Quim Monzo
El sábado, el corresponsal de La Vanguardia en Varsovia explicaba un pormenor del letrero robado en Auschwitz, ese "Arbeit macht frei" (El trabajo os hará libres) hecho a base de letras de acero soldadas a un arco: "Fue forjado por el primer grupo de prisioneros polacos conducidos a Oswiecim por los nazis tras la invasión de Polonia en septiembre de 1939, con la misión de construir los campos de concentración y exterminio Auschwitz 1 y Auschwitz 2, conocido mundialmente como Birkenau. Un equipo de obreros polacos dirigidos por Jan Liwacz forjaron el letrero soldando la letra B de la palabra Arbeit (trabajo) cabeza abajo, como señal de rebelión". No tenía ni idea de eso. Y es verdad. Miras la foto del letrero y la B está al revés. Como tanta gente a lo largo de la historia, colocar al revés una imagen o un símbolo es lo único que queda cuando no hay otra forma de protesta. Si no me equivoco, en Estados Unidos colocar la bandera al revés está castigado por la ley. Recuerdo cuando, en Catalunya, durante el franquismo mucha gente pegaba los sellos con la cara de Franco cabeza abajo. En Xàtiva, en el museo del Almodí, el cuadro de Felipe V está colgado siempre al revés, como muestra de desprecio.
Nunca he estado en Auschwitz. Pero sí en Dachau, cerca de Munich, con un amigo, el escritor Marcelo Cohen. El de Auschwitz es un campo más grande, pero para el escalofrío que te recorre los huesos al ver todo aquello ya tienes suficiente. Recuerdo no sólo los hornos crematorios sino un detalle que me permitió entender que el cerebro humano no ha avanzado mucho desde entonces: en las paredes y en las literas de los prisioneros había inscripciones recientes, en diversos idiomas, hechas por los turistas que visitaban el campo. Eran del estilo "Pepe ama a Lola (26-X-1978)" o "Tony estuvo aquí".
La policía polaca ha recuperado finalmente el letrero, fragmentado en tres trozos, y ha detenido a cinco personas. Hoy, medio mundo se pregunta cómo fueron capaces de robarlo. A mí no me sorprende. Volvamos a lo de las paredes y las literas. Si hay personas que visitan un campo de exterminio como quien visita el Folies Bergère y son capaces de marcar con sus nombres y sus banalidades esas paredes donde pasó lo que pasó, ¿qué tiene de extraño que alguien robe esa placa? ¿Es más miserable ese robo que inscribir con una navajita corazones enamorados, nombres y fechas en un campo de exterminio y sin conciencia ninguna del lugar que se está visitando? Yo diría que no. Los ladrones del letrero son un grupo. Cinco individuos, a falta de que quizá detengan a uno o dos más. Pero los turistas que visitan los campos de exterminio como quien se pasea por Port Aventura son millones. Eso es lo que da miedo porque, con seres así viviendo entre nosotros, el horror está siempre a la vuelta de la esquina.
Fuente: La Vanguardia-España
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