lunes, 4 de enero de 2010

Ahmadinejad en Brasil: un visitante no grato


AHMADINEJAD EN BRASIL: UN VISITANTE NO GRATO

POR JULIAN SCHVINDLERMAN - COMUNIDADES 25/11/2009

No cualquier estadista llega a gozar de un 80% de aprobación popular; menos aún en su segundo mandato. Más extraño todavía es que el político afortunado desista de buscar una reforma constitucional que permita su reelección. Pero así es Luiz Inacio Lula da Silva, el presidente más popular (no populista, como aclaraba poco tiempo atrás Rodrigo Mallea en La Nación Revista) de la historia brasilera de los últimos tiempos.

Brasil acaba de obtener una banca no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, además de haber sido designado asiento de la Copa Mundial de Fútbol 2014 y sede de los Juegos Olímpicos 2016; algo sin precedentes para América Latina. A estos logros políticos (¿alguien duda de que el deporte y la política estén entremezclados?) hay que agregar los económicos: durante los últimos cinco años su PBI creció al 4,7% anual y expertos han estimado que la economía brasilera mantendrá esa tasa anual para la siguiente década. Lo usual en América Latina es que sus naciones reciban préstamos de entes financieros internacionales. Sin embargo, este año Brasil prestó diez mil millones de dólares al FMI. Confiado, Lula pronosticó que Brasil será la quinta economía mundial para el 2020. “Estamos cansados de ser el país del futuro”, afirmó recientemente. “El siglo XXI es el siglo de Brasil”.

Por sus notables éxitos económicos y creciente peso político global, Brasil con justicia ha sido equiparado a la India, China y Rusia. Pero el país tiene una asignatura pendiente en el campo de la protección mundial de los derechos humanos, lo que genera un contraste lamentable con su accionar de otro modo ejemplar. Tal como Andrés Oppenheimer ha documentado, las votaciones de Brasilia en el Consejo de Derechos Humanos de los últimos meses la ha dejado del lado de los estados totalitarios y alejada incluso de sus pares latinoamericanos. Cuando Cuba presentó una resolución para desactivar el seguimiento de los derechos humanos en Sri Lanka, Brasil eligió abstenerse. También se abstuvo al votarse una resolución iniciada por África tendiente a detener las investigaciones de la ONU en la República del Congo. Otro tanto hizo Brasil cuando se trató una resolución relativa al monitoreo de la situación de derechos humanos en Corea del Norte. (Afortunadamente, votó contra Sudán en una reciente votación en el Consejo de Seguridad). A este récord deben sumarse elogios desubicados por parte de Lula a su par venezolano (“Chávez es sin duda el mejor presidente venezolano de los últimos cien años”), loas a Fidel Castro por su “rol histórico”, y el prematuro reconocimiento del resultado -en rigor, fraude- electoral en Irán, sumado a la disposición de Lula de recibir “con honores” al presidente Mahmoud Ahmadinejad.

Por tratarse del líder de una nación teocrática, promotora de terrorismo regional e internacional, represora domésticamente, patrocinadora de insurgencias radicales en El Líbano, la Franja de Gaza, Afganistán e Irak, negadora del Holocausto, incitadora a la comisión de un genocidio contra un estado-miembro de la familia de las naciones, y en contravención de resoluciones de la ONU por su programa nuclear ilegal, la visita de Ahmadinejad marca un nadir en el estándar humanitario de Brasil. Las políticas extremistas del régimen ayatollah han despertado condena no solamente en Washington y Jerusalem, sino que han unido a Londres, París y Berlín en pos de una contención de Irán. Las naciones árabes sunitas, a excepción de Siria y Qatar, han expresado preocupación por el avance nuclear de Teherán. Las incursiones de Irán en América Latina -en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua principalmente- han suscitado inquietud. En esta coyuntura, ¿por qué habría Lula de conferir prestigio protocolar a un dirigente localmente despreciado y universalmente cuestionado?

La política es el arte de lo posible, y Lula no está actuando extrañamente en un mundo signado por la realpolitik. Pero el abandono de la causa de los derechos humanos, las alianzas con jefes de estado demagogos de la región, y los recibimientos de honor a presidentes repudiables, ensombrecen un liderazgo de otro modo estelar.

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