lunes, 15 de marzo de 2010

Abraham bar Hiyya‏

Abraham bar Hiyya, junto con Abraham ben Ezra y Moshé Sefardí, como se viene diciendo, es uno de los que se encargaron de transmitir a Europa la gran ciencia judía y árabe andalusí y, concretamente, de la Marca Superior y zaragozana. Tuvo como sobrenombre (no se sabe por qué) el de ha-Nasi y fue conocido entre los latinos como Abraham ludaeus o Savasorda (apócope derivado del titulo árabe Sahib al-surta o jefe de la policía). Nació en Barcelona alrededor del año 1065. Casi nada se sabe de su vida salvo que residió e impartió sus enseñanzas en Castilla, Sur de Francia, Soria, Lérida, Huesca y Zaragoza. En estas últimas debió hacer algo más que enseñar: debió acumular su saber científico en esta zona de la Marca Superior.
También como Abraham ben Ezra y Moshé Sefardí fue un polígrafo que abarcó varias ramas de la ciencia como la astronomía y matemática, a la vez que practicó la filosofía. Compuso obras astronómicas como el Sefer ha­’ibburo Libro de la intercalación, obra que figura como la más antigua referida a las normas para calcular el calendario del año hebreo. De astronomía también es su Surat ha-’eres o La forma de la tierra que constituye el primer tratado en hebreo de geografía astronómica. Igualmente figura en esta línea el Hesbón mahalak ha­kokabim o Cálculo del im o Cálculo del curso de los astros, que es como una segunda parte de la obra anterior. De geometría trata el Hibbur ha-mesiha w’hatisboret, Tratado de las áreas y medidas, que fue traducido al latín por Platón de Tívoli en 1166 pasando a ser luego uno de los libros fundamentales de matemáticas en la Europa cristiana.
Como obras filosóficas hay que citar Higayón ha-nefes o Meditación del alma y Megillat ha-megalé, El libro revelador. Por fin, como obra enciclopédica general de exégesis, filosofía, matemáticas, astronomía, música y óptica compuso Yesodé ha-tebüna u-migdal ha ‘emúná o Fundamentos de la inteligencia y torre de la fe, del que sólo nos han llegado fragmentos. Estos, así como la obra anterior y el Tratado de áreas y medidas, fueron traducidos por Millas Vallicrosa.
A la vista de su producción no cabe duda de que su labor de enseñante cumplió los mismos objetivos que los de Abraham ben Ezra entre las comunidades judías y cristianas de Europa y los de Pedro Alfonso entre las cristianas. Bar Hiyya. lo hizo no sólo en Europa sino en la propia Sefarad, concretamente en el círculo intelectual zaragozano y catalán. Gracias a estos lideres de la ciencia y de la filosofía, el nuevo saber árabe y judío empezó a instalarse en el Occidente cristiano, tras fermentar en los
propios círculos judíos.
Las líneas generales de su pensamiento filosófico podrían sintetizarse de esta manera: Ante todo, la tarea princpal del hombre es la del autoconocimiento por medio del cual se llega al conocimiento de Dios, meta final de todo ser dotado de razón. Es el geostiseauton que los musulmanes toman como punto de partida interpretando el dicho del Profeta «aquel que se conoce a su Maestro» y que los judíos lo hacen al leer el versículo de Job «a partir de mi cuerpo veré a Dios», Con lo cual el principio griego adquiere un valor de precepto religioso. Esta introversión lleva a que la filosofía parta de la consideración del hombre mismo para llegar a la cosmovisión que le es propia al modo como antes vimos lo hizo Isaac Israelí. Así, a la vista de la constitución del hombre, se aboca a la visión hilemórfica y metafísica de la composición de materia y forma de los seres.
Ahora bien, este hilemorfismo, a diferencia de Ibn Gabirol.. sólo es aplicable a los seres corporales. Las inteligencias y seres superiores del cosmos y las almas son formas espirituales desprovistas de materia.
