miércoles, 14 de enero de 2015

QUE NOS HAN DECLARADO LA GUERRA
Por Marcelo Kisilevski
La guerra contra el terrorismo islámico no se parece a las guerras tradicionales que el mundo ha conocido. Eso no significa que haya que tratar los atentados en París -o en Siria o en Gaza o en Montevideo- como delitos comunes a ser combatidos por Starsky y Hutch o por CSI. La mirada europea post-colonial, en la que uno mismo es culpable de la agresión del otro, es lo que está haciendo perder a Occidente la batalla.
En su canción Padre, interpretada en español y en catalán (Pare), Joan Manuel Serrat nos hablaba ya en 1973 de la lucha contra la contaminación ambiental, y denunciaba el maltrato humano a nuestro planeta. Su último verso era un llamado desgarrador y claro a la vez: Pare, deixeu de plorar, que ens han declarat la guerra.
El hecho de que sea una guerra no tradicional, con el ejército regular de un país enfrentando en un campo abierto al de otro, no significa que no se trate de una lucha para la que hay que estar preparados, y dar la batalla. Las guerras tradicionales así descriptas ya no existen, y sobreviven solamente en dos lugares: en la Convención de Ginebra y en el cine. La conciencia y la lucha por salvar al planeta, recién ahora han llegado a una masa crítica, cuarenta años después de la canción inolvidable de Serrat. Eso no significa que se haya ganado. Con el islam radical, la perspectiva pareciera ser mucho peor.
En esto pensaba cuando escuchaba a una panelista del programa radial Weekend en la BBC de Londres, que advertía contra la definición de “guerra contra el terrorismo” en un panel sobre los eventos de esta semana en París: “No nos fue muy bien en la vuelta anterior con esta definición”, decía segura. “No es una guerra. Son crímenes, debemos combatirlos con la policía y el sistema judicial”.
Es posible que no nos haya ido bien en la vuelta anterior, si la panelista se refiere a la respuesta norteamericana al 9/11: las guerras en Afganistán e Irak. Tal vez por haber sido guerras contra el terrorismo que EEUU y Occidente intentaron traducir a guerras tradicionales. Cuando en realidad, la guerra contra el terrorismo es y debiera ser otra cosa. Pero eso no significa que se deba combatir a Al Qaeda y a ISIS como si fueran otras expresiones de Dexter, el asesino serial de la tele.
Es decir, no significa que Occidente no esté en guerra contra el terrorismo islámico radical, por una sencilla razón: el islam radical es el que ha declarado la guerra a Occidente. La naturaleza de una lucha o una guerra, la define el agresor. Y usted, señora panelista de la BBC, puede no creer en guerras santas, pero cuando el islam radical le declara una, eso es exactamente lo que tiene encima. Puede no escuchar la declaración, si no quiere, pero el resultado es el que ya está a la vista.
No es por un mundo mejor
¿Y qué es exactamente lo que está a la vista? Ben Dror Yemini lo resume bien este fin de semana en Yediot Ajaronot. “El atentado no fue una protesta contra la discriminación o por los derechos de los musulmanes”, escribe. “No fue contra la desocupación o la alienación. Los jihadistas no luchan por un mundo mejor. Luchan contra todo el que es distinto de ellos. Luchan para erigir una entidad islámica oscurantista”.
Yemini explica que después de los atentados en EEUU en 2001 hubo más atentados: en Madrid, en Londres. Desde entonces, el islam radical se ha hecho más fuerte. En 2013, 18.000 personas fueron asesinadas en atentados terroristas islámicos, un 60% más que en 2012. En 2014 pasaron los 30.000. En paralelo con los atentados en París, hubo esta semana otros en Yemen, Nigeria, Siria e Irak. En Montevideo, agregamos nosotros, la embajada de Israel tuvo que ser evacuada.
