Visitantes de Tierras Lejanas
Por Julián Schvindlerman
VEINTITRES INTERNACIONAL - Noviembre 2009 Año 4. No. 48
De repente luce como si América Latina y el Medio Oriente no quedaran tan lejos. Casi simultáneamente han visitado la región los presidentes de Israel, Irán y la Autoridad Palestina; situación por demás atípica. Cualquier otra coincidencia de presidentes mesoorientales en las Américas (por decir, de Marruecos, Túnez y Omán) sería llamativa, pero la presencia casi al mismo tiempo en el Hemisferio Occidental de los presidentes de tres entidades tan crucialmente centrales para la realidad del Medio Oriente -e incluso, internacional- no puede menos que causar sorpresa e intriga. El presidente israelí Shimon Peres visitó Brasil y Argentina; su par palestino Mahmoud Abbas fue a esos dos países más Chile y Venezuela; el líder iraní Mahmoud Ahmadinejad viajó a Brasil, Bolivia y Venezuela. Todos lo hicieron durante la segunda quincena de noviembre. En lo que respecta a los presidentes palestino e israelí al menos, estamos habituados a verlos realizar visitas de estado a Asia, Estados Unidos, Europa y otros lugares; al presidente iraní podemos hallarlo en Siria o Sudán…¿Pero en América Latina? ¿Con que propósito han venido? ¿Por qué ahora? ¿Y por qué casi al mismo tiempo? Para responder a estas preguntas será necesario primero comprender la situación política de cada uno de estos tres actores internacionales, la interrelación que los vincula, y a partir de allí interpretar sus intereses posibles en tierras hispanas.
La República Islámica de Irán
En la actualidad, Irán está siendo cada vez más ampliamente considerado un estado-paria. Su opacidad y obstinación en el desarrollo de un programa nuclear clandestino lo ha puesto de bruces contra la familia de las naciones y ha fomentado su aislamiento en la comunidad global. La fuerte represión oficial contra manifestantes pro-democracia luego de las últimas elecciones presidenciales abiertamente fraguadas ha generado condenas universales y reforzado la marginación de Teherán.
En el año 2002, un grupo opositor al régimen Ayatollah denunció la existencia de un programa nuclear secreto en Irán. Alarmado, Occidente temió que éste tuviera una finalidad militar. La República Islámica aseguró que el mismo tenía fines civiles y pacíficos. Durante el período 2003-2005 la tríada conformada por Berlín, Londres y París lideraron una política de diálogo con Teherán; la cual no condujo al freno del mentado programa nuclear. En el año 2005, la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) determinó que Teherán violó el Tratado de No-Proliferación y al año siguiente derivó el dossier iraní al Consejo de Seguridad. Desde entonces cinco resoluciones fueron adoptadas en su seno instando a Irán a detener el enriquecimiento de uranio (a determinado nivel de enriquecimiento el uranio es empleado en la producción de bombas nucleares) y otras tres rondas de sanciones fueron impuestas sobre Irán (aunque, para lograr la aprobación china y rusa, con poder de veto, éstas fueron débiles). En todos estos años el gobierno iraní reafirmó su voluntad de avanzar con su proyecto nuclear, conforme ha documentado Bret Stephens en The Wall Street Journal: “Irán…debe ser reconocido por la comunidad internacional como miembro del club nuclear”, dijo en el año 2003 el entonces Ministro de Relaciones Exteriores Kamal Kharrazi; “Definitivamente no podemos parar nuestro programa nuclear y no lo pararemos”, aseguró en el año 2005 el ex-presidente Hashemi Rafsanjani; “Hace unos años, dijeron que debíamos detener completamente todas nuestras actividades nucleares. Ahora miren donde estamos hoy”, observó en octubre del corriente el presidente Mahmoud Ahmadinejad. Esta actitud desafiante contribuyó decididamente a la marginación de Irán. Estados Unidos y Europa ven con preocupación la situación, y estas aprehensiones son compartidas -si bien no siempre publicitadas- por el mundo árabe sunita (a excepción de Siria y Qatar) que mantiene disputas históricas con el chiísmo iraní.
En un contexto de creciente aislamiento regional e internacional, Teherán salió en busca de nuevas alianzas. América Latina se transformó así en una zona apta para el cultivo diplomático. Desde que asumió el poder en el año 2005, Ahmadinejad realizó cuatro visitas a Latinoamérica en las que visitó cinco países: Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Brasil. A su vez, recibió en Teherán a los presidentes Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega y al canciller brasilero Celso Amorín. Firmó acuerdos económicos, abrió embajadas, forjó estrechos lazos personales con líderes de la región y gradualmente fue ganando presencia política y económica en el continente descubierto por Cristóbal Colón. Cada espacio ganado por Irán es un espacio ganado para el movimiento terrorista Hizbullah cuyas células ya han golpeado en la Argentina y podrían hacerlo nuevamente en otras partes en el tiempo y forma en que los Ayatollahs lo consideren apropiado. La creación de una base de represalias contra intereses israelíes y estadounidenses ante un eventual ataque militar a sus instalaciones nucleares podría ser un objetivo iraní en esta región; a la vez que actuar de contrapeso a Washington en su zona de influencia, a modo de correspondencia a la injerencia norteamericana en el Medio Oriente. El reciente tour diplomático a Latinoamérica, entonces, debe ser visto en el marco de esta política de apertura hacia nuevos horizontes en la búsqueda de objetivos claros, con el aditamento singular de que, en virtud de su peso regional y cada vez mayor trascendencia global, de ser seducido Brasil por el encanto iraní, éste sería el trofeo político por excelencia para las aspiraciones de Teherán aquí.
