De golpe, las lágrimas de un ministro irrumpen en el escenario donde nunca lloran los guerreros. Es la sala del choque dialéctico, la mirada cruzada entre bancadas opositoras, allí donde la carnaza política adquiere dimensiones de debate parlamentario. Y de golpe, el ministro llora. Acaban de agradecerle sus servicios a la causa pública, que es la forma pedante de jubilarle del cargo. Y no se sabe si por dolor o por sorpresa, o por nostalgia recién adquirida, el ministro deja escapar, por un momento, al hombre que lleva dentro. Es bueno que los ministros lloren, porque a veces sólo parece que se ríen de nosotros. Pero este ministro en concreto, cuyas lágrimas provocan el minuto de oro del cambio de gobierno, no será despedido con lágrimas en muchos de los países que gozaron y sufrieron de su pesante presencia.
No sé si llorará por él Fidel Castro o el rey de Marruecos o Hugo Chávez, gentes poco dadas a dar la mano a los caídos y mucho menos a llorarlos. Pero deberían, porque Miguel ÁngelMoratinos se ha significado en los últimos tiempos –¿por eso ha caído?– por hacerse arrumacos incomprensibles con todos ellos. Y la guinda ha sido la bochornosa situación en que ha quedado el Gobierno de Zapatero a raíz del escándalo del etarra Cubillas, con Hugo Chávez haciendo una sonora butifarra a las peticiones españolas, con el tal Cubillas teniendo la desfachatez de hablar de derechos humanos y con un embajador venezolano que, como si fuera la versión castiza de cualquier libertador de pacotilla, se ha paseado por Euskadi escupiendo a las víctimas de ETA. Y el Gobierno mirándoselo.
Lo último de España con Chávez es también el último escalafón de una vergüenza cósmica que no podía mantenerse so pena de quedar como unos auténticos mequetrefes. Y algo de culpa ha tenido en ello un Moratinos demasiado blando con el chavismo, demasiado bizco con sus desmanes, demasiado callado con sus provocaciones. Pero ha habido más. Por ejemplo, el oxígeno que Moratinos dio a un castrismo agonizante, cuyos únicos aliados naturales son, en estos momentos, China, Irán y la propia Venezuela. Es decir, lo mejor de cada casa. El viaje del ministro a Cuba, donde se negó a reunirse con los disidentes, y su empecinamiento en quebrar la posición única europea sobre la dictadura, fue uno más de sus errores de bulto. Y luego la cereza marroquí, que ha culminado la imagen de país diletante, asustadizo y presto a condescender con aquellos que lo provocan sin demasiados complejos. La política exterior del Gobierno Zapatero nunca fue demasiado eficaz. Pero corría el riesgo, en los últimos tiempos, de parecer un cachondeo. Por eso algunos –quizás muchos– contemplamos las lágrimas del ministro con un cierto desapego. Por supuesto, respetos al hombre en su momento de emoción. Pero al ministro, perdonen la claridad del bolero, pero... que le vaya bonito.c
Fuente: La Vanguardia- España
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