miércoles, 17 de diciembre de 2008

Columnas JS en Libertad Digital y Radio Jai‏


En abril del 2009, en Ginebra, veremos la secuela de la primera conferencia de las Naciones Unidas contra el racismo, la xenofobia y la discriminación racial, acaecida en Durban en el año 2001. En el cine, las segundas partes suelen ser malas. En el ámbito surrealista y perverso de la ONU, esta nueva reunión de alto nivel diplomático promete ser un desastre mayor.
En Durban I, árabes y musulmanes judeófobos unieron fuerzas para borrar a Israel del mapa del discurso moral contemporáneo. Ese “festival del odio” -como lo llamó Shimon Peres entonces- tuvo un fervor anti-judío y anti-israelí tan extremo que Estados Unidos optó por salirse del encuentro. La “Conferencia de Revisión de Durban”, como se denomina a ésta Durban II, es patrocinada por la Consejo de Derechos Humanos de la ONU con un presupuesto de más de cinco millones de dólares. El comité de veinte países-miembro encargado de los preparativos es presidido por la distinguida Libia. Entre sus vicepresidentes se encuentran emisarios de países tan magníficos como Irán, Pakistán, Rusia, Camerún, y Cuba; país que cuenta con dos enviados, uno a la vicepresidencia y otro al cuerpo de relatores. Será en reconocimiento a su prestigio en el campo de los derechos humanos, uno supone.Tal como Durban I, la nueva ceremonia de la ONU ya ha hecho de Israel su obsesión central. Continuando con su política de reavivar “sionismo = racismo”, el borrador de la declaración afirma que la política israelí hacia los palestinos es -mejor siéntese- “una nueva forma de apartheid, un crimen contra la humanidad, una forma de genocidio y una amenaza seria a la paz y a la seguridad internacional”. El comité mantuvo una de sus reuniones más importantes el día de Iom Kippur para garantizar la no-participación de judíos e israelíes. Esta práctica es habitual en los varios foros de la ONU y muy especialmente en la CDH, la que, incidentalmente, entre 2001-2006 condenó al estado judío veintisiete veces. Un informe sobre antisemitismo del Departamento de Estado publicado el pasado mes de marzo, señala que ello fue más del doble de la cantidad de críticas realizadas por la CDH durante ese mismo período a Sudán, Burma y Corea del Norte combinadas.
Seguramente envalentonados por la experiencia gloriosa del 2001, los organizadores de Durbán II han ampliado el abanico de objetivos para este encuentro. Israel seguirá siendo blanco de sus ataques, pero ya no será el único foco de esta malicia desvariada. No menos inquietante resulta observar la dirección que Durbán II está tomando en relación a lo que el bloque islámico adora en llamar la “Islamofobia”; el supuesto sentimiento odioso contra el Islam y los musulmanes que albergan los occidentales. El borrador de la declaración sostiene que “Las más serias manifestaciones de difamación de las religiones son el aumento en Islamofobia y el empeoramiento de la situación de las minorías musulmanas alrededor del mundo”. El texto pide por la creación de “estándares normativos internacionalmente obligatorios…que puedan proveer garantías adecuadas contra la difamación de las religiones” (léase la religión islámica). “Si esto luce como censura”, opinó el Wall Street Journal, “es porque lo es”.
Detrás de esta presunta protección de las religiones, en rigor lo que busca la Organización de la Conferencia Islámica -el ente acuartelado en Arabia Saudita que reúne a los 57 países musulmanes del globo y gestador de esta iniciativa- es criminalizar toda crítica hacia el Islam y la Shaaría, tal como observó el comentarista israelí Isi Leibler. Si ellos se salen con la suya, entonces cualquier crítica hacia las prácticas bárbaras de la misma (lapidación de mujeres adúlteras, cortes de manos y/o pies para los ladrones, decapitación de blasfemos, apostatas y homosexuales) será punible. Como lo será cualquier crítica hacia las enseñanzas violentas de esa fe, desde la obliteración genital femenina hasta la justificación coránica del terrorismo suicida. Publicar una caricatura o producir una película percibidas como ofensivas por los musulmanes, quedará censurado. La lucha contra el terrorismo no ha escapado de la mira de la OCI. El borrador de la declaración exige que no se “discrimine” contra religión alguna, una evidente protesta acerca de las medidas defensivas contra potenciales terroristas suicidas, que en la absoluta (sino exclusiva) mayoría de los casos han surgido del mundo musulmán; ni que se “monitoreen y supervisen lugares de rezo, cultura y enseñanza del Islam”, precisamente los lugares usuales en que los terroristas prospectivos son reclutados.
Tanto la CDH como la Asamblea General de la ONU ya han adoptado formalmente resoluciones que piden por una condena penal a quienquiera que critique al Islam o a sus prácticas. El efecto acumulado de estas votaciones resultará en la creación de un falso consenso que verá a la inexistente “Islamofobia” como la peor forma de prejuicio contemporáneo. El término fue empleado por primera vez en mayo de 2005 por el Consejo de Europa bajo la presión del premier turco Recep Tayyip Erdogan, cuando condenó “todas las formas de intolerancia…incluyendo el anti-semitismo y la Islamofobia”. Al poco tiempo, el Consejo Musulmán de Gran Bretaña aseveró que “El hecho es que la Islamofobia ha reemplazado al anti-semitismo”. El analista político alemán Matthias Küntzel expuso el absurdo: “Nadie quiere borrar a un país musulmán del mapa de la manera en que algunos amenazan hacer con el estado judío. Los centros y casas de rezos islámicos no necesitan protección policial permanente en Europa, a diferencia de los sitios judíos. Ninguna estación satelital llama al exterminio de musulmanes, mientras que la televisión de Hizbullah y Hamás, por ejemplo, emiten vía satélites árabes a los livingrooms europeos, [y] regularmente instan a la destrucción de los judíos; incluso en programas infantiles”.
Canadá anunció en enero que no participará de este encuentro/patraña. Israel indicó otro tanto el mes pasado (inexplicablemente, diez meses después que Canadá). El Estados Unidos de Obama debiera decidir lo mismo, tal como toda nación que valore auténticamente la libertad. En cuanto a la ONU, si este es el modo en que combate al racismo, mejor ni imaginar como estarían las cosas si decidiera apoyarlo..

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