miércoles, 9 de diciembre de 2009

Miguel Ángel de Muguiro, un salvador desconocido‏


Miguel Ángel Muguiro, hijo de los fundadores del Palacio de la Isla, denunció siendo embajador en Hungría las deportaciones de judíos magiares y logró salvar de la cámara de gas a 500 niños.
Le apasionaban los veranos burgaleses: disfrutar del hermoso jardín del palacio familiar, corretear bajo la sombra de los castaños, bañarse en el río. Miguel Ángel Muguiro, el tercero de los nueve vástagos del matrimonio madrileño
compuesto por Juan, abogado y financiero, y Francisca Muguiro, fue un niño feliz. Cuando contaba un año de edad, sus padres adquirieron en Burgos una hermosa finca de dos hectáreas, donde encargaron la construcción de palacete en el que poder alojarse fuera de los tórridos y asfixiantes veranos de la capital. La ciudad de Burgos ofrecía un clima más amable, como sabían por unos familiares, los Liniers, que ya contaban con una residencia estival a orillas del Arlanzón. En dos años se construyó el edificio para solaz de la familia, que lo exprimió con deseo durante décadas.
En aquel entorno de lujo creció Miguel Ángel Muguiro, quien no dejó de visitar, siempre que pudo, la burgalesa mansión familiar, hasta que ésta fue vendida por su madre en 1939, un año que marcaría a fuego su vida. Muguiro, nacido en 1880, había estudiado la carrera de Derecho aunque su trayectoria estuvo siempre vinculada a la diplomacia. En 1907 fue enviado como agregado diplomático a Tánger , donde permaneció hasta 1913. En los años siguientes trabajó como secretario y consejero del Ministerio de Exteriores en Bogotá, Berna, Tokio, Berlín, Roma, Bucarest, Viena y, ya en 1938, con Europa al borde de la guerra, ostentó el cargo de ministro plenipotenciario y encargado de negocios en Budapest, la capital de Hungría, hasta el año 1944.
El país magiar se había declarado neutral ante el estallido de la II Guerra Mundial, si bien poco después mostró algo más que simpatía por el eje Berlín-Roma-Tokio, toda vez que esta alianza podía contribuir a saciar ciertas aspiraciones políticas y territoriales de los húngaros, como recuperar determinadas zonas en Rumanía, Yugoslavia y Checoslovaquia que consideraban históricamente suyas. Sin embargo, Hitler se hartó de Miklós Horthy, el regente húngaro, por sospechar que éste buscaba el apoyo de los aliados. Así, en 1944 las tropas aliadas entraron en Hungría y colocaron en el gobierno a Döme Sztójay, un colaboracionista pronazi sin escrúpulos.
El escenario cambió completamente. Aunque en los años anteriores los judíos húngaros (los historiadores aseguran que la comunidad hebrea en ese país superaba las 800.000 personas) habían sufrido el antisemitismo con pogromos que costaron la vida a varios miles de ellos, fue a partir de la invasión nazi cuando éstos padecieron la irracional vesania germana. No en vano, a los pocos días viajó al país magiar Adolf Eichmann, jerarca nazi esencialmente encargado del traslado de los deportados judíos a los diferentes campos de exterminio polacos, entre los que destacaban algunas de las principales industrias de la muerte como Auschwitz y Treblinka.
Muguiro fue consciente de ello, y decidió actuar en consecuencia. Informó de estas maniobras al gobierno español: «Las detenciones aumentan de día en día. Muchos de los arrestados han sido conducidos a Alemania e internados en campos de concentración. En estas circunstancias, ¿puede hoy considerarse a Hungría un país soberano?». La ofensiva antisemita era imparable. En seguida se promulgó un decreto que Muguiro consideró, y así hizo saber a sus superiores en España, «más cruel que la legislación alemana sobre el particular». Pronto los judíos fueron obligados a llevar cosidas a sus ropas la amarilla estrella de David. Así escribía el diplomático español al respecto: «La ciudad aparece llena de individuos que ostentan la insignia amarilla. Muchas casas de judíos han sido saqueadas por la Gestapo y sus habitantes, maltratados y arrestados por esa despiadada policía».
El ministro de España en Budapest tenía la certeza absoluta de que toda esa gente estaba siendo trasladada en vagones de ganado a Polonia para ser exterminada. Mientras tanto, los nuevos responsables políticos del gobierno pronazi fueron puestos al corriente de los informes de Muguiro y presionaron, a través de su nuevo representante en España, para que fuera relevado. Muguiro sabía que esto podía suceder, y a pesar del poco tiempo transcurrido desde la invasión nazi hasta su relevo y posterior regreso a España -apenas tres meses, entre marzo y junio de aquel año de 1944-, tuvo tiempo de poner en marcha una misión salvadora.
Con no poco riesgo y mucha habilidad, Muguiro había rescatado un antiguo decreto que databa de la época de Primo de Rivera por el cual todos aquellos que demostrasen tener origen sefardita (que entroncaran con los judíos expulsados de España durante el reinado de los Reyes Católicos) podrían obtener, de manera inmediata, la nacionalidad española, lo que les otorgaría inmunidad ante las aviesas intenciones de los nazis. Las autoridades españoles desconocían que la validez del decreto había expirado en 1931, aunque la realidad es que en Hungría apenas había unos pocos que podían recibir ese aval, lo cual no fue óbice para que Muguiro llevara a cabo su plan.
con destino a tetuán. Éste consistió en conseguir visados españoles a 500 niños, de entre 5 y 15 años, a los que consiguió sacar del país enviándolos a Tánger, ciudad del norte de Marruecos en esas fechas ocupada por España, librándolos así de una muerte segura en cualquiera de los campos de exterminio alemanes. Aquella maniobra supuso el principio del fin de Muguiro en Hungría. En junio se vio forzado a abandonar el país, pero dejó la legación en las mejores manos: las de su secretario y estrecho colaborador Ángel Sanz Briz, quien continuó la labor iniciada por Muguiro con idéntico éxito. Se calcula que la Embajada de España en Budapest salvó de la cámara de gas a cerca de 5.500 judíos húngaros, aunque se estima que alrededor de medio millón cabaron en los hornos crematorios de los campos de exterminio. La gesta de estos Schindler españoles, durante décadas olvidada, fue reconocida en el año 2000 por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España. Miguel Ángel Muguiro se jubiló como cónsul español en Zurich, en 1950. Fue condecorado con la Gran Cruz de Isabel La Católica. Falleció cuatro años después, sin descendencia.
R. Pérez Barredo | Burgos
Fuente: e-Sefarad

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