Pilar Rahola
Me acuso de no aguantar a este tipo y a su pesada familia, cuya tendencia a sobreactuar en todas las televisiones, fotos y escenarios posibles lo está convirtiendo en un político realmente artificioso, permanentemente preocupado por decorar su imagen. Mi antipatía no deriva de la exhibición pública que hace de su familia –tendencia recurrente en toda la política norteamericana– sino del abuso impúdico de esa exhibición. Las niñas Obama, la mamá Obama, el perrito Obama –que ocupó la agenda política y televisiva del presidente durante todo un día– y el propio señor Obama salen a todas horas (más allá de su actividad profesional), en todos los programas posibles, hasta el punto de que, después de pasearse por Barrio Sésamo, sólo les falta hacer un cameo en Friends o presentar el Weather Channel. Lo último ha sido la imitación barata de la famosa foto de 1963 de John Kennedy jr., atisbando su pequeña figura debajo del despacho de su presidencial padre. Si aquella mítica foto evocaba una etapa y un estilo nuevo en la Casa Blanca, la foto de Sasha emulando la misma instantánea respira una notable falsedad. Primero, porque resulta evidente que la niña está puesta con calzador, tan forzada en la escena, que casi parece introducida en Photoshop. Y segundo, porque conecta con la estudiada operación Kennedy de los Obama, no en vano los Kennedy son lo más parecido –en versión yanqui– a una aristocracia europea. Como nada respira espontaneidad en esta presidencia, sino una estudiada planificación escénica, no es tampoco casual que, recién desaparecido el último grande de los Kennedy, aparezca esta foto que los evoca tan rotundamente. Ya sé que la política es imagen y que la imagen de un político, en tiempos de relativismo conceptual, pasa fundamentalmente por el artificio escénico, pero tengo la impresión de que a los Obama se les está yendo la mano. Acabarán hartando por pesados.
Nobleza obliga recordar que personalmente nunca acabé de creerme al personaje. No porque no me gustaran sus ideas, cuya música me sonaba bien, sino porque nunca fueron claras. Más vendedor de titulares que ideólogo, y mucho más artificioso que auténtico, Obama no respiraba espontaneidad, sino una inequívoca planificación de cada paso, de cada emoción, de cada foto. Como si actuara segundo a segundo, conocedor del arte de vender. Como si fuera, por tanto, un actor de la política, antes que un líder. Y el uso y abuso de su familia sólo confirma la radiografía que personalmente me he hecho del personaje. Para expresarlo en comparativa, Obama es lo contrario de Sarkozy: puede que el segundo peque por exceso de "naturalidad", pero parece un tipo auténtico, tan real como las debilidades que muestra. Obama, en cambio, es repipi de tan perfecto. Y, precisamente por ello, nada en él parece sincero.
Fuente: La Vanguardia-España
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