La Autoridad Nacional Palestina
Fatah -órgano central de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), establecida en 1964, y de la Autoridad Palestina (AP), creada en 1994- ha estado compitiendo con el Movimiento de Resistencia Islámico (Hamas), surgido en 1987, por más de veinte años por controlar el destino del nacionalismo palestino. La victoria electoral de Hamas en la Franja de Gaza en el 2006 y la expulsión violenta de Fatah por parte de sus hombres al año siguiente dejaron a la AP fracturada geográfica y políticamente en dos entidades separadas: Gaza, controlada por Hamas, y Cisjordania, controlada por Fatah. A pesar de ser un movimiento fundamentalista sunita, Hamas es desde hace unos pocos años patrocinado por Irán, lo que implica una intromisión chiíta iraní en los asuntos domésticos palestinos. Por años Egipto ha intentado mediar un acercamiento entre las partes con magros resultados. Los esfuerzos en pos de lograr un gobierno de unidad nacional similarmente fracasaron, elecciones nacionales no han podido hasta el momento ser llevadas a cabo debido a la falta de cooperación de los islamistas de Hamas, y dada la pobre gestión de Abbas -sucesor del mítico Yasser Arafat- comenzaron a surgir serios cuestionamientos a su capacidad de liderazgo. En semejante clima, el presidente de la AP amenazó con renunciar; lo que dejaría al vocero del Consejo Legislativo Palestino y miembro del Hamas, Aziz Dweik, al mando de la AP.
Asimismo, el proceso de paz con los israelíes está estancado, al estar la AP fisurada políticamente. El premier Binyamin Netanyahu definió los lineamientos de una paz posible con los palestinos en éstos términos: a favor de un estado palestino, necesariamente desmilitarizado, con realización del derecho al retorno fuera de las fronteras de Israel, y con Jerusalem como capital indivisa del estado judío. Abbas rechazó estas condiciones. Al no poder mostrar avances en el frente interno ni en el externo, y cada vez más asediado políticamente, el presidente palestino planteó la idea de declarar unilateralmente al estado palestino. Ello ya había sido intentado en el pasado sin éxito alguno. Luego del colapso de las tratativas de Status Final en Camp David en el año 2000, Arafat visitó treinta y siete capitales haciendo un lobby intenso en pos de la misma idea para regresar a Ramallah con mucho millaje acumulado y ningún respaldo político. Con anterioridad, en 1988, Arafat había declarado unilateralmente la independencia palestina…en Argelia. Los rusos y los países árabes y musulmanes otorgaron su reconocimiento, pero sin la validación de Europa y Estados Unidos, por no decir Israel, el acto permaneció en el plano simbólico exclusivamente. Esta vez Abbas no cosechó mejores resultados tampoco. El Ministro de Relaciones Exteriores sueco, Carl Bildt, cuyo país ejerce la presidencia rotativa de la Unión Europa (UE) indicó: “Quisiera poder estar en la posición de reconocer a un estado palestino, pero debe haber uno primero, así es que creo que ello es de algún modo prematuro”. De manera análoga se manifestó el Departamento de Estado de Estados Unidos a través de su vocero Ian Kelly: “Apoyamos la creación de un estado palestino, pero estamos convencidos que debe ser conseguido a través de negociaciones entre dos partes”. Israel por su parte anunció que respondería de manera inequívoca al unilateralismo palestino.
Fue en esta atmósfera que el asesor presidencial Saeb Erakat informó que Abbas partiría rumbo a Latinoamérica en busca de apoyo a su declaración unilateral. El presidente palestino deseaba obtener en la región el apoyo que no pudo lograr en el resto del mundo libre. Cabe suponer que también estaría interesado en escuchar de primeras fuentes qué estarían hablando los israelíes y los iraníes por aquí, dado que la AP tiene relaciones tensas con ambos. Además, es posible que Abbas necesitara transitoriamente salir al extranjero para descomprimir el descontento local con su persona. Entre tangos y caipirhinas quizás encontraría algo de paz.
