que fomentar la suficiente inestabilidad de manera que, los empresarios, decidan que tienen una mejor propuesta en Palo Alto, donde muchos ya tienen contactos y hogares. Los judíos americanos solían mantener, en caso que la cosa fuese mal, un pie de apoyo en Israel. Ahora los israelíes tienen un pie puesto en EEUU.
Durante la década de nefastas premoniciones, Israel se convirtió en una historia de éxito sorprendente, y de alta movilidad.
Fuente Cidipal
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