Aquí, perdido entre una selva de artículos, en un rinconcito del diario, casi escondido para poder llorar silenciosamente
Sabemos el nombre de él: Ibrahim Sheij Abdirahman. Casi siempre sabemos sus nombres. A veces esos nombres identifican al imán que domina la zona, otras es el juez que ha dictado sentencia, otras el marido que la ha denunciado. Los nombres de ellos reflejan su poder, el poder de decidir la vida y lamuerte, más allá de todo Dios y de toda piedad. No necesitan esconderse, los ampara la razón de la espada justiciera y la verdad de su implacable credo, y por ello brillan por encima del horror.
Los nombres de ellas, en cambio, no aparecen casi nunca.
Sólo son simples mujeres arrastradas hacia una muerte horrible. La nota de prensa generalmente dice "mujer de 20 años, o 19 o 23..., lapidada en...". Una vez supimos que se llamaba Amina, y que sus hijos tuvieron el honor de tirar las primeras piedras. Es un honor reservado para los más allegados. Pasó en Afganistán.
Otra se llamó Aisha Ibrahim Duhulow, tenía 13 años, había sido violada por tres hombres, y por ello fue lapidada en Somalia, hace menos de un año. Las violadas son culpables de su propia violación. También supimos que se llamaba Amina la trabajadora de la ONU que fue asesinada, hace pocas semanas, por ser cristiana y no llevar el velo islámico.
Pero la mayoría de ellas no tienen ni eso, un nombre que leer en los ojos ciegos de la prensa internacional, allí donde el sufrimiento de una chica enterrada hasta el cuello, tapada con una sábana blanca, y condenada a morir piedra a piedra, hasta que toda la sábana esté roja con su sangre, no tiene interés informativo. Una más, a la que seguirán otras.
Pero me resisto. Busco el nombre en internet, en algún lugar estará, al menos un nombre del que apiadarse, una pequeña historia por recordar, aquí, perdido entre una selva de artículos, en un rinconcito del diario, casi escondido para poder llorar silenciosamente por una chica brutalmente asesinada.
Leo. Ha pasado en la región de Bakool, en el sudoeste de Somalia, allí donde las milicias de Al Shabab –rama somalí de Al Qaeda– han impuesto su delirio. Sabemos su edad, 29 años, que ha sido acusada de adulterio, llevada a una cancha pública y apedreada hasta la muerte ante 200 personas que contemplaban el espectáculo. Al presunto amante lo han condenado a latigazos.
También sabemos que la mujer acababa de dar a luz un niño muerto. Pero su nombre no aparece en ninguna crónica. Cazo al vuelo una foto en una web. Dicen que es ella, el hoyo en el suelo, la sábana blanca, la gente que se acerca..., no tiene nombre... ¡Qué metáfora de nuestra indiferencia, su nombre desconocido! Si no importa sumuerte, ¿por qué debería importarnos su vida? Para ella, la voz quebrada de Alfonsina Storni: "¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas, / las sombras creadas por nuestra maldad! / ¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas, / las cosas celestes que así se nos van!".
Pilar Rahola
La Vanguardia. Barcelona.
22/11/2009
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