jueves, 13 de enero de 2011

El sionismo como contrautopia

José Alberto Itzigsohn*
Mi objetivo en este artículo es tratar de analizar las utopías con las que se vio enfrentado
el sionismo y su necesidad de estructurarse como contrautopía.
Este proceso se vio afectado por las relaciones problemáticas que se crearon entre ese
proyecto histórico y las contingencias políticas e ideológicas que lo rodearon (que fueron
el resultado de procesos de cambio sociopolíticos y de las ideologías que los acompañaron
e impulsaron). Hare una referencia, por fuerza breve, a algunas circunstancias
históricas cruciales.
Durante siglos, el pueblo judío sufrió toda clase de vejaciones y persecuciones.
Distribuidos por el mundo, estarían pendientes del desenlace de tal o cual guerra o de
tal o cual conflicto dinástico que pudiera desembocar en un alivio o en un empeoramiento
de su situación, pero no se esperaba un cambio real antes del advenimiento del Mesías,
de una redención que iba más allá de las contingencias humanas inmediatas. La idea de
la redención iba acompañada con la de la vuelta al lugar idealizado, la cuna de la gloria
del antiguo Israel, Palestina, llamada en hebreo “Eretz Israel” (Tierra de Israel)
Esa situación comenzó a cambiar a en el siglo XVIII, con el desarrollo de lo que ha sido
llamado “el iluminismo”: la creciente interacción cultural de grupos de judíos con la cultura
europea moderna y con la sociedad europea, cara a cara y no ya en la estereotipada
función de intermediarios, proceso que afecto principalmente, aunque no en forma
exclusiva, al judaísmo europeo.
Un momento muy importante en este desarrollo fue la revolución francesa de 1789. Con
sus lemas de libertad igualdad y fraternidad, que abarcaba también a los judíos, significo
un golpe mortal para el orden feudal que mantenía encerrados a los judíos en guetos
y en funciones socioeconómicas especificas y el siglo XIX fue el escenario del proceso
de la emancipación legal y la adquisición de
la ciudadanía de los judíos en los países donde
vivían. Un proceso lento y lleno de altibajos
pero, al mismo tiempo, fuente de esperanza en
un cambio, en cuya expectativa se unían,
muchas veces, la espera tradicional del Mesías
y lo que podríamos llamar, utopías modernas.
Como sabemos, el siglo XIX se vio marcado por
muy profundas crisis de tipo económico, político
y social. Para los judíos que se integraban a
la cultura europea, esas crisis determinaron
altibajos que se expresaban en corrientes de
rechazo por parte de la población europea, que
veía a ese proceso de integración como una
invasión de elementos culturalmente extraños y
disociadores, frente a los cuales era necesario
defenderse. Este rechazo tomó distintas formas:
el antisemitismo de raíz monárquica clerical en
Francia, el antisemitismo de corte racial en
Alemania y Austria y la brutalidad de los pogroms en el Imperio Ruso y en Rumania.
En el caso de Hertzl, el creador del proyecto sionista político, un judío húngaro que intentaba
integrarse en la cultura europea, fue el proceso Dreyfus, en Francia, que fue acompañado
por manifestaciones multitudinarias de antisemitismo, lo que lo golpeo y quebranto
su esperanza en un progreso ininterrumpido de la humanidad, una primera utopía
que entró en crisis, sin desaparecer. El hecho de que dicho proceso tuviera lugar precisamente
en Francia, cuna de la esperanza de la liberación secular de los judíos, tuvo
una gran importancia para esa crisis. Hertzl escribió que si dejaran en paz a los judíos
durante doscientos años, el problema judío desaparecería, pero agregó su convicción de
que esa tregua de doscientos años no existiría y a la luz de los acontecimientos que acaecieron
después de su muerte, vemos que se quedo corto en sus predicciones.