Por otra parte, Bar Hiyya se esfuerza por armonizar el principio creacionista del génesis con la filosofia habitual de su momento y de la tradición judía y musulmana. En efecto, afirma que, antes de la creación, el mundo y los seres que contiene, simplemente no existían. Una vez Que Dios decidió la creación del mundo, empezó a ser potencialmente existente, careciendo sin embargo de ser todavía. Una vez que Dios decretó y quiso hacer la creación, expulsó el no-ser e hizo que la forma sobreviniese a la materia surgiendo así los seres concretos.
Dos textos serán expresivos por sí mismos, a pesar de las oscuridades que implican al oscilar entre el creacionismo y el emanatismo: "De esta manera, la materia y la Forma, que, de acuerdo con los antiguos filósofos, existían potencialmente antes de la creación, son el tohú va bohu mencionado por la Torah (Génesis, 2). Esto es lo que el mundo era antes de que surgiera el mundo a la actualidad por medio de la palabra de Dios, como dice la Biblia: «La tierra era tohu va bohü », Y: «La materia era demasiado débil para que se sustentase a si misma y para que cubriese por sí misma sus propias deficiencias, a menos que fuese cubierta por la Forma, la Forma, por su parte, no podía ser percibida ni sentida, a menos que informase a la materia que es la que la había de sostener. De este modo, cada una de las dos exigía a la otra y se requerían mutuamente para que el mundo existiese y fuera percibido. Sin la Forma, la materia no podía existir, mientras que la forma no podía ser captada sin la materia. Sin embargo la forma es más importante que la materia, por cuanto que ella sólo necesita de la materia para poder ser captada, pues puede existir en realidad sin la materia, mientras que la materia no puede existir en absoluto sin la Forma».
Una vez constituidas la Materia y la Forma, de esta última se desprenden todos los seres espirituales y sus jerarquías. De la unión de la Materia y de la Forma, se producirán los seres materiales concretos.
El proceso emanativo, tal como lo desarrolla Bar Hiyya tiene grandes parentescos con el Sefer Yesira y con la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza. En efecto: ante todo, la presencia abrumadora de la luz y la identificación del proceso emanativo con la expansión de los rayos lumínicos a partir de Dios y de la Forma hasta los últimos seres, pasando por el alma humana, por el profeta, por el sabio y por el santo. Más aún: para Bar Hiyya el mundo corporal no es sino imagen del mundo superior astral, al cual está sometido. Consecuencia de ello es que, de esta concepción filosófica y de su dedicación a la astronomía, deduce un pensamiento astroló­gico que aparece tratado por primera vez en nuestro autor. Y bien es sabido que, tanto el SeferYesira como la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza, eran fuentes inagotables de inspiración en este punto. De hecho, el quinto capítulo del Megillat ha-megale lo dedica íntegro a cálculos astronómicos y astrológicos encaminados a poner de relieve la primacía del pueblo de Israel sobre todas las demás naciones de la tierra, de las cuales sería el centro y polo fundamental.
En el caso concreto del hombre, el compuesto hilemórfico del cuerpo y del alma adopta fórmulas platónicas y aristotélicas, no estando desprovisto en algunos momentos de ciertas ambigüedades. Cuerpo y alma forman una totalidad indisoluble de forma y de materia, al modo de Aristóteles, pero, por otra parte, el alma espiritual goza de una independencia y dominio sobre la materia y el resto de la creación al modo platónico. Por otro lado, el alma intelectual fue sometida al imperio de los otros dos niveles anímicos, irascible y concupiscible, por un pecado inicial cometido por Adán. De ese dominio habrá de librarse el hombre progresivamente.
Esta puesta en primer plano del pecado original tiene su base talmúdica indudablemente, pero, por influjo cristiano posiblemente, el tema adquirió en Bar Hiyya la importancia capital que adquiere. Por otra parte, el hecho de que el alma intelectual provenga por emanación de las inteligencias y almas superiores, le marca con un destino de purificación futura dentro del contexto neoplatónico en que se mueve Bar Hiyya. En efecto, el alma aspira a su pureza total y desvinculación del alma irascible y concupiscible. Ahora bien, esta aspiración tiene aspectos importantes que conviene resaltar.