La mayoría de las víctimas son otros musulmanes, pero el terrorismo jihadista ya anida fuerte en los países occidentales. Los perpetradores de principios del milenio no eran los más discriminados y pauperizados de la tierra. Al contrario, eran jóvenes existosos que crecieron en especial en Occidente, con su cerebro lavado de una ideología que destila sólo odio. Ahora ocurre lo mismo, con una diferencia: entonces eran unos pocos, hoy son cientos de miles.
Yemini trae un dato inquietante. Los jihadistas, dice, no son la mayoría de los musulmanes, por supuesto. Pero no hace falta que sean mayoría. “El problema es que el apoyo a la instauración de la Sharía en los países del mundo libre, aun por la fuerza, es mucho más alta. Ya no se trata de unos pocos porcentuales. Hay diferencias importantes entre un sondeo y otro, pero el promedio señala porcentajes de dos dígitos. Más entre los jóvenes que entre los adultos. Eso significa que millones de musulmanes en el mundo libre, en especial jóvenes, apoyan el objetivo supremo de la Jihad: la creación de un Califato Islámico.
El Síndrome de Estocolmo
“La reacción del mundo libre es la debilidad. La capitulación. La industria de las justificaciones. Los musulmanes carecen de toda responsabilidad de lo que les sucede ni de sus ideas, no en los países musulmanes ni en las comunidades musulmanas de París, Londres o Estocolmo. Pues son pobre gente. Viven bajo la opresión y la discriminación. Esto no es corrección política. Es el Síndrome de Estocolmo: justificar al agresor. Ramas enteras de las ciencias sociales en las universidades del mundo libre se hicieron adictos a la escuela post-colonial que, dicho en resumen, señala con el dedo acusador a Occidente, a EEUU, al sionismo. Miles salieron a las calles en el último verano para apoyar a Hamás, una organización jihadista cuyos líderes declaran abiertamente que su meta final no es el fin de la ocupación sionista (en Cisjordania y Gaza solamente, MK) sino la conquista islamista de todo el mundo libre. A esta corriente pertenecen miles de académicos y periodistas. Creen en sus propias vanalidades…
“Cuando musulmanes decentes -y los hay por millones- intentaron decir que los extremistas representan un peligro, fueron acallados. Cuando el líder más importante del islam sunita, el jeque Yusuf Qardawi, fue invitado a una visita oficial en Londres, fueron los musulmanes los que advirtieron al alcalde, Ken Livingston, que se trata de un hombre peligroso que instiga a la radicalización. No sirvió de nada. Qardawi fue recibido con alfombra roja. Francia, dicho sea de paso, no le autorizó la entrada”.
Con amigos como estos…
El problema, como señala el columnista de Yediot, es que los únicos que están reaccionando en Europa contra el peligro islamista radical son partidos de ultra derecha. Véase el caso de Marine Le Pen en Francia, que obtuvo el 32% de los votos en agosto, o el Partido de la Libertad en Holanda, que empató al partido de gobierno, o las manifestaciones de Pegida (“Patriotas contra la islamización de Occidente”) en Alemania, donde no queda claro si luchan contra la islamización o si sus manifestaciones son de racismo puro contra los musulmanes.
“La respuesta a la debilidad conciliadora del mundo libre no es la extrema derecha”, sentencia Yemini. “El problema es que el mundo libre no ha hallado el punto de equilibrio correcto entre una lucha mucho más firme contra los jihadistas y sus seguidores, y un desbarrancamiento hacia el racismo contra todos los musulmanes”.
Por ahora, dice Yemini, “la batalla está perdida”. “Así como luego de una década y media desde los atentados terribles, la jihad se convirtió en algo mucho más fuerte y la radicalización creció, es de suponer que tampoco el atentado en París conllevará cambio alguno. Pero a no desesperar. Hace falta, en cambio, una mirada dolida de la realidad. Sólo cuando ello ocurra, será posible hablar de alguna posibilidad de cambio”.
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