El Estado de Israel
Con todo lo problemático, desgastante y complicado que el conflicto que Israel tiene con los palestinos pueda ser, el desafío fundamental -no solamente a su seguridad nacional sino a su misma existencia- sin embargo proviene de Teherán. Ante la amenaza nuclear de Irán, las disputas con Ramallah empalidecen en gravedad. Aún sin cejar en sus esfuerzos por la paz con los palestinos, Jerusalem comprende que la nación que más puede jaquear su destino no yace al otro lado de la Línea Verde sino a unos mil quinientos kilómetros de distancia. Fue allí, después de todo, donde se organizó una conferencia titulada “Un Mundo Sin Sionismo”, donde se llevó a cabo una competencia internacional de caricaturas negadoras del Holocausto, donde en los desfiles militares se han exhibido misiles con consignas que llaman a la destrucción de Israel, y desde donde el presidente iraní ha pedido que se borre a Israel del mapa, ha anunciado que aquél país está “camino a la aniquilación” y profetizado que “el régimen sionista ha llegado a su fin”. Para los israelíes, la Conferencia Internacional para la revisión Global del Holocausto, efectuada en Teherán en diciembre del 2006, fue un momento revelador. Como aptamente observó el comentarista Yossi Klein Halevi, al haber reunido Irán en su tierra a los más rancios antisemitas globales para negar el genocidio más documentado de la historia -al mismo tiempo en que intentaba persuadir al mundo entero de su cordura- marcó el momento en que en Jerusalem ya no hubo más cabida, si es que alguna vez la hubo, para fantasear con la noción del diálogo racional con Teherán.
El 14 de diciembre de 2001, a dos meses de los atentados del World Trade Center, la por entonces segunda máxima autoridad en la república islámica, el ayatollah Hashemi Rafsanjani, anheló públicamente que “el mundo del Islam estuviere debidamente equipado con las armas que Israel tiene en su poder” puesto que “la aplicación de una bomba atómica no dejaría nada en Israel pero la misma cosa sólo produciría daños en el mundo musulmán”. Esta no es una frase que los israelíes puedan fácilmente olvidar, ni tampoco debieran. El estado judío ya debió combatir militarmente en dos ocasiones con organizaciones fundamentalistas apañadas por los ayatollahs y apostadas en sus fronteras. Irán no posee fronteras geográficas con Israel, pero sí tiene fronteras militares con esta nación a través del Hamas en la Franja de Gaza y del Hizbullah en el sur del Líbano. En los años 2006 y 2009, el ejército israelí debió responder a las agresiones que estas agrupaciones lanzaron desde territorios evacuados unilateralmente por los israelíes con anterioridad. Las contiendas fueron convencionales, pero podrían dejar de serlo sí y cuando Teherán cruzara el umbral nuclear. En ese hipotético pero no improbable escenario, la totalidad del cálculo geoestratégico regional cambiaría radicalmente.
A la luz de esta realidad, luce razonable asumir que las incursiones iraníes en América Latina no escaparon a la atención israelí, y que las recientes visitas de alto nivel diplomático a nuestra región son resultado directo de esa preocupación. Solamente en el año corriente, aterrizaron en Latinoamérica procedentes de Israel su canciller (visitó Brasil, Argentina, Perú y Colombia); su Ministro de Seguridad Pública (visitó Panamá y Costa Rica); su Ministro de Infraestructura (visitó Ecuador y Paraguay); su vice-Ministro (participó, por primera vez, en Honduras de la cumbre de la OEA); y su Presidente (visitó Argentina y Brasil). El viaje de Shimon Peres fue oficialmente presentado en el marco de la promoción turística (lo acompañó el Ministro de Turismo) y económica (arribó una impresionante comitiva empresarial), y es claro que estos asuntos fueron parte central de la agenda. Al mismo tiempo, Peres no desperdició la oportunidad de alertar repetidas veces sobre el peligro que encarna Irán. En una de tales ocasiones, con la presidente Cristina Kirchner a su lado, recordó que la República Islámica de Irán tiene por Ministro de Defensa a quien perpetrara el ataque contra la AMIA en 1994 y preguntó si acaso alguien se sentiría cómodo con la idea de que semejante hombre tuviera armas nucleares en su poder. Israel goza de fuertes lazos históricos con muchos países del continente y con muchos de ellos mantiene ricas relaciones diplomáticas, culturales y económicas. No obstante, el escenario inquietante planteado por la creciente penetración iraní en esta área puede explicar el renovado interés israelí por las Américas.
Conclusión
América Latina se ha transformado en un territorio tentador para el proselitismo político mesooriental. Ello abre un abanico de oportunidades y desafíos singulares para una región tradicionalmente alejada de -y en consecuencia insuficientemente familiarizada con- las vicisitudes del Medio Oriente. Surge la posibilidad de un mayor protagonismo global para una América Latina usualmente centrada en sus propios asuntos. Este novel relieve global, sin embargo, conlleva una cuota de mayor responsabilidad en el ejercicio de las decisiones soberanas. En tanto los conflictos del Medio Oriente se abren camino en tierras hispanas, resta por conocerse hacia que destinos finales -felices o ingratos- la región elegirá dejarse llevar.
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