Ante todo, el ideal y realidad de alma pura no es algo dado ya a la humanidad en su conjunto desde el primer momento de la creación, sino que se concretó históricamente en un sólo individuo en cada una de las generaciones: desde Adán hasta Set, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y, después de éstos, a las doce tribus de los doce hijos del patriarca Jacob. Después, el alma pura es ya patrimonio accesible de todo el pueblo de Israel y sólo de él, Si Dios ha hecho al hombre como dominador de toda la creación y ha puesto la pureza como ideal a conseguir, esto sólo se verifica en el pueblo de Israel, el elegido por Dios. Esta concepción se aproxima mucho a la de Yehúdá ha-Levi, con la diferencia de que en éste, tras el Mesías, la humanidad entera disfrutará de este privilegio. mientras que Bar Hiyya sigue encerrando la prerrogativa en el pueblo judío, a pesar de su creencia firme en el advenimiento de un Mesías, cosa que él se aventuró a predecir para el año 1358. Por otra parte, la transmisión del alma pura de Bar Hiyya, de generación en generación, tiene una estructura parecida y bebe en las mismas fuentes que la cosa divina de Yehúdá ha­Levi, tal como lo vimos en su momento. Por otro lado, el sionismo y mesianismo de Abraham bar Hiyya son los propios del momento histórico en que vive, uno de cuyos reflejos es el propio ha-Levi.
En cuanto al procedimiento purificatorio, Bar Hiyya se basa en la libertad incontestable del hombre y en su capacidad de arrepentimiento y penitencia. En ello muestra afinidades con Ibn Paqúda si bien, a la vez, su versión de la penitencia y de la vida ascética difiere en muchos puntos.
Para Bar Hiyya hay dos tipos de hombres purificados: aquellos que se apartan por completo del mundo, de la materia y de las otras dos almas, y aquellos que trabajan constantemente por librarse de estas ataduras a costa de un esfuerzo extraordinario. Los primeros verán a Dios y los inteligibles directamente en la obra vida, mientras que los otros, verán aquello de que se privaron en la vida y que constituía su felicidad. Curiosa interpretación del más allá, tal vez tomada de Avicena.
Por otro lado, entre las dos obras citadas, Hegyón ha­nefes y Megillat ha-megalé, hay una vacilación, si bien hay que atribuir como pensamiento definitivo de Bar Hiyya lo que expone en la segunda, por ser posterior en el tiempo a la otra. En la primera expone el siguiente itinerario posible de las almas: las puras y perfectas sin más, pasan a la contemplación de Dios en la otra vida. Pero las que están manchadas por pecados tienen los siguientes itinerarios: las puras, pero con manchas morales, son castigadas a errar bajo el sol y sus ardores, durante algún tiempo; las almas moralmente puras, pero defectuosas en su inteligencia., transmigran a otros cuerpos hasta que adquieren el conocimiento adecuado y perfecto; por fin, las que no poseen ni inteligencia ni virtud, perecen con el cuerpo. Esta metempsicosis aquí pronunciada, se rechaza por completo en la segunda de las obras dichas, sometiendo al alma a los premios y castigos habituales sin necesidad de que vayan luego vagando de un cuerpo a otro hasta alcanzar o la inteligencia o la purificación moral.
Las doctrinas de Bar Hiyya, por lo demás, adolecen de ciertas contusiones y ambigüedades, debidas, no sólo a lo defectuoso de su exposición sino a la multitud de fuen­tes heterogéneas de que echa mano. Sin embargo., las líneas generales de su pensamiento siguen las pautas del neoplatonismo, del Sefer Yesirá y de la filosofía islámica, dentro del contexto general de los otros autores que hemos historiado. Su magisterio, repito una vez más, debió dejar su impronta en el Valle del Ebro y en Zaragoza, a la vez que tomó de ellos multitud de elementos diversos.
Fuente: http://www.kolisraelorg.net- publicado por e-Sefarad

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