domingo, 22 de agosto de 2010

OBAMA Y LA POLEMICA DE LA MEZQUITA


18/8/10

El presidente Barack Hussein Obama se ha pronunciado a favor de que se construya una mezquita en los aledaños de la Zona Cero en Manhattan. Y lo ha hecho con motivo de la cena del iftar que la Casa Blanca ofreció al comienzo del Ramadán.

Siendo significativo el momento elegido para pronunciarse, lo más relevante, no obstante, fue su argumentación para aceptar la construcción de la mezquita "Casa Córdoba": en primer lugar, la defensa de la libertad de culto; segundo, entender que el rechazo a dicha construcción se debía a una reacción irracional causada por "los traumáticos acontecimientos del 11-S". Ambos argumentos dicen mucho del actual inquilino de la Casa Blanca pero nada bueno.

Primero, no se está poniendo en peligro la libertad religiosa, ni se va impedir que los musulmanes de Manhattan recen cuanto quieran. Ya lo hacían en decenas de mezquitas antes del 11-S y lo siguieron haciendo después de aquellos ataques. Nadie dice que no lo hagan ahora, sólo que se respete el lugar donde Estados Unidos sufrió su mayor ataque terrorista a manos de unos islamistas.

Y ese es el principal problema del presidente Obama: que él no ve la Zona Cero como un lugar que consagrar al recuerdo de las víctimas del ataque terroristas más dañino de toda la historia, ni como símbolo de los valores contra los que atentaron los secuaces de Bin Laden. Como él mismo ha dicho, el 11-S "fue un acontecimiento traumático", no un ataque, no un acto de guerra; una idea muy en línea con su teoría de que un atentado terrorista es un "acontecimiento de destrucción por causas humanas".

Pero su segundo razonamiento (el efecto traumático) es tan falaz como el primero. Bill Kristol lo ha desmontado con precisión en las páginas de su Weekly Standard: los americanos no reaccionaron irracionalmente, movidos ciegamente por el dolor, tras el 11-S. Al contrario, sopesaron las posibilidades y pusieron en marcha una estrategia destinada a mermar las capacidades de los yihadistas que querían acabar con Estados Unidos.

Debra Burlingame, cofundadora de la asociación "Familiares de las víctimas del 11-S por una América segura", ha expuesto su rechazo a las palabras de Obama y lo que implican de una forma mucho más directa y cruda: "demoler un edificio que ha sido inutilizado por uno de los dos aviones secuestrados por los terroristas para construir un centro islámico sólo dará alas a aquellos que entienden esto como la ratificación de su misión violenta y divina, esto es, la extensión de la sharia y la subyugación de la gente libre". O sea, que de servir a los moderados nada de nada, sino a los radicales a los que se dice querer combatir.

Y es que aquí, en esta triste historia, el único traumatizado parece ser Barack Hussein Obama. Entre creer en un islam moderado que no existe y los yihadistas que sembraron dolor y destrucción el 11-S prefiere irracionalmente lo primero. Dice creer en un islam como religión de paz, pero eso es porque no sabe nada de Historia. Lo mismo que cuando afirma que el islam ha realizado una gran contribución a la Historia americana.

El islam no ha extendido sus fronteras nunca de forma pacífica, sino a sangre y fuego. Es la única religión que bendice el exterminio de los infieles y que predica la esclavitud o la muerte para quienes no se rindan ante su ley. Es más, lo que Obama tampoco parece saber es que el islam construye sus mezquitas allí donde ha vencido. El minarete no es un símbolo de cercanía al altísimo, es la pica de la victoria.

La Casa Córdoba no es una edificación cualquiera: será expresión de la superioridad islamista sobre sus víctimas. Será la aceptación de nuestra inferioridad, de nuestra derrota. Y por ello hay que oponerse a su construcción. No se trata de un problema de sensibilidad, es un asunto estratégico.
Fuente: Diario de America

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