Caracterizar relaciones entre un grupo disperso entre las naciones con una entidad soberana como el Estado de Israel, no es tarea fácil. Las características comunes de ambas entidades son menos destacadas que las que las separan. Una está influenciada por el medio en el que se encuentren sus componentes, su idioma, su cultura, su historia, aún cuando se asuman como un grupo colectivo, el otro va creando su propia identidad influenciado únicamente por el mundo globalizado. La de uno se pierde en la influencia de la mayoría, la del otro se crea, por primera vez en siglos, como mayoritaria. Los judíos de la dispersión se asimilan a la mayoría de los habitantes de sus países aunque no lo deseen. Los de Israel, por ser mayoría, permiten que las minorías, aún los no judíos, se asimilen al grupo mayoritario. Unos, para festejar sus propias fiestas deben pedir permisos, o sufrir del ser distintos, los otros, unifican sus festejos históricos, personales y familiares con los de la Nación.
Es obvio que sea cual fuere el criterio para determinar la identidad del grupo disperso, tan discutida aún en nuestros días, no puede compararse con la que asume un ente político nacional, un país soberano, un Estado organizado.
Quizás aquí se encuentre oculta la principal razón que dificulta el diálogo entre las partes. Ambas usan otros códigos para significarse y otras lenguas para comunicarse. Sus destinos son diferentes y su experiencia personal cotidiana no puede compartirse.
Cuando en el año 1898 la convención rabínica de los Reformistas en Pittsburg, Estados Unidos, declaró que el pueblo judío no era una nación sino un “pueblo del pacto”, fijaron también para quienes no comparten su filosofía, un marco que serviría posteriormente para reglar sus relaciones con el Estado aún no nato en aquel entonces. Paradójicamente, su pensamiento fue lentamente abandonado por sus líderes en los últimos 60 años, pero, fue adoptado por la ultra-ortodoxia aunque por razones distintas, incluso diferentes de las de la Ortodoxia política que al inicio del Sionismo se opuso al Sionismo. Su contrapartida desde Israel fue el pensamiento de anular la diáspora y desconocerla como parte de lo que podría existir como nación independiente. Ideología que fue abandonada en los últimos decenios por la mayoría de los pensadores israelíes, que hoy aceptan que vivir fuera de Israel puede ser una alternativa, aunque cada vez se separe más del centro espiritual, político y religioso del pueblo judío. El pensamiento de Pinsker en su Autoemancipación, que en su momento causara una revolución en la reflexión, fue paralizado en un mundo de gran dinámica y pocos lo siguen. El antisemitismo de los inicios del siglo XXI es también diferente, aunque no menos peligroso, que el que existió en los siglos pasados antes y durante la Shoá. En aquel entonces, el peligro del islamismo fanático no existía o estaba en estado latente, hoy amenaza a la cultura de Occidente y en más de un caso a la seguridad física de los judíos se encuentren en cualquier lugar del mundo. Algunos judíos de la Diáspora culpan a Israel de causarlo, como si la desaparición del Estado, les pudiera dar mayor seguridad. Mala memoria, tienen quienes así opinan. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el peligro más latente para los judíos de la Diáspora era su desaparición espiritual, la poligamia y su aculturación alejada de los valores judíos y del cumplimiento de los preceptos, amenazas prácticamente inexistentes en Israel. En nuestros días, el peligro de ataques físicos se suma a los anteriores.
La gratificación que algunos sentían hasta ahora, cuando ayudaban económicamente a Israel, cosa que les permitiría un tipo de reconocimiento y de sedación de la conciencia, va careciendo cada vez más de importancia para aquellos que no supieron convertir esa actitud en una verdadera asociación de destinos. No es sorpresa que las instituciones nacionales que tradicionalmente asistían a los judíos se vean cada vez menos dispuestos a colaborar con los programas que les presentan desde esos países. El dinero no sigue dando legitimidad para la identidad.
La creación del pensamiento judío en los países de la dispersión no consigue brindar aportes significativos al judaísmo, pese a que en ciertos países, en particular los Estados Unidos, hay una dinámica de creación literaria y social, pero, su aporte al cambio al progreso en la filosofía es pobre y escaso. En Israel, la renovación no cesa.
Aún en el terreno de la creación religiosa propiamente dicha, no ha habido en los últimos siglos una cantidad tan grande de alumnos de yeshivot y de rabinos que en sus Responsas tengan la capacidad y la aceptación de crear normas fundamentalmente en los espacios de conflicto entre las pautas religiosas y los problemas de la vida cotidiana. Sus fallos crean jurisprudencia entre los rabinos israelíes y llegan con enorme atraso a los países de la dispersión cuyas autoridades espirituales, no tienen ni el conocimiento ni la seguridad en sí mismos para innovar en esos o en otros temas. Cuando en Israel temas como fecundidad, trasplantes, conversiones, y soluciones diversas a problemas de la técnica para que no se contradigan con las normas religiosas avanzan diariamente, en los países de la diáspora, ni siquiera se debaten, y lamentablemente tardan demasiados años para ser aceptados creando dolor, desconocimiento y distanciamiento. La revolución de la mujer en el judaísmo, por ejemplo, está aún muy lejos de llegar a los países de habla hispana.
Esa inseguridad provoca encerramiento y como siempre promueve a condenar lo desconocido y lo lejano, provocando un precipicio en los tiempos que fortifican el distanciamiento en el espacio y en la vivencia. Como simples muestras, podemos citar el año sabático que en estos momentos se cumple para el descanso de la tierra en Israel y el cumplimiento de los preceptos inherentes a la Tierra de Israel completamente borrados de la tradición de los años del exilio, la manera en la que se conmemoran los días especiales como Iom Hashoá, Iom Hazicarón y el mismo Iom Hatzmaut, que aún no ha alcanzado una forma unánimemente practicada en Israel y que no necesariamente son evocados de ninguna manera por la mayoría de los judíos en los países de la dispersión, ni en forma privada ni asistiendo a los actos comunitarios.
Es hora de construir un puente unidireccional desde la dispersión hacia Israel, para que en consecuencia pueda trasladar la orientación de Sión a los judíos del mundo. No sea que en tiempos de globalización, donde todas las distancias se acortaron, la que existe entre los judíos de los países del mundo respecto a Israel, se hagan inalcanzables. Si no nos apuramos, en poco tiempo más tendremos dos unidades totalmente distintas que no podrán seguir comunicándose entre sí. Fuente GUYSEM INTERNATIONAL
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