Hertzl predicó la necesidad de los judíos de buscar una solución especifica, constituir
un estado nacional, siguiendo la forma en que diversas minorías irredentas europeas
habían constituido o intentaban constituir estados nacionales, para lo cual convoco al
primer Congreso Sionista en Basilea, en 1897 con delegados de 17 países. Moviéndose
dentro de los marcos de la concepción eurocéntrica de la época, busco un territorio
donde pudiera crearse un país para el pueblo judío y esa búsqueda desemboco finalmente
en Palestina, aquel entonces una parte del Imperio Turco. Como sabemos, no fue
su única opción, pero tuvo dificultades políticas para los otros proyectos y también existió
la presión de grupos judíos tradicionalistas de Europa Oriental, para los cuales el vínculo
con Palestina era un motor ideológico y emocional muy importante.
Recordemos que el comienzo de lo que podemos llamar el poblamiento judío moderno
de Palestina, para diferenciarlo de los grupos religiosos judíos que existieron allí a lo
largo de muchos siglos, comenzó antes de Hertzl y del sionismo político. Su origen está
en el movimiento de “los amantes de Sion”, que surgieron como respuesta a los pogroms
de comienzos de la década de 1880 y reunían conceptos políticos de la época, con la
veneración tradicional por Palestina. A éstos predecesores del sionismo se debe la fundación
de las primeras ciudades que conforman el Israel actual. Resulta claro que este
movimiento no es una respuesta al Holocausto, como se ha sostenido, sino una integración
de elementos tradicionales y modernos y una reacción frente al recrudecimiento
del antisemitismo en el último cuarto del siglo XIX
Desde su comienzo, el proyecto sionista choco con la expectativa de otras formas de
cambio: la idea tradicional de la redención por el advenimiento del Mesías, sostenida por
grupos religiosos ultraortodoxos judíos antisionistas, vigentes hasta hoy; la de la persistencia,
pese a todo, de la confianza en el progreso continuo de la humanidad y de la
tolerancia hacia los judíos; y la idea de una redención socialista que abarcaría a los judíos
en sus lugares de residencia y que exigiría la lucha de éstos en un frente común con
todos los pueblos.
Para los portadores de la idea de una redención universal laica, los grupos judíos que
abrazaron el sionismo, eran vistos como representantes de ideologías nacionalistas bur-
El sionismo como contrautopia
guesas y por lo tanto, reaccionarios que echaban duda sobre la posibilidad de lograr
cambios profundos en la humanidad en un plazo previsible; desertores, pues, de la esperanza
común y aliados expresos o de hecho de la burguesía y del colonialismo.
El panorama fue mucho más complejo en relación a los grupos judíos que por una parte
adherían a la esperanza universal, pero reclamaban consideraciones y soluciones especiales
y por lo tanto, fueron vistos como divisionistas. Ese fue el destino del Bund, la
federación de organizaciones socialistas judías de Rusia, Polonia, Ucrania y Lituania, antisionista,
que apoyaba la revolución socialista en ciernes, pero sostenía la necesidad de
prestar atención a necesidades especificas del incipiente proletariado judío y a su cultura
laica,. Como ya señalé, a diferencia de los sionistas, no predicaban la emigración a
Palestina, pero de todos modos fueron censurados como divisionistas y finalmente
excluidos y reprimidos en la Unión Soviética
La situación fue aun mas difícil para los grupos sionistas de izquierda que participaban
de las esperanzas de redención política universal, pero sostenían la necesidad de la emigración
a Palestina para lograr la transformación de las masas judías de pequeños
comerciantes y artesanos, en agricultores y obreros industriales que pudieran ser actores
del proceso revolucionario y que trataban de crear un “nuevo tipo” de hombre y
mujer judíos, instituyendo en Palestina formas de vida socialistas como los kibutzim. La
influencia de las ideologías de izquierda determinaron formas de organización social distintas.
