viernes, 24 de diciembre de 2010

Assange y yo

CARLOS ALBERTO MONTANER: Assange y yo


Ha surgido una nueva teoría conspirativa. La gran paradoja de las teorías conspirativas es que suelen comenzar por conspiraciones reales. Por ejemplo, en 1903 apareció en Rusia un libro ferozmente antisemita que describía una supuesta confabulación de rabinos y judíos prominentes para destruir los fundamentos de la sociedad y conquistar el planeta. La obra se titulaba Los protocolos de los sabios de Sión y en realidad era una fabricación de la policía política rusa, la temible Okhrana, encaminada a darle sustento a los pogromos y a los ataques a la izquierda antizarista, en la que figuraban algunos rusos de origen judío.
Sin embargo, había una conspiración, pero no la de los sabios de Sión, sino la urdida por la policía política rusa. La obra era un plagio de un panfleto escrito varias décadas antes por el periodista Maurice Joly contra Napoleón III, titulado Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu. La policía política tomó el texto, lo adaptó a sus propósitos antisemitas, y lo puso en circulación hasta el día de hoy, dado que continúa reeditándose para consumo de un buen número de personas que viven convencidas de que detrás de cualquier suceso (la creación de Israel o el notable éxito de los judíos, por ejemplo) existe una oscura conspiración.
Pues bien, a otra escala, ahora ha vuelto a suceder lo mismo con relación a la prisión en Londres del señor Julian Assange. Súbitamente, la detención del señor Assange, luego puesto en libertad bajo fianza, dejó de ser un extraño pleito en torno al uso de condones, y se convirtió en una diabólica operación de la CIA. ¿Quiénes lo dicen? Lo afirman Israel Shamir, un judío ruso convertido al cristianismo que coincide con Ahmadineyad en desear la desaparición de Israel; Alexander Cockburn, el editor de Counterpunch; Keith Olbermann, un tal profesor Michael Seltzer de Oslo y otro parecido lunático de New York University llamado Mark Crispin Miller. Pero esos son sólo varios nombres de los cientos que repiten esta teoría en el mundo insondable de Internet o en periódicos de papel y tinta.
¿Cómo se originó esta nueva conspiración? Todo comenzó con Granma, el diario del Partido Comunista de Cuba. En ese periódico, que es el gran vocero de la tiranía, uno de sus empleados, el francocanadiense Jean-Guy Allard, refugiado en Cuba desde hace muchos años, publicó la mentira original: Anna Ardin era ``una cubana anticastrista'' que vivía en Suecia y escribía contra la revolución en una página de Internet de otro cubano, Alexis Gainza. Todos estaban al servicio de la CIA porque tenían relaciones con un connotado agente de ese organismo, que era yo. Ahí estaba la prueba de que Assange era víctima de una oscura trama de espías de Estados Unidos y sus aliados los exiliados cubanos. Anna Ardin había acusado a Assange de un delito sexual como parte de sus tareas como espía cubana de la CIA.



Todo, naturalmente, era falso y delirante. Se trataba de la utilización estratégica de un hecho notorio (Assange y los WikiLeaks) para atacar a los demócratas enemigos de la dictadura cubana. Esta era la crónica número 32 que Allard publicaba en mi contra como parte de la campaña sistemática de descrédito montada por la policía política en la Isla. El era el brazo ejecutor, el peón encargado del trabajo sucio. Si mañana se muere o se jubila, otro escribidor tomará su lugar.
En realidad ni Anna Ardin era cubana, ni Alexis Gainza recibe apoyo de Washington para sostener su página web (lo ayudan los liberales suecos), ni conozco a la señorita Ardin, ni he cruzado palabra con Assange, ni jamás he sido agente de la CIA ni de ningún cuerpo de inteligencia, primero porque mi vocación no es ésa, y, segundo, porque ni siquiera podría, aunque quisiera, dado que desde hace muchas décadas la ley norteamericana le prohíbe a la CIA reclutar a periodistas que trabajen en medios norteamericanos y puedan influir en Estados Unidos, como es mi caso.
Hay varias lecciones que deben extraerse de este episodio. La más importante es que no es posible tomar en serio ninguna información oficial proveniente de una dictadura, como es el caso de Granma. La segunda, que antes de suscribir las teorías conspirativas, es necesario analizar cuidadosamente el origen de estas construcciones motivadas por odios políticos o por visiones ideológicas. Cuando los periodistas olvidan esto último, acaban por traicionar a su público y por hacer el ridículo. Es lo que acaba de suceder.


