domingo, 29 de agosto de 2010

Artículo recomendado en Diario de América


Por Charles Krauthammer

Es duro ser un adulador de Obama en los tiempos que corren. Tu héroe pronuncia un discurso con motivo del Ramadán apoyando rotundamente la construcción de un centro islámico y mezquita en la Zona Cero de Nueva York. Tu corazón rebosa y estás emocionado hasta afirmar que es el momento más noble del Presidente Obama, su gesto de mayor valentía.

Por desgracia, al día siguiente, a un paso de 800 millas, Obama explica que sólo hablaba de la legalidad del asunto y no de la inteligencia del mismo -- a lo cual no emite, y no emitirá, ningún juicio.

Quedas como un idiota porque ahora Obama no ha dicho nada exactamente: nadie cuestiona el derecho a construir; el debate entero gira en torno a la conveniencia, la decencia de hacerlo.

No hace falta ningún valor para disfrutar del aplauso de una audiencia musulmana mientras prometes defender con firmeza su derecho a construir una mezquita, dando la inequívoca impresión de que apoyas la idea. Lo que precisa de valor es pedir a continuación a esa audiencia respetuosamente que reflexione sobre el sentido del proyecto, y que considere si el presunto objetivo de entendimiento interreligioso del imán no se alcanzaría mejor aceptando la oferta de ayuda del gobernador de Nueva York para encontrar otro enclave.

Donde flaqueó el presidente, sin embargo, la clase intelectual de la izquierda intervino con entusiasmo, redactando docenas de columnas pro-mezquita caracterizadas por una frenética unanimidad, escasos recursos a los argumentos y una dificultad singular para tratar analogías.

Michael Kinsley, del Atlantic, fue característico al argumentar que los únicos motivos posibles para oponerse a la mezquita de la Zona Cero son los prejuicios y la demagogia. Bueno, entonces, ¿qué me dice de que el Papa Juan Pablo II ordenara el cierre del convento carmelita de Auschwitz? Desde luego no puede haber nadie más inocente de ese delito que esas devotas monjas.

¿Cómo explica Kinsley esta notable demostración de sensibilidad, esta orden de rezar -- pero allí no? Ni siquiera aparenta analizar. Simplemente afirma que la decisión es algo que "confieso que nunca llegué a entender".

¿Eso es lo que quería demostrar? ¿Está perplejo o nos está invitando a elegir entre su autoridad moral y la de una de las figuras morales más respetadas del siglo XX?

Por lo menos Richard Cohen intenta hacerse con la cuestión de lo sagrado y la sensibilidad en el Washington Post. Los resultados, sin embargo, no son agradables. Reconoce que plantar un centro cultural japonés en Pearl Harbor sería ofensivo, pero a continuación desecha la analogía con la Zona Cero porque el 11 de Septiembre fue simplemente "un acto criminal, cometido por alrededor de una veintena de samuráis enloquecidos".

La torpeza de esta magnitud sólo puede ser deliberada. No eran dementes. Eran agentes metódicos con objetivos y nervios de acero.

Tampoco eran criminales independientes. Eran la punta de lanza, y de más éxito, de un movimiento mundial de islamistas radicales con células en todo continente, con apoyo financiero y teológico mundial, con un masivo brazo propagandístico y mediático, y con una constelación de simpatizantes locales, como en el noroeste de Pakistán, que les protegen y les amparan.

¿Por qué libra Estados Unidos guerras con Predator en Pakistán y Yemen, pincha miles de conversaciones y transacciones financieras a diario, y participa de operaciones militares contra musulmanes radicales en todos lados desde las Filipinas a Somalia -- a causa de 19 dementes, todos los cuales fallecieron hace nueve años?

El islam radical no es, en ningún sentido, la mayoría del islam. Pero con sus financieros, sus clérigos, sus propagandistas, sus formadores, sus líderes, sus agentes y sus simpatizantes -- -- según una estimación conservadora, dispone de la fidelidad del 7% de los musulmanes, es decir, más de 80 millones de almas -- es una corriente muy poderosa dentro del islam. Ha alterado el rumbo de naciones y afectado las vidas de millones. Es la razón de que cada aeropuerto de Occidente sea un campamento militar y de que todo país esté en alerta constante.

La Zona Cero es el lugar del atentado más letal de ese movimiento mundial, que consiste por completo de musulmanes, actúa en nombre del islam y está profundamente enraizado en el mundo islámico. Son hechos deplorables, pero hechos al fin y al cabo. Y ese es el motivo de que plantar un monumento al islam en este lugar no sea solamente insensible sino provocador.

Igual que a la población de Japón hoy no se le ocurriría plantar su bandera en Pearl Harbor, a pesar del hecho de que ningún japonés de menos de 85 años tiene alguna responsabilidad posible en esa infamia, los representantes del islam contemporáneo -- la aplastante mayoría de cuyos fieles son igualmente inocentes de la infamia cometida el 11 de Septiembre en su nombre -- deben de ejercer un respeto comparable a lo que hasta Obama llama suelo sagrado.

© 2010, The Washington Post Writers Group

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