Por George Chaya
En uno de sus últimos discursos del año, el presidente Obama declaró que su administración ha avanzado notablemente en relación a una solución definitiva del conflicto palestino-israelí. El presidente dijo que: "las partes involucradas, especialmente el gobierno israelí y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) deben aprovechar esta oportunidad única para hacer realidad la creación de un estado palestino mediante la adopción de medidas efectivas para normalizar las relaciones entre árabes e israelíes. Según Obama, nunca se han tenido en cuenta cuestiones fundamentales como la pobreza, los malentendidos y los agravios históricos hacia el mundo árabe-islámico de allí que las brechas del pasado no pudieron acercarse y se profundizaron los problemas. Las palabras del presidente han sido grandilocuentes y arrancaron el aplauso de los demócratas que necesitan continuar creyendo en una administración que ha ido perdiendo reputación internacional con el devenir de su gestión en política exterior.
Lo cierto es que “si la cosa es así de simple” como señala el presidente Obama, entonces los medios de comunicación, los académicos, los expertos en resolución de conflictos e incluso los especialistas en relaciones internacionales y asesores estratégicos gubernamentales han estado tratando con el mundo árabe-musulmán por los últimos 50 años basados en paradigmas incorrectos y de manera equivocada, han sido ineficaces en sus estrategias y no han sabido abordar los problemas del Oriente Medio. Y ahora, por suerte, el presidente Obama ha venido a iluminar tanta oscuridad de Occidente en la materia. Pero la realidad es que infravalorando elementos claves y esenciales como la importancia que se atribuye en la cultura árabe sobre aspectos idiosincrásicos como “el honor”, “la vergüenza” y “la abrumadora sensación de victimismo que impregna aquellas sociedades”, todo lo dicho por Obama debería generar más estupor que aplausos.
Cuando se pasa por alto elementos tribales y aspectos que forman parte de la idiosincrasia misma de los pueblos, por ejemplo “las lealtades del clan” o se desconoce deliberadamente la importancia atribuida a “detentar y retener el poder absoluto”, o se ignora “la frustración histórica del imperialismo yihadista”, todo lo que se diga en cualquier discurso pasa a ser irreal y se agota en un puñado de buenas intenciones sin soluciones concretas.
En otras palabras, a lo que refiero es “a la negación de lo crucial para entender la mentalidad de la contraparte”, algo que el actual gobierno estadounidense y muchos líderes de la Unión Europea parecen reacios a hacer. Ellos dicen que se ocupan específicamente de Irán y puede que así sea, “pero lo hacen mal”, y lo peor es que no lo reconocen ni lo reconocerán, lo que implica además, que los dictadores y déspotas árabes del Oriente Medio disponen de carta blanca en sus acciones porque el foco de los esfuerzos (supuestamente) es Irán y porque los paradigmas que rigen la política exterior de los Estados Unidos en el Medio Oriente están totalmente desencontrados con los paradigmas que actualmente rigen las acciones de los enemigos jurados de la civilización judeocristiana.
La actual administración estadounidense y varios lideres europeos-occidentales no han podido internalizar objetivamente (en casi medio siglo) la idea central de que los líderes árabes-islámicos ven cualquier compromiso con Israel como una pérdida catastrófica de fortaleza, reputación y credibilidad, pues cualquier acuerdo de paz supondría reconocer al Estado Judío como un enemigo digno, cuando (en su cosmovisión) debe ser considerado un grupo inferior que debe ser suprimido o sometido a la dhimmitud. Cambiar esta idea arabo-integrista significaría un golpe al honor que resulta intolerable por razones culturales, sociales y políticas, y cualquier líder árabe-islámico que intente hacerlo, se enfrentaría (en el caso mas extremo) a ser asesinado y en otros casos (menos severos) a perder reputación y caer en la humillación, lo que equivale a perder credibilidad política y en consecuencia a la perdida del poder.