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From: Eduardo Bigio

Subject: Beware conspiracy theories



THE MIAMI HERALD

Posted on Tue, Dec. 21, 2010

Beware conspiracy theories

BY CARLOS ALBERTO MONTANER
www.firmaspress.com

Anew conspiracy theory has emerged. The great paradox of conspiracy theories is that they usually begin with real conspiracies. For example, in 1903 a ferociously anti-Semitic book appeared in Russia, describing an alleged plot by rabbis and prominent Jews to destroy the foundations of society and conquer the planet. The Protocols of the Elders of Zion was, in fact, a fabrication by the Russian political police intended to support the pogroms and the attacks on the anti-Czarist left, which included some Russian Jews.

There was a conspiracy, all right, but it was plotted not by the elders of Zion but by the Russian political police. The work was a plagiarism of a pamphlet written several decades earlier by the journalist Maurice Joly against Napoleon III, titled Dialogue in Hell Between Machiavelli and Montesquieu. The political police took the text, adapted it to anti-Semitic purposes and put it in circulation, where it remains to this day, consumed by a good many people who believe that behind any event (the creation of Israel or the remarkable success of the Jews, for instance) looms a dark conspiracy.

Well, on a different scale, the same has happened again with relation to the arrest in London of Julian Assange. Suddenly, Assange's detention (and later release on bail) stopped being a weird lawsuit over the use of condoms and became a diabolical operation of the CIA.

Who say so? Israel Shamir, a Russian Jew converted to Christianity, who agrees with Mahmoud Ahmadinejad of Iran in wishing for the disappearance of Israel; Alexander Cockburn, the editor of Counterpunch; Keith Olbermann; an Oslo professor named Michael Seltzer, and a similar stooge at New York University named Mark Crispin Miller. But those are only a few of the hundreds of people who parrot this theory in the unfathomable world of the Internet or on newsprint-and-ink newspapers.

How did this new conspiracy originate? It all started with Granma, the daily newspaper of the Communist Party of Cuba. In that newspaper, the grand organ of tyranny, one of its employees, French-Canadian Jean-Guy Allard, a refugee in Cuba for the past many years, published the original lie: Anna Ardin was ``an anti-Castro Cuban'' who lived in Sweden and wrote against the revolution on the website of another Cuban, Alexis Gaínza.

Everyone was at the service of the CIA because they had relations with a well-known agent of that organization -- me. That was the proof that Assange was the victim of a dark plot by U.S. spies and their allies, the Cuban exiles. Anna Ardin had accused Assange of a sexual crime as part of her tasks as a Cuban spy for the CIA.

All that was false and delirious. It was the strategic utilization of a notorious event (Assange and the WikiLeaks) to attack the democrats who oppose the Cuban dictatorship. And it was the 32nd article Allard published as part of the systematic campaign to discredit me mounted by the political police on the island. He was the executioner, the henchman entrusted with the dirty job.

In truth, neither Anna Ardin was Cuban nor Alexis Gaínza receives aid from Washington to maintain his website (he's aided by Swedish liberals), nor do I know Ardin, nor have I exchanged words with Assange, nor have I ever been an agent of the CIA or any other intelligence corps. First, because my vocation is not black ops and, second, because I couldn't do that even if I wanted to. For the past many decades, U.S. law forbids the CIA to recruit journalists who work in the U.S. media and can influence Americans, as in my case.

Several lessons can be gleaned. The most important is that one cannot possibly take seriously any official information coming from a dictatorship, such as Granma. Second, before subscribing to conspiracy theories, one should carefully analyze the origin of those constructions, motivated by political hatreds or ideological visions. When journalists forget the latter, they end up betraying their public and making fools of themselves. That's what just happened.

(C)2010 Firmas Press

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