miércoles, 10 de diciembre de 2008

Engaño y manipulación -CINE

"El niño con el pijamas de rayas" se centra en dos niños, uno hijo de un nazi y otro, en un campo de concentración.
Por: Pablo O. Scholz

De las muchas maneras que hay para relatar las atrocidades del Holocausto, El niño del pijamas de rayas opta por una, cuanto menos, polémica. Tiene en su centro a dos niños, de una misma edad, tan solo ocho años. Uno es hijo de un comandante nazi, y el otro -el del pijamas de rayas del título- está preso en un campo de concentración. E iguala a uno con otro, cuando las realidades ciertamente fueron distintas. Muy distintas.
Bruno acepta dejar Berlín, aunque eso implique perder el contacto con sus amiguitos, cuando a su papá lo trasladan de la capital alemana al campo. En realidad es un campo, pero de concentración. Bruno, su hermana mayor y sus padres se alojan en una mansión con vista al campo, algo lejano. Bruno es curioso y pregunta por "los campesinos que trabajan en la granja", todos vestidos uniformemente.
El filme de Mark Herman, basado en la exitosa novela de John Boyne del mismo título, peca de clisés, es nada sutil y terriblemente obvia, aún para un público que pueda ser joven. Ambos niños no saben exactamente qué es lo que pasa en ese campo de concentración, con la diferencia de que uno sufre privaciones, maltrato y desaparición de familiares, mientras el otro, come y juega como si tal cosa. La escena en la cual Bruno acusa a su amigo cuando un soldado nazi lo interroga ya marca lo que vendrá. La peor forma de aproximarse a aquel dicho de tengo un amigo judío.
Si las tipificaciones son siempre odiosas, la forma en la que Herman muestra a David Thewlis (primero de civil, y luego con el uniforme y la gorra con la calavera en la fiesta en la que festeja estar al frente del campo de concentración), es efectista, como casi todo en la película. La facilidad con la que Bruno se "escapa" de su casa y llega hasta el alambrado sin que nadie nunca lo note, o cómo se muestra la creciente fascinación de su hermana por el nazismo, que parece sacada de un libro de textos profascista, poco ayudan a alejar el producto de la banalización del tema.
Pero lo que incomoda es esa crueldad del último acto, en el que Bruno y su amigo del otro lado del alambre de púas se igualan, y en el que el director manipula al espectador para que sienta lo mismo por un niño que por el otro, cuando ya se sabía que eran igualmente inocentes.
Fuente: Diario Clarin

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