Cuando hablamos del conflicto en aquella región se debe tener claro que el concepto occidental de exigir a un líder suscribir un código moral y ético no funcionará jamás con el liderazgo actual iraní o con las dictaduras árabes en general, la elaboración de un "contrato social" o la legitimidad derivada del voto popular en una democracia conocida como se la entiende en el mundo libre no resiste ningún paralelo o análisis en la visión de los regímenes y las organizaciones integristas donde cualquier crítica u oposición constituye “una herejía”. La práctica del juego político en aquella parte del mundo, nace y adquiere entidad desde una “única posición” que no es otra que desde la fuerza, y ello en la idea de que sólo se hará una concesión si es absolutamente seguro que hacerla consolidará e incrementara el poder del gobernante que la efectué. Los occidentales deben comprender que si un gobernante árabe-islámico piensa que su adversario obtendrá la más mínima ventaja a través de una medida de tal naturaleza, nunca habrá de ceder un ápice en su actitud de poder, simplemente porque ello será visto como un signo de sumisión o debilidad que habrá de configurar “vergüenza y deshonor” en el gobernante que efectúe tales concesiones y sus desgracias alcanzaran a su familia y descendencia. La familia y los deudos de Anwar Al-Saddat pueden dar fe de ello.
Occidente desconoce pautas básicas de la idiosincrasia de su oponente en las cuales se reconoce como única y legitima forma para restaurar el honor perdido el derramamiento de la sangre del enemigo, especialmente si el enemigo es israelí, cuyo estado es considerado una anomalía en la región. Este panorama a través del devenir histórico regional debería haber generado reflexiones en gobernantes occidentales, pero ello no sucedió y hay demasiados ejemplos por citar, pero para ser breve mencionare solo la retirada israelí de Gaza, las consecuencias son conocidas por todos y vienen a demostrar que el juego en el Oriente Medio es de fuerza, lo que equivale a decir que es: matar o morir. Cualquier tipo de concesión es debilidad y sumisión. El presidente Obama y sus socios occidentales deberán comprender algún día que en este tipo de guerra, las negociaciones no funcionarán ya que la solución se define en términos rígidos “de suma cero” y la idea central del yihadismo militante es: “nosotros ganamos, ellos pierden”, o “si ellos ganan, nosotros perdemos”. Como resultado, la verdad ha sido la primera victima de este tipo de guerra y la razón pertenece de forma absoluta y sin apelación a quienes dominen la maquinaria propagandística.
A estas alturas Obama debería saber que los palestinos no pueden reconocer a Israel sin sufrir una pérdida insoportable de su honor y sin ser humillados por los demás estados árabes-islámicos. Mientras que Israel no puede ceder más territorio sin garantías concretas de seguridad y de su reconocimiento como Estado judío. Teniendo en cuenta estas dos realidades diametralmente opuestas, la idea lanzada por el presidente de los Estados Unidos y los europeos de "dos estados para dos pueblos" (en las condiciones actuales) es una entelequia “de suma cero. Obama debe entender que esos regímenes están dispuestos a "negociar" sólo después de haber derrotado y establecido su superioridad sobre sus enemigos. Contrariamente a la opinión de los diplomáticos occidentales" que expresan el deseo de hablar a pesar que no entienden que ello se interpreta en la cosmovisión yihadista como un signo de falta de voluntad de ganar. La comprensión de esta mentalidad y el frustrado imperialismo religioso (yihadismo), explica por qué Hamas y Hezbollah no están dispuestos a negociar ningún acuerdo con Israel e insisten en su intención de destruir el estado judío.
En resumen, tanto América como Europa se han esmerado por transmitir a sus enemigos un mensaje de debilidad, temor e indecisión y ello ha configurado un gravísimo error en la búsqueda de una paz genuina. El presidente Obama y sus diplomáticos pueden argumentar que el diálogo es necesario para aclarar malentendidos y reparar las injusticias de un pasado real o imaginario pero sus enemigos seguirán viéndolo de otra manera e interpretándolo como “una falta de voluntad de ganar”. Sólo cuando Estados Unidos recupere su poder de disuasión y restablezca su aura de invencibilidad estará en condiciones de lograr la seguridad que busca y lo mismo para Israel. Entonces podrán establecer una paz verdadera con sus enemigos. Obama no debería olvidar que Israel logró sus tratados de paz después de duras guerras, y ello fue así porque demostró que pudo vencer las más feroces dictaduras socialistas árabes (y de no haber sido de esa manera no hubiera sobrevivido), Obama debería saber que si ello no hubiera sido así, no habría sido posible firmar ningún tratado de paz. Y allí encontraran las razones aquellos escépticos de por que “la paz fría” con Egipto y Jordania se mantiene, mientras que el proceso de paz con las fuerzas yihadistas esta estancado.
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