miércoles, 28 de abril de 2010

Alfredo Palacios‏

Alfredo Palacios fué un paladín del socialismo no sólo de Argentina
sino de toda América!... en el año 1924 escribió este artículo
ensalzando a los primeros inmigrantes judíos.

Israel en la Argentina : de ALFREDO PALACIOS.

"Toda la noche había soñado con ese pedazo de Palestina transportado a
la República donde miles de judíos, tenaces, obstinados, como todos
los de su raza, labraban la tierra y eran libres.
Al rayar el alba, monté a caballo; entre en el ancho camino bordeado
de árboles que une Palacios a Moisesville, y dos horas después
divisaba el caserío entre la arboleda frondosa que daba un aspecto
simpático al pueblo israelita. Era una mañana alegre y llena de sol,
pasaron a mi lado ancianos venerables, de largas barbas blancas,
vestidos con trajes negros, graves y severos, llevando debajo del
brazo el ritual de las oraciones, camino de la sinagoga.
Los rostros enérgicos con rasgos bien acentuados; las narices
aguileñas exteriorizaban una pasión indomable, características de una
raza que perdura y que alguien ha comparado con un amianto que ningún
fuego de amor ni de odio puede consumir. Los ojos eran profundos;
estaban llenos de luz, pero de luz de incendio: parecía el fuego
heredado de los macabeos. ¿Soñaban acaso, esos ancianos, con la
sagrada montaña de Jerusalem ? ¿Creían posible reconstruír a Sion,
donde los hijos de su raza matarían el erial para que de nuevo fuera
la "tierra de trigo y cebada, de vides e higueras y ganados, tierras
de olivos, de aceites y de miel" que exalta el Deuteronomio?
Experimenté una emoción intensa. Estos judíos que pasaban a mi lado,
que respiraban a pulmón lleno en la pampa inmensa, eran iguales a los
que hace muchos siglos vivían amurallados en las ciudades de Judá.
Perseguidos por todos los pueblos, vejados, humillados, mordidos por
todas las jaurías antes de llegar a este suelo, se habían encerrado en
el guetto, convencidos de la superioridad de su raza, y habían
supervivido con la misma pasión, con el mismo fuego, con el mismo
ideal que orientaba su vida.
Acaso ese ideal se transformaría en sus hijos, al pisar por primera
vez tierra de libertad.
La santa luz del sol que eleva la presión de la sangre y alegra
nuestro espíritu inundaba Moisesville.
Un joven judío me llevó a su casa donde reinaba un ambiente de
placidez encantadora. Toda la familia rodeaba la mesa. Cuando entré,
recitaban la oración de la mañana que terminaba parodiando aquella que
pronunciaban sus abuelos en la cautividad de Babilonia: "¡Que nuestros
trigos y los trigos de nuestros enemigos no conozcan los malos
inviernos!"...
Una moza fuerte de ojos grandes y hermosos leyó en español, pero con
marcado acento ruso, en las páginas de la Historia de los judíos, el
relato de las persecuciones de que fué objeto su pueblo.
Y terminó asi: "Cerca de uno de los arcos de London Bridge , bajo del
cual camina silenciosamente la corriente hacia el mar, hay un sitio
donde las aguas se arremolinan con extraña agitación. Allá, dice la
leyenda, en días pasados y terribles, fueron arrojados varios judíos y
se ahogaron..."
Algunos creían y aún creen hoy, que el ruido y remolino de aquellas
aguas proceden de los gritos desesperados de las víctimas. Como si esa
corriente de agonía que ayudó a ocultar el crimen horrible tuviera
conciencia propia y remordimiento a través de los siglos, por haber
sido cómplice de la maldad, descubre la tortura secreta que ví
martirizándole hasta hoy...
Y la joven, con sus grandes ojos que tenían un marcado tinte de
tristeza (tristeza heredada), la honda melancolía de la raza
dispersa, que dijera Tácito - , miró por la ventana el inmensurable
campo fecundo, donde sus hermanos, llegados de la tierra de opresión,
arrastraban libres el arado, y pensó quizás que se había terminado
para ellos el desprecio, la burla, que durante veinte siglos
persiguiera su raza."

(Del semanario El Alba, Moisesville, año 1924)

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