Parashah VAETJANÁN
B.H.N.’V.
El presente Shabat inaugura un nuevo tiempo, el de la esperanza. El tiempo que conjuga todo el sentir y el pensar de nosotros, los seres humanos, en el transcurso de nuestro vivir.
Ha quedado atrás el día que recorre el herido cuerpo de Israel a lo largo de centurias, cuando Su Casa se vio destruida y su exilio comenzó a instalarse entre las más distantes y distintas geografías. Hablamos del 9 de Ab, cuando la desgracia pareció desquitarse, generación tras generación, del pueblo judío, penetrando en él y dejando la huella más dolorosa e inquietante: los motivos de la destrucción habrá que buscarlos, paciente y sabiamente, ante todo en nosotros, en cada uno de los que integramos la Casa de Israel, en cualquier lugar.
Decíamos que este Shabat nos abre una puerta muy simple, aunque difícil de traspasar: la que permite alcanzar el consuelo -con integridad de nuestro cuerpo y alma- de la capacidad de volver a crear, de volver a creer, de volver a crecer. Eso también depende de nosotros y no solo del tiempo. Esta semana inauguramos un período de Siete Semanas,
Siete Sábados donde la meta parece lejana, distante, tanto tal vez como los eventos que siempre recordamos (y debemos recordar) pero que, indefectiblemente, nos llevarán en el calendario -no solo de nuestras vidas- hacia el Nuevo Año, el Bereshit, a Volver a empezar si se quiere, y sin ser nosotros los mismos, ni en nuestros hechos ni pensamientos. Estas Siete Semanas nos depositarán en la fragilidad de un Nuevo Tiempo que se inicia, llamado Rosh HaShaná, donde toda la esperanza confluye en un solo día.
“Vaetjanán”, “Y rogué al Todopoderoso en aquel tiempo…”, son las palabras que dan nombre a nuestra perashá. Moshé -nuestro maestro de venerada memoria- es quien habla. Su pueblo, al que amó, condujo, cuidó y atesoró cual niño, lo escucha. ¿Cuál fue la súplica de Moshé? “Pasaré -te ruego- ahora y veré la buena tierra...”. Moshé Rabenu se dirige a Su Creador en un último intento por ingresar a esa amada, soñada tierra de Kenáan que el Todopoderoso se dispone a dar en manos de los Hijos de Israel. Sabemos ya que el Decreto Divino había establecido un fin, una suerte de límite a la función de Moshé y de su hermano Aarón, el Sacerdote. No serían ellos quienes harían ingresar al pueblo judío a su tierra, sino la nueva generación junto a su nuevo líder, Ieoshúa.
Sin embargo, Moshé Rabenu lo intenta una vez más. Al decir de nuestros sabios, Moshé rezó a D’s quinientas quince plegarias (¡como el valor numérico de la palabra Vaetjanán!) y así y todo no fue correspondido.
El lector, con seguridad, se preguntará: Si Moshé, con su grandeza y dimensión moral, no lo logró, ¿cuánto podré lograr yo al aproximarme a D’s, con toda mi pequeñez y diminuta dimensión comparado con Moshé?
Francamente, parece tener razón, pero la lógica deja espacios para otros pensamientos, un poco menos lógicos, pero no por ello menos relevantes. Ante todo, sugieren nuestros sabios, “aunque una espada filosa penda de tu cuello, jamás desesperes de la piedad de D’s”. Algo no muy distinto de la afirmación frecuente, aunque a menudo no creída, que dice que la esperanza es lo último que se pierde, ¿verdad?
Moshé Rabenu viene a enseñarnos, hoy y cada día, que la tarea de ser judío debe ser hasta “el cansancio”. Aun cuando sintamos que “no vale la pena”, o “que todo ya fue dicho o tal vez hecho”, siempre emerge una luz que anida en el pedido, en la súplica, en el ruego, en el corazón que nunca se da por vencido.
Moshé quiere enseñar a la generación venidera que un intento no alcanza y que, más allá del “resultado final”, hay algo que vale por sobre todo: mi palabra, mi pedido, mi insistencia por aquellas cosas que son mías, o que han depositado en mí, para que puedan, en el correr del tiempo, conjugarse en esperanza.
Somos un pueblo que lleva plantada en el alma la canción de la esperanza: Hatikvá no es sólo un himno, es la esencia misma del pueblo judío, que jamás se ha dado “por vencido”.
Allí está Moshé, nuestro maestro de bendita memoria, plantando entre nosotros la eternidad en un día: Shabat Vaetjanán, es su ruego por la tierra, su enseñanza para la vida.
Rab. Mordejai Maaravi. Rabino oficial de la OLEI
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