Althuser plantea que en los procesos de cambio pueden darse tres formas de
organización social: la primera produce repeticiones de los problemas económicos sociales
previos; la segunda, organizaciones que invierten los valores imperantes en el medio
social y la tercera, organizaciones revolucionarias que provocan una ruptura epistemológica
de la forma anterior. Los grupos que crearon los kibutzim pensaron en términos
de inversión de la vieja estructura de la vida judía previa. Aquí podríamos recordar el
libro de Amos Oz “Una historia de Amor
y Oscuridad”, en el cual describe al hombre
de kibutz como “el nuevo judío en
contraste consigo mismo”, el inmigrante
europeo, y la perfección idealizada de
ese nuevo hombre. Lamentablemente,
como sabemos, después de muchas
décadas de existencia, esas islas socialistas
terminaron siendo invadidas, en
muchos aspectos, por el mar capitalista
que las rodea, aunque quedan aun
núcleos de resistencia. Además, pesó
durante todo el proceso la oposición de
los árabes palestinos, por momento violenta
y una falta general de comprensión,
con excepciones notables, en al población
judía israelí hacia sus causas.
Después de la revolución socialista en
Rusia, hubo varios desarrollos históricos
que reforzaron la argumentación sionista. Podemos citar algunos de ellos, sin pretender
agotarlos: los pogroms de Ucrania durante las guerra civil, a los que podemos calificar
como precedentes del Holocausto; el antisemitismo rampante en varios países, especialmente
en Polonia; el cierre de varios países a la emigración de Europa Oriental, en
forma abierta o disimulada, como por ejemplo, en el sistema de cuotas implantado por
los Estados Unidos en la década de 1920 y podríamos agregar otros, pero desde el punto
de vista del derrumbe de las utopías tenemos que señalar la quiebra del sistema liberal
europeo posterior a la primera guerra mundial ante el avance del nazismo. Este sistema
se fue derrumbando ante el avance del fascismo en Italia, en España, en países balcánicos
y finalmente, ante el avance del nazismo en Alemania. La culminación de este proceso
en relación a los judíos, fue que varios millones de ellos quedaron encerrados en
los países que fueron ocupados por el nazismo y que seis millones fueron asesinados.
Cabe agregar aquí que la matanza no fue sólo obra de los nazis alemanes, sino también
de sus muchos aliados ucranianos, lituanos , letones, húngaros, rumanos, etc. y que la
rama militar de la organización S.S. que llego a tener un millón de miembros , contaba
entre ellos a trescientos mil voluntarios europeos, no alemanes.
Nada permite afirmar que un fenómeno como el Holocausto haya de repetirse. Esta afirmación
era el caballito de batalla del líder judío de extrema derecha, Meir Kahane, quien
hablaba siempre de la inevitabilidad de un tercer Holocausto para justificar sus posturas
extremistas anti árabes. Sin duda, un hecho de la gravedad y complejidad, del
Holocausto, requiere la coincidencia, poco probable, de muchos factores de todo tipo.
Pero el hecho innegable es que existió, pese a los exabruptos de los negadores del
mismo.
No ha llegado todavía la hora de bajar la guardia. No han faltado genocidios y limpiezas
étnicas desde el fin de la segunda guerra mundial hasta ahora. El racismo y la xenofobia
renacen con fuerza en Europa bajo la forma del antiislamismo, que aunque la situación
es distinta, utiliza -como un calco- muchos argumentos que fueron empleados, en
su tiempo, contra los judíos. Si algunos judíos se regocijan por ese desarrollo, podemos
calificarlos de insensatos. Por otra parte, el antijudaismo, como componente frecuente
del antiisraelismo, florece en muchos ambientes del mundo musulmán, donde reproducen
argumentos utilizados por los nazis, como “Los Protocolos de los sabios de Zion”.
La otra utopía que quebró, la del “socialismo real”, indujo a la emigración a Israel de un
millón de judíos de le ex Unión Soviética. Una población con muchos valores intelectuales,
pero profundamente herida por una experiencia reiterada de discriminación. No en
balde muchos de ellos, si bien no todos, han engrosado las filas de nacionalismo de
derecha en Israel.
Ahora bien, para intentar completar este análisis, tenemos que analizar el reverso de
estos procesos. La crisis de los aspectos utópicos en el sionismo, a la cual he hecho alusión
al hablar de los kibutzim, pero eso exige ya otro capítulo.
* Psiquiatra y psicologo social
nueva sion

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